“El futuro no pertenece a los globalistas, pertenece a los patriotas, el futuro pertenece a las naciones soberanas que protegen a sus ciudadanos”. Donald Trump, ONU, Septiembre, 2019

Pronto a cumplirse el primer mandato de Trump al frente de EE UU la globalización agoniza, empujada en su último adiós por la pandemia de Covid-19. El diseño institucional internacional pensado por EE UU en Bretton Woods al fin de la II Guerra ya no le resulta útil. Aun a pesar del default de 1971, cuando Richard Nixon anunció que ya no sería posible reclamar oro a cambio de billetes de dólares estadounidenses, y a la hoy cuestionada vigencia del dólar como moneda global, todavía EE UU conserva iniciativa en el escenario internacional, a pesar de su ostensible pérdida de poder.

Resulta necesario recordar que hace varios años, en tiempos del “fin de la historia” las empresas occidentales trasladaron sus plantas a China en la búsqueda de “bajar costos” (salarios), en un país de conflictividad social inexistente. Desde aquella “deslocalización geográfica” con el Foro de Davos como consagración simbólica del fin de la importancia de los Estados Nación, se intento una nueva “internacionalidad” conducida por las empresas y con patrones de consumo universalizados, más allá de la geografía y la cultura. Se la llamó globalización.

La previa rendición ideológica de la izquierda europea, iniciada por Tony Blair y la inexorabilidad de un futuro de hambre para los trabajadores que trajo consigo, impactó en todo occidente con un deterioro del “Estado de Bienestar” a ambos lados del Atlántico Norte.

Esa incapacidad de los sistemas políticos occidentales de hacer otra cosa que neoliberalismo traería a EE UU a la figura de Trump, resultado de síntomas de descomposición de la globalización: a) La crisis de hegemonía de EE UU en el mercado único global. b) La decadencia de la institucionalidad de una “gobernanza” global política y económica, incapaz de dar cuenta de los desafíos de la hora. c) La pérdida de liderazgo de los “globalistas” en sus respectivos países, acuciados por la debacle de las mayorías populares, víctimas de este modelo neoliberal globalizador.

La globalización se derrumba de manera definitiva, lo que no significa que el futuro sea un mundo “solidario y socialista”. La actualidad dista bastante de ese lugar idílico. Ni siquiera un mundo detenido con miles de muertos en todo el mundo ha podido conmover a los 90 mil titulares de los 25 billones de dólares escondidos en paraísos fiscales.

Contra lo que muchos creen China se verá perjudicada por el fin de la globalización. Las barreras arancelarias nacionales y las políticas proteccionistas avanzaran en todo el mundo dificultando la colocación de su producción.

En este tiempo de incertidumbre y tan solo en la vocación de especular, podemos pensar tres hipótesis de post globalización: 1) Un mundo más xenófobo y clasista que haga del “pasaporte sanitario” el método ideal de mantenimiento de una sociedad explícitamente desigual, que justifique su desprecio por el otro, en el “cuidado de la salud. 2) Uno cuasi fascista de chips implantados y control de comportamientos, mediante un panóptico digital permanente, que nos impida cualquier atisbo de libertad personal “por nuestro propio bien”. 3) Uno de Estados Nación fortalecidos, que planifiquen sus países, sus desarrollos y sus empresas, que admitan y respeten sus diferencias culturales y sociales, y donde la política conduzca la economía, en una multilateralidad de naciones y no de instituciones.

La moneda está en el aire. Lo que parece claro es que todas las siglas globales actuales: ONU, OMC, OCDE, FMI, OMS, Banco Mundial están cubiertas de óxido. Los países ya no delegaran en burocracias de escasa representación su propio futuro. Los países que no entiendan el cambio de modelo que se avecina, quedaran gritando en soledad ante un mundo que ya no existirá.