En Occidente hay pocas referencias mediáticas del inicio de la Revolución Islámica. La que puede permanecer en el imaginario colectivo es la película Argos. En ella, un grupo de funcionarios estadounidenses huyen de su embajada en Teherán ante la entrada intempestiva de estudiantes revolucionarios que alzaban la foto del ayatollah Jomeini.

El film, dirigido y protagonizado por Ben Aflleck (2012) se basa en la llamada «Crisis de los rehenes», cuando cientos de jóvenes iraníes entraron a la sede diplomática y tomaron el edificio considerado como «El nido de los espías», desde donde se dictaban todas las órdenes para el Sha  Pahlevi.

Como toda producción de Hollywood, se intenta demonizar cualquier movimiento popular que ose enfrentar los intereses de Washington. La trama mantiene en vilo al espectador y lo convierte en cómplice de un escape «de película».

A falta de información, el cuadro completo de lo que pasó en Irán en 1979 es difícil de dimensionar. Nuestra imagen de revolucionario latinoamericano, vestido para el combate con un fusil en la espalda, se desvanece. La manera de combatir a un dictador en esta parte del mundo fue con guerrillas. Eliminar al enemigo para que alguien con perfil laico y humanista ocupe el gobierno. Estrategias militares populares, donde el combate a la opresión fueron el motor por el que valía la pena morir.

La Revolución Islámica tuvo un componente nuevo: la fe. El valor de las palabras tuvo mayor eficacia que la puntería de los rifles.

Es deber de todo musulmán rebelarse ante la opresión, en todos los sentidos. El exilio del imán Jomeini sirvió para que su mensaje de paz llegara a todo el mundo. Él mismo pidió a los revolucionarios que no enfrentaran a los soldados del Sha. Entendía que eran parte del pueblo, sometidos por un régimen. En las manifestaciones, les daban flores.

¿Cuánto vale la imagen de un hombre armado recibiendo un clavel? ¿Qué pasa en las filas de esa doctrina castrense? No hay modo de enfrentar a un pueblo que mediante la fe está dispuesto a dar su vida para cambiar el rumbo político.

Los métodos de tortura del Sha eran los mismos que los de Videla en Argentina. La picana, el submarino, violaciones. Me tocó conocer el museo Ebrat en Teherán y me sentía en la ex ESMA. (ver Un argentino en Teherán en YouTube). Las fotos de los desaparecidos cuelgan de las paredes y muchos de los sobrevivientes hoy son parte del gobierno persa.

Durante ocho años, Saddam Hussein, aliado de EE UU, intentó invadir militarmente, pero no comprendió que estas personas pacíficas, al mismo tiempo, sentían orgullo en convertirse en mártires y entregar la vida por su revolución. Había más voluntarios que armas para combatir durante «La Sagrada defensa», que aquí se presentaba como la Guerra Irán-Irak y dejó más de un millón de muertos.

Irán celebra 40 años de Revolución y no de «la» revolución. Es un movimiento vivo que se fortalece a pesar de las agresiones externas y un bloqueo financiero que convirtió a los persas en líderes mundiales en varios aspectos tecnológicos y científicos como la nanotecnología y la industria nuclear con fines pacíficos. «