Era difícil de imaginar que una premio Nobel de la Paz encabece, o al menos tolere, una limpieza étnica en su país, Myanmar, que ya obligó a casi 400 mil musulmanes, de los cuales el 60% son niños, a desplazarse al vecino Bangladesh. En abril pasado, Aung San Suu Kyi, galardonada por la Academia Sueca en 1991 con uno más de infinidad de premios en todas partes del mundo, declaró a la BBC que no creía que «se esté dando una limpieza étnica. Creo que es una expresión demasiado fuerte para lo que está sucediendo». 

En ese entonces, apenas eran 70 mil los rohingyas desplazados, y la mujer recién comenzaba a armar los apoyos para liderar el país. Un año antes había asumido los ministerios de Exteriores, Energía, Educación y la Oficina de la Presidencia. El partido que lidera, la Liga Nacional por la Democracia, había ganado las elecciones pero no pudo asumir la presidencia ya que la Constitución birmana, redactada por los militares que controlaron Myanmar por medio siglo, prohíbe ocupar el puesto a quienes tengan hijos con pasaporte extranjero, y los de Suu Kyi tienen nacionalidad británica. Finalmente, el Parlamento –en el que el LND tiene mayoría absoluta– eligió a Htin Kyaw, amigo íntimo de Suu Kyi, y la mujer pasó a gobernar en las sombras.

En aquella entrevista, Suu Kyi sostuvo que «hay mucha hostilidad, pero también se trata de musulmanes matando a otros musulmanes que sospechan de colaborar con la otra parte», y aseguró que el gobierno les «daría bienvenida y seguridad a los rohingya que quieran regresar». Sin embargo, cinco meses después la situación de la etnia rohingya –que tiene lazos históricos con el país que, sin embargo, les niega la ciudadanía y enfrenta discriminación y persecución por parte de la mayoría budista desde hace décadas–, es dramática. Tanto, que la ONU condenó la persecución y el propio titular el organismo, Antonio Guterres, dijo: «Cuando un tercio de la población rohingya debió abandonar el país, ¿se puede encontrar un término (por limpieza étnica) mejor para describirlo?» Por eso, la semana pasada Suu Kyi decidió no asistir a la reunión anual de Asamblea General de la ONU (foro en el que el año pasado fue la «niña mimada»), ante las crecientes críticas sobre el trato de su gobierno contra los rohingyas.

Aunque los musulmanes siempre fueron acosados, el polvorín estalló a finales de agosto, cuando el Ejército de Salvación Arakan Rohingya –al que el gobierno acusa de tener lazos con grupos terroristas de Medio Oriente–, atacó puestos policiales asesinando a 12 personas. A partir de ese momento, comenzó una represión que dejó 400 muertos y 380 mil desplazados. 

Suu Kyi insiste en que ella y el gobierno están trabajando en un programa de paz al cual se le debe dar una oportunidad de éxito. «Quiero darles la oportunidad a los que están trabajando en el asunto de Rakhine (la región más conflictiva) de demostrar que son capaces de lidiar con ello. Creo que no hay suficiente confianza en lo que puede hacer la gente», indicó.

Sin embargo, un reportero de la BBC comprobó falsedades en la versión oficial cuando tuvo acceso a una zona donde miles de integrantes de esta minoría se refugiaron, y donde fue testigo de hechos que podrían justificar la condena internacional frente a lo que un informe de ONU denunció como una «limpieza étnica» contra esta minoría.

El reportero fue llevado junto con un grupo de periodistas a una pequeña escuela en el poblado de Maungdaw, ahora repleta con familias indias desplazadas. Todos contaban la misma historia de musulmanes que los atacaban y los hacían escapar atemorizados. Sin embargo, todos los indios que escaparon a Bangladesh aseguran que fueron atacados por budistas locales de Rakhine por su parecido con los rohingyas.

A los periodistas se les entregaron fotos supuestamente de musulmanes «atrapados in fraganti». Sin embargo, la BBC identificó más tarde a la misma mujer en una aldea india. En una escuela un hombre comenzó a contar cómo los soldados dispararon a su aldea y, rápidamente, un vecino corrigió su relato. Una mujer india se mostraba especialmente animada a contar los abusos de los musulmanes. Luego fueron llevados a un templo budista, donde un monje describió cómo los musulmanes quemaban sus propias casas. Entregaron fotografías que mostraban esos supuestos actos. «Se veían raras: hombres con gorros musulmanes posando mientras encendían techos de hojas de palmera y mujeres con los que parecían ser manteles envueltos en sus cabezas, melodramáticamente blandiendo espadas y machetes», relató el reportero de la cadena británica. Posteriormente, se enteró de que una de las mujeres era realmente la animada mujer india de la escuela y vio que uno de los hombres también había estado presente entre los desplazados indios. Se trataba de fotos falsas, cuya intención era hacer ver que los propios musulmanes eran responsables de los incendios.

Que una Premio Nobel de la Paz, admirada por los medios y la comunidad internacional, no se pronuncie enérgicamente ante el sufrimiento de los rohingya no es, para muchos, compatible con los ideales y acciones de anteriores galardonados. «Soy una política. No soy como Margaret Thatcher, pero al mismo tiempo no soy una Madre Teresa. Nunca dije que lo fuera», respondió en aquella entrevista de abril. «