En las últimas semanas se discutió ampliamente el significado que un objeto sagrado como la Biblia tiene en Bolivia, dado que los líderes del golpe de Estado vienen utilizando sistemáticamente este objeto como emblema del avance de los autodenominados «cívicos» sobre las instituciones y el Gobierno boliviano.

En menos de una semana, Fernando Camacho ingresó al Palacio de Gobierno ataviado, a falta de votos, con una Biblia con la que se fotografió junto a una bandera tricolor de Bolivia. La senadora Jeanine Añez, luego de proclamarse Presidenta Interina ante una Cámara de Senadores casi vacía levantó en alto una enorme Biblia de tapas duras en señal de celebración y agradecimiento. “Gracias a Dios, la Biblia vuelve al palacio”, dijo en esa ocasión.

La elección de este símbolo comúnmente asociado a la tradición protestante, en este contexto hiperpolarizado, adquiere un profundo sentido anti-indígena dislocándose de los clásicos ideales de la Reforma. Desde las elecciones a esta parte, el clivaje  «cívicos/masistas» pasó a convertirse en un clivaje «cívicos/ indígenas». Dado que la correduría o unión de grupos diversos se produce cada vez más en torno a líneas divisorias, Bolivia se encuentra en una dinámica de guerra civil.  En el marco de esta dinámica, ambos bandos producen y reproducen diversos repertorios de protesta, ocupación del espacio público y disputa y apelan a símbolos en los que se busca condensar no solo la identidad de cada facción sino también una disputa en torno a qué significa ser boliviano.

En este marco, la Biblia no condensa (como en otros contextos) la identidad protestante o evangélica  sino más bien una suerte de “neocristiandad del siglo XXI” que surge como contraposición al proceso de reconocimiento de las múltiples naciones e identidades que habitan el territorio del Estado Plurinacional. Este proceso de reconocimiento se sintetiza y se simboliza en la Wiphala,  insignia de los pueblos originarios. Es decir que en esta oposición entre dos símbolos no solo se condensan dos identidades en pugna, sino también dos narrativas antagónicas de memoria colectiva.

Ahora bien, teniendo en cuenta esta dinámica, queda por responder la pregunta acerca de por qué los líderes mencionados eligieron la Biblia y no otros símbolos religiosos asociados al catolicismo. La respuesta tiene que ver con la larga historia de sincretismo religioso en toda América Latina y en particular en la zona andina. El sincretismo es un proceso de asimilación y fusión (no necesariamente simétrica en términos de poder) de doctrinas, rituales y símbolos pertenecientes a culturas y cosmovisiones diversas. La virgen María, el Cristo crucificado y los santos son figuras muy sincretizadas en la cultura andina y, por lo tanto, no funcionan como símbolos capaces de oponerse a la identidad indígena en Bolivia, dado que son parte de ella. La Biblia, consideramos, es uno de los pocos símbolos capaces de oponer desde el bando de los “cívicos” y condensar el nuevo tipo de cristiandad que moviliza las memorias de la conquista.

De hecho, a diferencia de lo que ocurre en Brasil, donde los evangélicos alcanzan alrededor del 30 por ciento de la población y se constituyen desde hace casi dos décadas en una fuerza compleja que interviene con cierto protagonismo en la arena social y política; en Bolivia los evangélicos rondan el 9 por ciento de la población, un porcentaje similar a los votos que obtuvo el pastor presbiteriano Chi Hyun Chung en la última elección. Añez y Camacho no son evangélicos sino católicos y provienen de redes católicas (en el caso de Camacho, fuertemente elitistas). Alrededor del 77% de la población boliviana se considera católica. Durante el Gobierno de Evo Morales existieron, además, fuertes tensiones con la Iglesia católica por diversos motivos, pero sobre todo debido a la proclamación de un Estado laico y el reconocimiento de la libertad religiosa en la Constitución promovida por Evo Morales. Probablemente por esta razón la Conferencia Episcopal Boliviana no denunció el golpe de Estado ni las violaciones a los Derechos Humanos del Gobierno de facto. Todos estos factores parecen indicar que la Biblia blandida por los “cívicos” es la contracara de la wiphala. Las imágenes de “cívicos” y militares quemando y cortando wiphalas que recorren las redes sociales parecen confirmar esta hipótesis.