El presidente uruguayo Luis Lacalle Pou y unos 20 de sus más queridos laderos están en cuarentena desde el viernes, cuatro días después de haber visitado la ciudad norteña de Rivera, en la frontera con Brasil. Pese a la crisis sanitaria global, de la que Uruguay no escapa, el presidente había regresado feliz a Montevideo, donde le aguardaba la noticia de que una de las más fieles consultoras de opinión había dicho que goza de una buena imagen, justamente por su estrategia de defensa de la economía, a rajatabla, para enfrentar la pandemia.

Rivera es el cuarto de los cinco departamentos fronterizos con Brasil, donde el coronavirus irrumpió tardíamente, pero se afianza como la zona crítica. En apenas una semana pasó de cero casos a 42 infectados y dos muertos. Entre los primeros, se supo el viernes, está la delegada del Ministerio de Desarrollo Social, Natalia López, con la que Lacalle mantuvo un encuentro de más de una hora. Con barbijo, es cierto, pero sin más medidas de protección, ni una miserable botellita de alcohol sobre la mesa. No pasa nada, habían dicho en la Casa de Gobierno horas antes de que se anunciara la cuarentena presidencial.

Pues, pasó, y en un mal momento, porque al margen de que Equipos Consultores dijera que la figura de Lacalle es bien vista por la gente, el presidente trata de sobreponerse a otra epidemia, la de los actos de corrupción con los que sus afines lo castigan día tras día. Y otros hechos de gravedad por los que la sociedad ya le pasará factura.  Por ejemplo, en medio de la emergencia, sigue entrando mano de obra barata brasileña para la cosecha de la caña de azúcar en el departamento de Artigas y el trabajo en una cementera de Treinta y Tres.

Podría decirse que, muy irresponsablemente, apenas vuelto de Rivera, Lacalle fue a visitar al expresidente Tabaré Vázquez, un hombre que por edad está entre la llamada población de riesgo, y que además aún está cursando un diagnóstico oncológico severo. El encierro le llega a Lacalle acompañado del cimbronazo causado por el hecho, probado y comprobado, de que una red de corruptores sexuales de alto nivel –diputados suplentes, académicos, exjueces, docentes universitarios, empresarios, candidatos varios, traficantes de influencias– implica a muchos de los suyos. Entre ellos, tres ministros y Laura Raffo, una economista de su propio partido con la que la derecha unida busca desplazar al progresista Frente Amplio del gobierno de Montevideo.

Horas antes del inicio de la cuarentena gubernamental, el canciller Ernesto Talvi había anunciado en tono casi triunfal que el miércoles, recién este próximo miércoles 3 de junio, las autoridades sanitarias de ambos países se reunirán por primera vez desde que irrumpió el virus, en marzo pasado. Elaborarán una estrategia común. Algo es algo, porque hasta ahora –y aunque al país le vaya relativamente “bien”– Lacalle ha aplicado la misma estrategia que impulsan Trump y Bolsonaro, y que en la Argentina tiene su vocería en la derecha neoliberal: anteponer la economía al hombre, dicen que para que prime la libertad sobre cualquier otro valor.