La primera semana pos electoral en Colombia estuvo atravesada por múltiples análisis, posicionamientos, roscas de negociación, cálculos, encuestas y mucho ruido mediático. La sensación generalizada, por estos días, es que el empresario Rodolfo Hernández corre con una leve ventaja para la segunda vuelta del 19 de junio.

Esa sorpresiva irrupción y favoritismo del exalcalde de Bucaramanga opacó los dos datos principales que dejaron las urnas. Por un lado, por primera vez en la historia colombiana una coalición del progresismo y la izquierda logra un abultado triunfo y se convierte en primera fuerza política. La fórmula del Pacto Histórico, con Gustavo Petro-Francia Márquez, sacó más del 40% de los votos, casi 12 puntos más que Hernández; en la mayoría de los países de la región hubiesen ganado, pero el sistema electoral colombiano obliga a superar el 50% para evitar el balotaje. Petro sumó más de 3 millones de votos más que en la primera vuelta de 2018, en la que luego perdió contra el actual presidente Iván Duque.

La pésima gestión de Duque, ficha del exmandatario Álvaro Uribe, sumado al hartazgo ante la maquinaria de guerra asociada a esta fuerza política, dejó a su candidato Federico Gutiérrez en tercer lugar, con el 23,9%. Esa fue la otra novedad de la elección: el fin del ciclo político hegemonizado por el uribismo, vector principal de las clases dominantes en las últimas dos décadas con comprobados nexos con el narco-paramilitarismo y responsable de tantas masacres, “falsos positivos” y asesinatos de líderes y lideresas sociales.

¿Es el ocaso del uribismo o sólo un fuerte retroceso? Se dice que en realidad parte de su estructura redirigió el aparato hacia Hernández, viendo que su techo frente a Petro sería mucho más alto. “¿Quién dijo que perdimos si pasó Rodolfo?”, dijo el senador uribista José Obdulio Gaviria, primo del tristemente célebre capo narco Pablo Escobar, luego de conocerse los resultados mientras se repetían los mensajes de apoyo desde ese sector al contrincante de Petro.

Como sea, por primera vez llegan a una segunda vuelta dos candidatos no identificados con los partidos tradicionales, lo cual confirma que el 70% del electorado votó por un cambio. El gran derrotado, sin dudas, es el régimen uribista.

A pesar del resultado histórico, en el bunker del Pacto Histórico predominaban las caras largas, no hubo festejos callejeros y su militancia trasmitía desánimo. Se esperaba llegar al 46% o 47% e incluso había ilusión de ganar en primera vuelta, pero, sobre todo, la expectativa era definir polarizando con Gutiérrez y no con el sorpresivo fenómeno de Rodolfo Hernández.

Aunque la política no es matemática, los números dejan a Petro en un escenario cuesta arriba. Sacó 8.5 millones de votos, 2,5 millones menos que la suma de Hernández y Gutiérrez.

«Murió el uribismo»

 Se presenta en sus redes sociales como “viejito pero sabroso”. Empresario de la construcción santandereano que logró conectar con la población desencantada de los partidos tradicionales, presentándose como un outsider con consignas genéricas y un discurso anti-corrupción.

Su vertiginoso crecimiento en las últimas semanas responde en parte a los manuales del marketing contemporáneo: nada de actos públicos, mucha presencia mediática, incluso escasa publicidad tradicional y un descomunal despliegue en redes sociales, principalmente en TikTok y en grupos de WhatsApp segmentados y geolocalizados.

Hernández es gritón y medio bruto, protagonista de polémicas varias como cuando abofeteó frente a las cámaras a un concejal siendo alcalde o cuando amenazó a un cliente con pegarle un tiro. Tampoco esconde su impronta misógina. “La mujer metida en el gobierno a la gente no le gusta. Es bueno que ella haga los comentarios y apoye desde la casa”, dijo por estos días en una entrevista.

Es difícil de encasillarlo. Arrastra una gran cuota de imprevisibilidad y se viene esforzando por despegarse de la vieja política; “Murió el uribismo. Mi compromiso no es con la derecha ni con la izquierda”, tuiteó en esos días junto a 20 puntos que lo diferencian del uribismo. Está claro que busca evitar un efecto “piantavotos”.

Pero más allá de discursos y estrategias electorales, pareciera ser la apuesta del establishmente para reciclarse, reinventarse con otro rostro y evitar que la izquierda llegue al gobierno por primera vez en la historia colombiana.

La recta final

Quedan dos semanas intensas en las que “el cucho” (viejo) hará la plancha, no asistirá a ningún debate y seguirá apoyándose en la maquinaria mediática y su campaña 2.0. Y en las que Petro intentará llegar mejor parado arañando lo poco que puede sumar de otros partidos y lo mucho que puede sumar en el 45% del electorado que no fue a votar.

 Serán dos semanas en las que arreciará la campaña del miedo contra Petro y Francia, en un país donde la izquierda fue históricamente demonizada -y exterminada-. Dos semanas que terminarán definiendo si Colombia avanza por primera vez hacia un cambio profundo o si los sectores dominantes logran recomponerse con un lobo viejo disfrazado con ropa nueva.  «