El balotaje entre Marine Le Pen y Emmanuel Macron no tomó por sorpresa a los encuestadores. Era una posibilidad prevista en los sondeos, aunque de todas maneras despertó los más diversos análisis acerca de cómo fue que alguien considerado un outsider como el exministro de Economía de François Hollande y una expresión marginal de la ultraderecha xenófoba hubieran desplazado a los partidos tradicionales de Francia. Y algunos se preguntaron si es que finalmente desaparece la tradicional lucha electoral entre socialistas y conservadores, izquierda y derecha. Los ejemplos de lo que ocurre en España con Podemos, lo que pasó con Syriza en Grecia y el fenómeno Donald Trump en EE UU o antes con Evo Morales, Rafael Correa, Néstor Kirchner y hasta Hugo Chávez en Latinoamérica marcan una tendencia. Pero no todos son tan ajenos a la política y no siempre terminan representando valores o intereses tan diferentes de los partidos tradicionales. 

Marine Le Pen es hija del fundador del Frente Nacional, Jean Marie Le Pen, que ya en 2002 «asustó» al llegar a balotaje con el gaullista Jacques Chirac. En aquel momento el ultraderechista había pasado la primera ronda con poco más del 16% de votos ante una izquierda atomizada. Su hija, en cambio, fue forjando un discurso en defensa de los trabajadores y de las tradiciones en un contexto de deslocalización de empresas, pérdida de puestos laborales, fuerte inmigración y pérdida de la capacidad de decisión de París en favor de la Unión Europea. Empezó en esta campaña sumando voluntades desde hace una década y ese 21,3% del 23 de abril fue ganado cara a cara con las víctimas de las políticas neoliberales. 

Macron en cambio, es exponente de una generación que supo hacer dinero en el mundo de las finanzas al punto que es socio de la banca Rothschild y a los 39 años disfruta de una fortuna que creció desde 2008, cuando comenzó la crisis económica más grave del sistema capitalista desde 1930. Tuvo la perspicacia de darse cuenta de que hacía negocio al aceptar la cartera de Economía de un gobierno socialista en caída libre y mucho más al dejarlo cuando Hollande se dio cuenta de que no podía aspirar a una reelección. Macron fundó entonces En Marche! Sus enemigos lo acusan de no tener firmeza ideológica y lo llaman «Monsieur al mismo tiempo»–promete flexibilidad laboral y al mismo tiempo defender los derechos laborales, dice que las 35 horas semanales no sirven para defender el ingreso pero asegura que no las va a tocar– pero por eso mismo le ven grandes posibilidades conformar un nuevo frente de centroderecha. 

El candidato disruptivo, en realidad, era Jean-Luc Melenchon, fundador del Movimiento Francia Insumisa, con una fuerte influencia de la izquierda latinoamericana. Seguramente una de las dificultades electorales que tuvo provino de su apoyo al gobierno de Venezuela en un momento en que los medios culpan al chavismo de casi todos los males. Aun así, logró un 19,6% de votos. Si el socialismo, con un escaso 6,4%, hubiera aceptado sus términos hubiese pasado cómodamente al balotaje y la UE no debiera temer un Frexit por un posible triunfo de Le Pen. 

Algo parecido le pasó a Bernie Sanders en la interna demócrata. Era el candidato que representaba los valores de un laborismo aggiornado en contra del sistema pergeñado por el establishment en torno de los tratados comerciales. Pero no logró atravesar la dura capa conservadora que gobierna al partido desde los 90 y muchas de sus banderas terminaron en las manos de Donald Trump. Aunque claro, con intereses diametralmente opuestos. Sanders también plantea una visión muy cercana a los gobiernos latinoamericanos de los últimos años. 

Es que desde la llegada de Hugo Chávez al poder en 1999, una corriente de rechazo al neoliberalismo comenzó a tomar fuerza en la región, a caballo, además, de la crisis económica. Chávez rompió con el bipartidismo y creó una opción de poder que ahora sufre el embate de los dos movimientos tradicionales unidos con otro grupo de dirigentes que si algo tienen en común es su «antipopulismo». 

Similares salidas se dieron en Bolivia, con el dirigente cocalero Evo Morales, y en Ecuador, con el economista Rafael Correa. Puede decirse que ambos surgieron de la crisis del sistema partidario, pero de hecho lograron una estabilidad política inédita para la historia moderna de esas naciones. La llegada de Néstor Kirchner al gobierno en 2003 tiene similitudes con la elección francesa. Incluso en el resultado cercano de los cuatro candidatos más votados en medio de un descomunal descrédito en la dirigencia. El santacruceño rompió con los viejos esquemas, habrá que ver qué pasa en Francia. «