Presentarse ante sus pares de saco y corbata. Abstenerse de consumir drogas y alcohol antes de las sesiones. Convertirse en un modelo de puntualidad. Hablar un buen lenguaje. No aceptar regalos, ofrecimientos ni donaciones de ningún tipo. Esas son, textuales, algunas de las reglas que deberán observar los 11 diputados que la ultraderecha sentará el 1 de marzo en el Palacio Legislativo de Uruguay. Así está escrito en dos documentos distribuidos el 2 y el 11/12 a los legisladores electos por Cabildo Abierto, el partido parido en los cuarteles y comandado por el exgeneral Guido Manini Ríos.

Las normas no llegaron a los tres senadores del partido. Tampoco al futuro ministro cabildante de Salud, el neurólogo Daniel Salinas, exgerente de Recursos Materiales del Centro de Asistencia del Sindicato Médico de Uruguay, la mayor mutualista, investigado por la compra fraudulenta de una campana citostática para al tratamiento de pacientes oncológicos. Y eso es insignificante. El mismo jueves se supo lo peor: Salinas fue socio de un psiquiatra denunciado por decenas de ex presos políticos de haber participado en torturas durante la dictadura (1973/1985), como mano derecha de Dolcey Britos, el psicólogo que planificó la destrucción psíquica de los prisioneros, un sádico planificador de la tortura (ver Tiempo del 1/9/2019)

El 2/12 toda la información había llegado junta. Al manual para portarse bien y hablar mejor dado a la tropa de Manini, el futuro presidente Luis Lacalle Pou –un catalán recordó que en la lengua de los ancestros maternos, Pou quiere decir pozo negro y profundo– agregó sesudas reflexiones sobre el Frente Amplio (FA). Entre ellas, que «la economía es un despelote» y que «dejan el país hecho un relajo», aunque elogiosos informes (uno de la Cepal y otro del IID de Estocolmo, Suecia) señalaba que bajo los gobiernos del FA, Uruguay se convirtió en el país que más y mejor distribuyó el ingreso, y que está entre las 25 democracias más sólidas del mundo.

En el primero de los dos documentos, Manini les transmite a los suyos que «respeten cabalmente las normas de tránsito». O que «no deben comprar mercadería libre de impuestos en ninguno de los free shops» de las fronteras con Argentina y Brasil. ¿Por un diputado considerado entre los más fuertes capitalistas del «Bagashopping», como conocen los habitantes de Salto al enorme foco de contrabando que nació en los ’90?

El documento, que hizo de prólogo del Decálogo del Buen Cabildante, parece especialmente preocupado por la imagen que puedan transmitir los diputados. Les exige que «en todo momento estén a la altura de la investidura», por lo que «la vestimenta adecuada debe ser el sport formal, que evitará que los representantes den una imagen inapropiada». Entre las recomendaciones se insiste en el «cuidado» que se debe tener con los medios de prensa, tras los dichos del diputado electo Martín Sodano, que criticó duramente las «políticas llamadas sociales» –por la ley de ocho horas para los peones rurales y el acceso a la jubilación de las trabajadoras domésticas– y sobre el derecho al aborto dijo: «A vos, gurisa, a ver, si te gustó báncatela».

Lo más grave llegó al final, cuando según la versión del diario ultraderechista El País, el jefe de CA transmitió a sus diputados que «desde ahora deben dejar de lado sus propias visiones sobre cualquier tema y asumir lo que dicen el programa partidario –aún en elaboración– y los documentos firmados» con los otros cuatro partidos con los que se unió para vencer al FA por 30 mil votos. «Ya no hay lugar para las opiniones personales. Las opiniones personales quedan reservadas para el ámbito privado, personal», explicó Rivera Elgue, coordinador de campaña y, junto con Manini, el principal referente partidario. Tampoco podrán usar las redes sociales «para dar ideas personales».

La necesidad de CA de «educar» a su gente llevó a que Rivera Elgue fuera el primero, al menos públicamente, que deba lidiar con una de aquellas tentaciones (regalos, ofrecimientos o donaciones) citadas en el documento. El hombre de confianza de Manini se puso tenso cuando debió admitir que las privadas universidades Católica y de Montevideo (colateral del Opus Dei) le propusieron el dictado de cursos especiales para los diputados. «Nos ofreció que el Opus Dei se encargue de la asistencia espiritual de los alumnos», los once apóstoles de la cruzada del degradado general.

De los 61 años que lleva andando, como de paseo, por veredas, praderas y academias militares, nunca jamás en un campo de batalla, el general Guido Manini Ríos caminó casi una vida entera vestido de uniforme: 46 años, desde aquel marzo de 1973 en el que abandonó la cultura humanista que le transmitían sus docentes del Lycée Français para pasarse a la tosca doctrina bélica de la Escuela Militar, hasta marzo de 2019, cuando elogió y protegió a los genocidas de la última dictadura y el presidente Tabaré Vázquez le recordó que en Uruguay los DD HH son un asunto de Estado. Razón de más, dijo el gobierno del FA, para degradarlo y expulsarlo como comandante en jefe del Ejército. A falta de un líder político propio –basta de intermediarios blancos y colorados que se ofrecen graciosamente, como Julio María Sanguinetti o Luis Alberto Lacalle (padre)–, la ultraderecha oriental encontró en Manini a su hombre. Habrá que ver, ahora, cómo maneja, si es que puede, a su propio huevo de la serpiente.