Iñigo Errejón habla con la convicción de quienes creen que la política es una herramienta para cambiar el mundo y señala -en entrevista exclusiva con la presidenta de Télam, Bernarda Llorente- que con la irrupción de la pandemia se recuperó «una idea radicalmente democrática»: el bien común.

Cree que, sin embargo, con el paso de los meses, las décadas de neoliberalismo y del ‘sálvese quien pueda’ empezaron a hacerse sentir. El bien común es hoy interpelado por la desigualdad, por la libertad entendida como el privilegio de pocos; por lo público puesto al servicio de intereses privados.

Con sólo 36 años es parte de una generación de españoles que llegó a la política «grande» cuestionando la falta de representatividad y respuestas de la «vieja política», que acentuó sus déficit y limitaciones con la crisis del 2008 (algo así como el 2001 argentino) como telón de fondo.

Fraguado por el movimiento de los «indignados», en 2014 fue fundador de Podemos junto a Pablo Iglesias, del que tomó distancia cinco años después para conformar Más País junto con la entonces alcaldesa de Madrid, Manuela Carmena. Desde ese momento ocupa como diputado una banca en el Congreso.

Iñigo Errejón, licenciado en Ciencias Políticas en la Universidad Complutense de Madrid, reconoce la influencia de las ideas de Ernesto Laclau, y sigue con especial atención los procesos políticos que nacieron con el nuevo siglo en América Latina.

«Tenemos Estados muy debilitados, porque la desigualdad ha fragmentado nuestras sociedades, nos cuesta mucho reaccionar como comunidad porque esta desigualdad nos ha roto, y entonces estamos viviendo una explosión de ansiedad», explica para pensar las múltiples reacciones sociales que trajo aparejado el coronavirus a uno y otro lado del océano.

Es que para Errejón «la crisis del Covid nos ha golpeado sin haber solucionado las debilidades anteriores», por lo que propone revalorizar «lo público, el Estado y la comunidad», recuperando la política para que hable «de lo más cercano: de lo que comemos, del aire que respiramos, de si dormimos bien o mal, de por qué no tenemos tiempo nunca para nada, de por qué nuestras ciudades son como son».

-En los últimos días y en gran parte del Planeta, el Covid-19 parece no dar respiro. La situación sanitaria es preocupante, al tiempo que aparecen grupos reactivos que enarbolan consignas calcadas pese a enfrentar un mismo virus en realidades disimiles ¿Será que la pandemia polarizó los ánimos y aún más la política?

-Primero el virus nos tomó por sorpresa. Las sociedades no sabían a qué se enfrentaban y tampoco los gobiernos. Al principio la pandemia fue asumida con un alto grado de disciplina social -de hecho se acataron medidas muy duras- y se adoptó una idea radicalmente democrática que venía ausente durante muchos años, que se basa en el principio que las sociedades comparten un bien común. Que no son una suma de individuos intentando maximizar sus intereses particulares, sino que los pueblos tienen intereses comunes. Y que hay retos que por más conexiones, apellidos o dinero que se tengan, de repente nos enfrentan a realidades de las que sólo salimos en conjunto, cooperando. Eso vale para la pandemia, y valdrá en el futuro con urgencias tales como el cambio climático y la crisis ecológica. Son retos para los cuales la antropología neoliberal no tiene solución, porque individualmente son irresolubles. Y no se plantean a 10 o a 50 años. Nos afectan hoy, las condiciones de vida, nuestra posibilidades de vida. Esto nos pone frente al espejo la necesidad de tener instituciones que canalicen bien esa cooperación, que ordenen la vida y den seguridad a la gente.

-En este contexto la idea de futuro aparece confusa, desdibujada. El Covid-19 ha puesto en evidencia un modelo que ya se perfilaban insostenible en sus desigualdades y en sus consecuencias. ¿El escenario post pandemia puede proyectar otro futuro?

-Para la mayoría el futuro es incierto, el presente es de ansiedad, y la confianza de las sociedades en sí mismas está rota, erosionada. Han sido décadas de soportar la propaganda neoliberal de que sólo se puede confiar en sí mismo, que la sociedad no existe, que vivimos en una selva en donde pisas o te pisan. Es el sálvese quien pueda. Cuando llega una situación como esta pues, a mi entender, el paradigma neoliberal entra en crisis. Atravesamos desafíos como la pandemia, la situación geopolítica global, las crisis de las migraciones o la crisis climática para los que estamos poco preparados, porque tenemos estados muy debilitados, porque la desigualdad ha fragmentado nuestras sociedades. Nos cuesta mucho reaccionar como comunidad porque la desigualdad nos ha roto, y entonces creo que estamos viviendo una explosión de ansiedad.

-¿Esta ansiedad que provoca la pandemia podría confundirse o traducirse en un mayor individualismo?

-Esa ansiedad para algunas personas es una especie de reivindicación de la libertad como privilegio: «quién me va a decir a mí que tengo que quedarme en casa, quién me va a obligar a usar mascarilla». Es la idea del individuo consumista. Si tengo dinero en el bolsillo, a mí nadie me puede poner límites. Pero estamos en una situación en la que las sociedades, para sobrevivir como pueblos, tienen que aprender a ponerse límites para cuidarse, y tienen que decidir qué cosas son importantes y qué cosas menos, y eso está generando un gran choque cultural en mucha gente.

-Aparecen pensamientos que se creían superados: el terraplanismo, las teorías conspirativas, los «libertarios»…

-Yo no sé cómo será en Argentina, pero en España hay gente muy desorientada. Las teorías de que las vacunas son mentira, que el virus no existe, que es un intento de los gobiernos para oprimir a la gente o quitarles su libertad, intelectualmente no son nada consistentes, pero constituyen un buen síntoma de la época que atravesamos. Y es que para una parte de la sociedad es más fácil pensar que hay una mano negra detrás de lo que nos pasa, que aceptar que estamos en un momento de un inmenso desorden mundial. Y ese desorden no tiene una mano negra malvada que lo manipula. Luego de varias décadas en las que los instrumentos de los pueblos para gobernar han sido erosionados a favor de una lógica de capitalismo de casino, la situación se nos ha ido de las manos.

-Es paradójico que un virus que potencialmente «ataca» a las personas «por igual» muestre, sin embargo, profundas asimetrías ante la posibilidad de defenderse

-Es mentira que el virus no entiende de clases. Golpea fuerte a quienes viven en condiciones más duras, para quienes es más fácil contagiarse, más difícil el confinamiento y más crudos los efectos económicos que produce. En una situación así, la continuidad de la pandemia genera mayor ansiedad y agrava las preocupaciones sobre todo de la gente de origen más humilde.

En gran medida esta nueva crisis impacta en España sobre una sociedad que ya era muy frágil. Los barrios populares, las zonas más empobrecidas de nuestro país que están siendo las más golpeadas por la actual situación, no habían logrado recuperarse de las consecuencias que dejo la crisis de 2008. Las heridas que se abren se suman a las que aún no habían logrado cerrarse; por su profundo impacto, por la desigualdad que generó y por cómo se llevó por delante las esperanzas de una generación entera.

-Definitivamente la economía mundial no salió indemne del shock de 2008. ¿En qué medida fue superando en España y en qué aspectos la marcó o transformó profundamente?

-Al día de hoy, España no ha hecho nada para corregir algunos de los elementos que nos hicieron ser extremadamente dependientes de los vaivenes de los mercados financieros internacionales. Es decir, lo que nos hizo ser muy vulnerables a aquella crisis, hoy no está solucionado.

Somos un país que tiene 7,5 puntos de diferencia con respecto a la recaudación media de los países de nuestro entorno ¿Eso qué significa? Significa que el Estado español recauda mucho menos. Y no recauda menos porque no paguen sus impuestos los trabajadores, o los pensionistas, o los pequeños empresarios, ellos los pagan. Tenemos un inmenso problema nacional de irresponsabilidad y egoísmo fiscal de quienes más tienen. Las grandes corporaciones y grandes patrimonios no pagan los impuestos que deben; no los que me gustaría a mí, los que deben hoy, de acuerdo a la ley. Nuestro sistema fiscal está lleno de agujeros, trampas, bonificaciones y exenciones para que los que más tienen se libren sistemáticamente de contribuir a la sociedad como deberían. Y eso, lejos de haber producido como dice la propaganda liberal más riqueza y más inversión, lo que hace es que el Estado tenga cada vez menos recursos.

-¿Esto como ha impactado en el modelo de desarrollo?

-Nuestros jóvenes investigadores en lugar de quedarse en un laboratorio en España, deben irse a Alemania o a Inglaterra. Nuestro país se va quedando, -esto es un problema serio- con una estructura pequeña, reducida, muy estrecha, con poco valor añadido, basada sobre todo en los servicios, en la construcción inmobiliaria, el turismo y la hotelería. Tenemos un país que todavía no afrontó las posibilidades de industrialización en el siglo XXI. Porque el Estado tiene poco músculo para comandar y acompañar, junto al capital privado, una modernización de nuestra economía y una industrialización ecológica. Necesitamos volver a tener Estados fuertes, Estados responsables y Estados justos.

-Una preocupación reiterada pero no por ello menos importante es acerca de sobre quiénes recaerá el costo de la crisis. Cuando vemos que el mapa de la desigualdad se profundiza, la discusión se torna más urgente.

-Al crack del 2008 en España no lo pagaron los ricos. Los que eran muy ricos no solo no perdieron, sino que salieron de la crisis más ricos todavía. Y se produjo un adelgazamiento de la clase media, y un empobrecimiento de los sectores que ya venían con dificultades.

Tenemos un Estado que viene siendo debilitado desde hace décadas. Le han ido recortando esferas para que se dedique, fundamentalmente, a ser un prestamista para los grandes, asegurar sus ganancias, pagar deudas, garantizar el orden publico y reducir los servicios.

Nos hace muy vulnerables tener un Estado de Bienestar cuarteado, que protege mucho a algunos segmentos de la población, pero que cada vez deja más sectores excluidos y precarios. Si las prestaciones sociales se vinculan al empleo, cada vez abarcan y protegen a menos personas. Fundamentalmente, porque el horizonte de un trabajo estable es cada vez mas difícil para las siguientes generaciones. Por eso nosotros estamos dando la discusión de una renta básica universal, porque los derechos de ciudadanía no pueden seguir asociados exclusivamente a un empleo estable que se transforman o definitivamente desaparece.

-La pandemia ordenó y desordenó pensamientos. ¿Afectó o ratificó la visión más ortodoxa acerca del Estado y el mercado?

-En esas semanas tan duras, de tanto miedo, de tanta inseguridad social, todo el mundo sacó lecciones. En primer lugar, que sólo la sanidad pública nos salva. Sólo el Estado pudo proteger. Los que decían que el Estado era demasiado caro, han recurrido a él para que rescate sus empresas, para que las subvencione o les dé un aval de crédito. Sólo lo público nos puede salvar, sólo el Estado ha respondido y sólo la empatía social nos permite salir como pueblo. Esas tres lecciones, esas tres ideas, no se convirtieron con el suficiente vigor en políticas públicas. Y en cuanto la situación se relaja algunos vuelven a hacer la de siempre: el máximo beneficio con el mínimo esfuerzo.

-¿Cómo podemos convertir esas «lecciones» en acciones y en consciencia?

-Hoy que tenemos rebrotes y focos muy duros, concretamente centrados en Madrid, es preciso traducir aquellas lecciones en política para la vida cotidiana. Meses atrás todos entendimos estas tres ideas: lo público, el Estado y la comunidad, como lo único que nos podía salvar, y lo hicimos porque teníamos miedo. El resto de las propuestas progresistas, radicalmente democráticas, es que aquellas lecciones de los tiempos de excepción, las hagamos cotidianidad. Las convirtamos en los nuevos pilares de un contrato social.

-Uno anhela que la pandemia nos empuje hacia cierta sabiduría que -como sociedad- no hemos mostrado en otros momentos. Sin embargo, también crece cierta polarización y la exacerbación del discurso del odio.

-El clima social en España está enrarecido. Hay mucha ansiedad social, está creciendo cierto antipoliticismo que no tiene nada que ver con la impugnación que protagonizamos aquella generación de los Indignados hace diez años, sino que es más bien una especie de resignación de que las cosas no se pueden cambiar. Casi una rendición a la brutalidad del mercado, pensando que la política no puede cambiar las cosas. Una especie de apoliticismo que culpa a todos por igual y que provoca desesperanza y ansiedad. Y ese es un caldo de cultivo peligroso. En el clima del cinismo, en el de todo da igual, es donde mejor arraiga la extrema derecha.

Nosotros tenemos que ser muy cuidadosos para que la política no se convierta en un deporte privado entre políticos, que se dicen cosas en el Congreso o en entrevista, sino que la política vuelva a convocar las expectativas, los deseos y la necesidad de dar confianza en las cuestiones que afectan a nuestro pueblo, a los sectores más golpeados. La política tiene que volver a ocuparse de la vida cotidiana. Porque sino lo que tenemos por arriba es un espectáculo de políticos gritándose entre sí y por debajo una vida cotidiana divorciada de los de arriba, hecha de ansiedad, de renuncias, de miedo al futuro. Y ese miedo al futuro, si los demócratas no le damos una expectativa de confianza social, de que como pueblo sabemos cuidarlos, vendrán otros que intentarán culpar a los más pobres. Intentarán culpar a los migrantes que vienen de afuera, al movimiento feminista, a los españoles de otra región de España. El discurso del fascismo: que el penúltimo le tenga miedo y odio al último.

-¿Hacia dónde se inclinarán las ideologías en el universo post-pandemia?

-Hay que decidir con qué rumbo salimos de ésta: bajándole los impuestos a los que más tienen o recaudando más para que el Estado industrialice y tenga mejor sanidad. Son dos rumbos contrapuestos y hay que dar esa discusión. La gente tiene que tener presente que si no se decide en la esfera pública y democrática lo van a decidir otros por la espalda, lo van a decidir las personas con más poder y más rica. Y si achicamos la política, achicamos la democracia.

-Se suponía que internet y todo lo que trajo aparejado seria una herramienta de horizontalidad en la comunicación y el debate político. Sus efectos, sin embargo, parecen restringir ciertos márgenes.

-Recuerdo la frase tan famosa: «Si el servicio es gratis, la mercancía eres tú». Si Facebook, o Twitter o Instagram son gratis, es que la mercancía eres tú. Y eso significa que si yo hago un vivo en Instagram, y tú te conectas, eso no es una comunicación entre tú y yo. Es un triángulo entre tú, yo y un conjunto de algoritmos que deciden qué ves tú, cómo lo ves, en qué orden lo ves y con quién te comunicas. Es decir, aunque fabrique la idea de una comunicación directa y plana, en la realidad nos enfrentamos a una fragmentación de la comunidad. Cuando antes tú y yo leíamos un periódico, leíamos lo mismo. De hecho, eso fragmenta la esfera pública, no es verdad que compartamos la misma información pero esto no lo decide un señor malvado detrás de una computadora. Esto es un conjunto de decisiones tecnológicas que favorecen que tú veas unos contenidos y no otros, que ofrecen sistemáticamente más de lo que ya tienes. Es una esfera pública en la que es cada vez es más difícil sorprenderte, porque está diseñada para darte cada vez más de lo que te gusta.

-Estamos intoxicados, desinformados y sin matices… Las redes sociales se han convertido en un escenario en el que se antepone la descalificación personal a la discusión. ¿Cómo se puede no renunciar a una herramienta ya instalada en la comunicación y al mismo tiempo no perder profundidad en la discusión política?

-Exacto. Eso nos hace estar menos informados. Yo no me acuerdo cuántas noticias leí ayer; de hecho casi no me acuerdo de ninguna. Y sin embargo, cuando imprimo un artículo o leo un libro me acuerdo para siempre. Todos los tuits que he visto hoy, no existen ya. Los he visto esta mañana y hoy ya no existen, son como las ‘stories’ de Instagram: existen, pero tienen una existencia efímera. No dejan nada. Esto no es un alegato antitecnológico, es reivindicar que la militancia es más lenta, que la reflexión es más lenta, que hay que volver a leer y a estudiar, con papel. Hay que discutir con compañeros, volver a la oralidad. Las redes sociales pueden servir para atraer la atención sobre otras cosas. El otro día se viralizó un recorte de mi intervención en el Congreso sobre el Iphone, un video que dura un minuto veinte segundos. Detrás de ese minuto veinte segundos hay horas de estudio. Las redes sociales son muy potentes, pero lo fundamental, el pensamiento, se hace fuera de ellas. En las redes sociales se cuentan muchas cosas interesantes, pero para tener algo interesante que contar hay que tener la capacidad de tomar distancia y crear.

-El movimiento feminista es una revolución en sí misma. Creés que el siglo de las mujeres logrará cambiar la cultura, algunas estructuras y también la forma de concebir y construir la política?

-Sí, yo creo que el feminismo es la oleada democratizadora más importante que estamos viviendo en nuestro tiempo, que no interpela sólo a mujeres sino que llama a reconstruir y rediseñar la forma en que las sociedades se reparten el poder, el reconocimiento, las sanciones. Es una gran convocatoria a democratizar las relaciones sociales y la libertad. Las relaciones sexuales, las afectivas, las de pareja, el reparto de los cuidados, el tiempo, el espacio público. También cuestiona una forma de hacer política, muy antagonista. Yo creo que el feminismo tiene mucha capacidad de seducir, de persuadir y de integrar porque es tan radical que no le hace falta parecerlo. No tiene que exagerar una pose agresiva, militantista o aguerrida porque en realidad está cuestionando todas las cosas de raíz. Y por lo tanto se puede permitir generar una comunidad muy amplia.

-¿Esto puede llevar a recuperar algunos conceptos y lenguajes que fueron siendo apropiados por las derechas: libertad, democracia, cambio, revolución, república…

-Hay que volver a la idea de pueblo, hay que disputar a fondo la idea de democracia: la democracia es incompatible con la extrema concentración de poder y riqueza. Y hay que recuperar el rol del Estado, pero de frente, además que la libertad de uno, sólo se realiza con la libertad de todos. Eso es verdaderamente republicano, porque afirma que la libertad individual está estrechamente relacionada con la libertad colectiva, con el derecho de autodeterminación colectiva, como pueblo. Y esa es, a lo mejor, la discusión más importante que tenemos que dar, hay que ir de frente con ideas clásicas, volver a reivindicar la idea de comunidad y dejar de dirigirnos como si fuéramos sectores. Eso no implica renunciar a la diversidad, a la heterogeneidad, esto hace tres años sonaba viejo, pero la llegada del Covid nos interpeló y nos dice que para salvarnos hace falta comunidad, hace falta solidaridad y hace falta Estado.

-Hablando de las crisis que atraviesan las democracias y el deterioro del estado de derecho, ¿Cómo ves a América Latina?

-Creo que América Latina vivió un cambio de ciclo desde los gobiernos de cierto signo progresista, democrático, desde inicios de los 2000 en adelante, y a la altura de la mitad de la segunda década empieza a vivir un cambio de péndulos, con victorias de actores neoliberales o conservadores. Y dos cosas sobre eso: una, es normal. Las elecciones a veces se ganan y a veces se pierden, y es probable que después de todo un ciclo progresista, cambie el péndulo. Por lo tanto creo que hay que evitar los análisis catastróficos de «todo se cayó, todo se derrumbó». Es un avance democrático. Demostró que los actores oligárquicos que decían que los gobiernos nacionales y populares no eran democráticos, mentían. Claro que son democráticos y claro que respetan el pluralismo, y tanto es así que hubo alternancia. Además hay que reivindicar para la historia de América Latina, en donde tantas veces se ha alterado el ejercicio de la democracia, que es la primera vez que después de gobiernos populares llegan las derechas y llegan con los votos y no con los golpes. Las anteriores primaveras costaron mucho sufrimiento, bien lo saben en Argentina, en todo el Cono Sur, en América Latina. Hubo experiencias de avance en la redistribución de la riqueza, en inclusión social, en modernización económica y en democratización, y después se perdieron las elecciones y vinieron las derechas. Vinieron para cancelar o hacer retroceder algunos de esos avances, pero vinieron con los votos. En los 70 no venían con los votos. A mi eso me parece un avance.

-¿Por que pensás qué ganaron? ¿Por mérito propio o por errores ajenos?

-Las derechas no tienen una alternativa, las derechas ganaron diciéndole a mucha gente que se podían despolitizar sus sociedades, rebajar las tensiones, y que podían dar la misma protección social que los gobiernos populistas, pero con mayor ascenso social o mayor diferenciación del consumo, más la receta del orden público y la mano dura. Yo creo que fundamentalmente ganaron por los deméritos de los proyectos nacionales y populares que por méritos propios de la derecha. Ganaron como reacción, por eso se fueron tan rápido. Yo me alegré mucho con la victoria del Frente de Todos, de Alberto y de Cristina en Argentina. Visité Argentina, en un acto en la Facultad de Medicina cuando Axel Kicillof todavía no era gobernador, y recuerdo que llegué en una situación de cierto shock por la victoria y los avances de las derechas. Bueno, no fue tan duradero. Y eso significa que el proyecto que presentaron en realidad no está claro. No está claro si ellos quieren a la vez librar de los impuestos a los más ricos, adelgazar los estados, dejar de proteger la industria nacional, supeditarse a los intereses económicos del Norte, y a la vez mantener la protección y el ascenso social, las cuentas siguen sin darles. La única manera que les cuadre es sacando a un tercio de la población fuera. En ese sentido hoy las derechas comparecen a la discusión pública desnudas, sin estar vestidas por ninguna solidez intelectual ni programática.

-En la región estas disputas no están resueltas.

-Habrá que reconstruir las fuerzas en los países donde se sufrieron derrotas duras, porque las derrotas siempre fragmentan y desarticulan. No creo que haya que reconstruirlas con nostalgia, para ser lo que fuimos entonces, pero sí aprendiendo de lo que se hizo bien, de lo que se hizo mal. Enfrente tenemos la irresponsabilidad, tanto nosotros los españoles como ustedes los argentinos. El egoísmo, la fragmentación social, la desconfianza hacia el otro nos llevan a la barbarie, llevan a que nuestras sociedades sean más frágiles.

-Muchas gracias Iñigo por esta posibilidad de pensar la coyuntura pero también las ideas que definirán el futuro.

-A veces estamos demasiado atrapados en la discusión de coyuntura, muy corta, muy endogámica. Este tipo de recorrido, con esta profundidad, a mí me viene muy bien porque sino te ahogas. Quedas encerrado en una discusión muy de coyuntura, de actualidad, muy pequeñita. En realidad te lo agradezco, agradezco mucho la oportunidad de pensar.