La mala palabra en América Latina es Venezuela. Como un virus altamente contagioso, con sólo decir “Venezuela” uno ya se contagia. El único antídoto es decir “dictadura”. Lo comprobó el primer canciller designado por el uruguayo Luis Lacalle Pou, Ernesto Talvi. Pocas palabras le bastaron para ser expulsado del gobierno a dos meses de asumir. “Este canciller no va a decir en este rol esa palabra y lo que yo piense respecto del régimen que gobierna Venezuela dejó de ser relevante en el momento en que asumí este cargo”.

Le está pasando algo similar al gobierno argentino. Los medios concentrados le exigen a Alberto Fernández encolumnarse detrás de los mandatarios que siguen a pie juntillas los lineamientos del Departamento de Estado. Como no dice la palabra mágica, hay un acoso permanente.

La renegociación por la deuda de Ecuador es puesta como ejemplo, por los mismos endeudadores seriales que llevaron al desastre argentino. El ministro de Economía ecuatoriano explica así el éxito de su gestión: “No es negocio estar junto a (Nicolás) Maduro, no es el camino”.

El ministro de Relaciones Exteriores Felipe Solá salió a desmarcarse del embate mediático sobre Venezuela. “Es un gobierno autoritario, sin dudas”, dijo, con lo que desconcertó a muchos de los propios sin congraciarse con los ajenos. No dijo “dictadura”. Y para colmo, le dieron asilo a Evo Morales, dicen los voceros de Washington.