“Desaguadero, Desaguadero, Desaguadero”, dice el mantra que recita el voceador en la parada de minibuses frente al Cementerio General de La Paz. Son las 6 de la mañana y los pasajeros matan la modorra matinal leyendo el diario, comiendo marraquetas o quejándose por la suba del precio de los pasajes. Ya pasaron algunos días desde que decidí dejar Buenos Aires para emprender un acelerado trip vacacional y algo lisérgico para escribir una crónica sobre las playas de Bolivia Mar. Atrás quedaron la escalada en flotas, trenes, taxis y caminatas eternas hasta las alturas paceñas; atrás quedaron las largas noches de festejos carnavaleños en la Quebrada de Humahuaca y las largas mañanas de ch’aqui curadas a base de jugos multivitamínicos exprimidos por sapientes cholas de mercado; y mucho más atrás quedaron las bromas y el sarcasmo de mis amigos porteños, que me ofrecían una tabla de surf o patas de rana para que disfrutara del mar boliviano. Pobres giles, hay que saber entender, el mal humor y las ironías son algunos de los rasgos que suelen caracterizar a mis paisanos.

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En la frontera de Desaguadero, en el límite entre Perú y Bolivia, la referencia más cercana al Pacífico es una caserita que ofrece platazos de ceviche a dos soles y unas fotos de playas hawaianas que cuelgan en las paredes de una casa de cambio. Seis horas de viaje en un bus destartalado que cruza la cordillera y me deposita en Moquegua, a pasitos de mi destino final. Por la tarde, un taxi que vuela por la carretera cordillerana me lleva a Ilo. Cruzando las dunas, cuando ya la noche inunda las costas del Pacífico, el taxista señala un punto donde se erige un monumento en las playas de Bolivia Mar.

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Ceviche y chuño

Les confieso que este viaje comenzó hace un tiempo largo, quizá un par de años, cuando vi una imagen en una página de Internet. Para ser más precisos, la instantánea también ilustró las páginas de varios diarios sudamericanos. La foto mostraba las costas de Bolivia Mar, donde un grupo de cholitas marinas bailaban descalzas en la arena agitando tricolores bolivianas y multicolores wiphalas. Después me enteré que las mujeres andinas de pollera formaban parte de la delegación que acompañó al presidente Evo Morales a la hora de relanzar un acuerdo firmado originalmente en 1992 por los entonces mandatarios Jaime “El Gallo” Paz Zamora y el nefasto “Chino” Fujimori. Con el mar de fondo, y dando por superadas antiguas diferencias, cuentan que el presidente peruano Alan García le dijo a Evo y su comitiva: “Nos hemos reunido aquí, a orillas del mar de Ilo y, por última vez los dos presidentes de espaldas al mar, para decir que el mundo integrado y fraterno, en la hermandad entre Bolivia y Perú, este también es un mar boliviano.” Parece que luego de los saludos protocolares, los intercambios de condecoraciones, el brindis de honor y los anuncios de futuras inversiones, el desarrollo de Bolivia Mar aún está en pañales.

Lejos del teatro de operaciones diplomático, en el puerto de la ciudad los pescadores ileños me cuentan que están más preocupados por las consecuencias que les puede deparar el maretazo japonés. Ante la atenta mirada de una docena de hambrientos pelícanos, y rodeadas de frescos ejemplares de corvina, diamante y perico, Pilar y María, dos vendedoras minoristas de “frutos de mar”, cuentan que la depredación y el cambio climático están terminando con la pesca local. “El mar es lo que nos da de comer, si no hay pescado, Ilo muere”, advierte Pilar mientras le sube el volumen a una pequeña radio que hace sonar un clásico de Los Shapis. Su comadre María, una “maestra en el arte de preparar ceviche” -según se define-, dice que está algo cansada de las extensas horas de trabajo y de la preocupación  y los nervios cada vez que su marido sale mar adentro. Cuando la consulto sobre el emprendimiento de las playas de Bolivia Mar, Pilar responde sin rodeos: “La idea es importante, pero en 18 años, Bolivia si apenitas ha invertido algo. Los bolivianos que aquí vienen de vacaciones se traen su chuño y su papa y poco gastan en Ilo. Y hay que ser realistas, el costo de vida es muy caro en el Perú, es más un sueño que una realidad.”

El olvidado monumento a la memoria

“El monumento de Bolivia Mar es una obra de agradecimiento. Creo que los bolivianos no somos agradecidos”, me cuenta el pintor potosino Ricardo Pérez Alcalá, mientras juguetea con su rala y canosa barba en su taller de trabajo erigido en el barrio de Aranjuez, en la zona sur de La Paz. El acuarelista más prolífico de la historia boliviana y autor de algunos de los edificios más emblemáticos del país recuerda que la idea de construir un monumento en Bolivia Mar surgió casi de la noche a la mañana: “Hacía varios años que estaba viviendo en México y casi por casualidad unos amigos me comentaron de la inesperada noticia de que Perú nos cedía cinco kilómetros de costa y me emocionó mucho la idea. Entonces regresé a Bolivia -esa obra me hizo volver a mi país- y tuve una reunión con el entonces presidente Paz Zamora, donde le plantee que me ofrecía para construir una obra con la cual los bolivianos le agradeceríamos al Perú su gesto. Me acuerdo que el presidente me miró y me dijo que en el país nadie había agradecido, que ni él había agradecido. Y entonces sólo me pregunto: ‘dónde y cuándo’”.

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Pérez Alcalá todavía recuerda con nostalgia los frenéticos 15 días en su taller diseñando la estructura (los rostros de dos mujeres andinas: la mujer boliviana mirando el mar y la mujer peruana custodiando la cordillera), aquellas maratónicas semanas soldando los 180 mil puntos que conforman la estructura y la dedicación inquebrantable de los obreros que trabajaron día y noche bajo el abrazador sol del desierto y el manto frío de los vientos del Océano Pacífico.

Con cierto pudor, mientras compartimos un vaso de whisky, Pérez Alcalá dice que, como muchos bolivianos, siente al mar como un espacio distante. “Desde niño, y como potosino, lo concebía como algo lejano. También debo reconocer que le tengo mucho respeto al agua. El Pacífico es bastante frío, violento, y debo confesar que no nado demasiado bien. Además, no me gusta bañarme”. El recorrer las páginas de un álbum de fotos que resume su titánico trabajo en Bolivia Mar, Pérez Alcalá rezonga porque siente que su obra ha quedado relegada y abandonada. “Los gobiernos de ‘Goni’ Sánchez de Lozada, de Banzer, de Evo Morales no hacen referencia al monumento. De alguna manera, a la mayoría de los bolivianos les importa un pepino Bolivia Mar. Debemos tener un complejo muy fuerte, porque no queremos hablar del tema. Yo lo pensé también como una obra para ayudar a recordar, para tener memoria. Pero le confieso que ahora lo siento más como un monumento al olvido.”

Las Malvinas son bolivianas

Desde que terminó la Guerra del Pacífico, Bolivia ha explorado, con grandes frustraciones, diversos senderos para recuperar una salida soberana al Océano Pacífico. Desde el “Abrazo de Charaña” del año ’75, entre los dictadores Hugo Banzer Suárez y Augusto Pinochet (que proponía un corredor soberano para los bolivianos a través de la frontera norte de Chile), o el tratado conocido como “Lagos-Banzer” del año 2001 (una concesión de una zona costera sin soberanía en el sur de Arica, en Chile), y hasta la agenda de 13 puntos firmada en 2007 por la mandataria chilena Michelle Bachelet y el presidente Morales. Ninguno ha traído grandes avances para Bolivia en el tema marítimo.

En un alto en mi camino, fricassé y Fanta Naranja-Mandarina de por medio en pleno Mercado Rodríguez, el escritor paceño Roberto Cáceres me cuenta que la actual coyuntura latinoamericana puede ayudar a Bolivia en su demanda marítima, pero no ve que se puedan dar grandes cambios para los próximos años. Con cierto humor, Cáceres advierte: “una de las salidas posibles ya la expuso Jorge Luis Borges hace varios años: la Argentina y Gran Bretaña se tendrían que poner de acuerdo y adjudicar las Malvinas a Bolivia, para que nuestro pueblo pueda conseguir por fin una salida al mar. Y quien habla no deja de pensar que algún día, los bolivianos lo recuperaremos. Sueño con darme un chapuzón en nuestras aguas. Y seguro que podrás darte un clavadito vos, gauchito.”

Pescador de ilusiones

Como todas las mañanas, Carlos espera paciente que la marea alta del Pacífico haga su trabajo y algunas despistadas corvinas queden atrapadas, en las redes que tendió en las costas desoladas de Bolivia Mar. Carlos cuenta que tiene casi 50 años, que nació en Ilo -el puerto ubicado 15 kilómetros de Bolivia Mar- y que desde hace algunos meses, después de haber vivido varios años en Buenos Aires, se está ganando el pan pescando. “Tenía mi casa en Boulogne Sur Mer y Tucumán, en pleno barrio del Once. Pasé más de 20 años trabajando en un taller mecánico en el Bajo Flores. Aquí me ve ahorita, pescando en el mar boliviano”, me explica sonriendo el hombre, mientras degusta un jugoso sándwich de lomo salteado que su hermano Antonio le trajo como desayuno.

Un cartel caminero, un camino pedregoso que atraviesa una pampa arenosa, un descomunal monumento algo oxidado que deja ver el rostro de dos mujeres, un pequeño barranco, las playas vírgenes y la inmensidad del violento Pacífico. Un abandono ejemplar luce Bolivia Mar. “Pocos son los bolivianos que vienen, amigo –me cuenta Carlos mientras recoge las redes en la playa-. Al boliviano se lo ve respetuosos frente al mar, y pocos son los que se meten al agua. Aquí la costa es más para embarcadero, la correntada es muy fuerte y no es para bañarse. Si te métes al mar, en una de esas no vuelves.”

Antes de emprender la vuelta hacia Ilo, cargado con una veintena de corvinas, Carlos me advierte: “Yo veo difícil que Bolivia pueda recuperar una salida al mar por el lado de Chile, mi amigo. Más lo veo por nuestras costas, porque más pacíficos los peruanos somos.” Carlos se aleja por la playa y decido pegarme un chapuzón, mientras cuatro o cinco cóndores que dormitan en lo alto del monumento me vigilan cual guardavidas. El agua está helada y la marea chupa con una fuerza que haría recular al más patriota de los paceños. Serán unos pocos minutos, pero vale la pena nadar unos metros de crawl en el mar boliviano.

Esta crónica integra el libro Hora boliviana (Editorial El Cuervo).