Las casi cuatro semanas que pasaron desde las elecciones presidenciales en Serbia aún no lograron apaciguar las aguas en el país balcánico. Desde principios de abril cada día se llevan adelante protestas en las principales ciudades en contra del primer ministro Aleksandar Vucic, que en los comicios superó el 55%, le sacó casi 40 puntos porcentuales al segundo y el 31 de mayo abandonará su cargo para pasar a ser Presidente. Su nueva posición es casi netamente ceremonial pero puede torcerle el rumbo al gobierno si el que la ejerce es suficientemente hábil o ambicioso, como efectivamente lo es el nacionalista Vucic. Mientras él afianza su poder, miles de personas desde las calles hablan de “dictadura”.

A escasas horas del triunfo oficialista, cinco mil personas frente al Parlamento Nacional en Belgrado cortaron la avenida bajo la consigna “Vucic Gotov Je” (Vucic, estás acabado). También hubo entonces convocatorias frente a la sede de la Comisión Estatal Electoral y en la central Plaza de la República. Pronto las marchas se esparcieron por todo el país y desde entonces no se han detenido. Más allá de la retórica antisistema y de las pancartas que comparan a Vucic con Adolf Hitler, estas convocatorias incluyen una serie de reclamos concretos relativos a la libertad de prensa, leyes laborales, descentralización del gobierno y una seria reestructuración del sistema político y de las elecciones.

Oficialmente no hay líderes ni organizadores, pero hay un nombre que parece haber nucleado a buena parte de los que hoy se manifiestan aún antes de las elecciones. Se hace llamar Beli y es un joven de apenas 25 años que quedó en tercer puesto con casi el 10% de los votos.

En las elecciones parlamentarias del 2016, el comediante y estudiante de comunicación Luka Maksimovic fundó el partido No Probaste el Sarma (SPN), que pretendía mofarse del sistema político serbio y de las propuestas absurdas de candidatos que se autoproclaman “serios”. Así nació su personaje más famoso: Ljubiša Preletačević, un enorme y complejo chiste que ha puesto en jaque al sistema político de un país en donde raramente votan más del 60% de los ciudadanos. El apellido del ficticio personaje deviene de la palabra serbia preletač, que refiere a un político que cambia de partido constantemente según le convenga, y su apodo, “Beli”, que significa blanco, refiere irónicamente a su pureza y honestidad. Usa enormes joyas, viste un traje completamente blanco, zapatos blancos, corbata blanca, y se pasea en un caballo, por supuesto, blanco. En sus fotos oficiales se lo exhibe de la forma más ridículamente mesiánica posible.

Durante la campaña para las elecciones presidenciales del domingo 2 de abril, el equipo de SPN fue sumamente activo en redes sociales, especialmente publicando numerosos videos en YouTube. Pero Beli también viajó por todo el país con su megáfono, anunciando que crearía nuevas colinas para las zonas llanas (“porque acá no se puede usar un trineo”) y llevaría el mar a Serbia (“porque necesitamos nuevas playas”). Declaraba desvergonzadamente que durante su mandato no habría más corrupción que la suya y que haría más promesas que nadie, tres veces más promesas que cualquier otro candidato.

Beli apareció casi de la nada, no tenía contacto alguno con la política y apenas si nació como una sátira. Pero su popularidad creció exponencialmente en el último año, especialmente entre los más jóvenes, y en las elecciones superó a candidatos con trayectorias importantes, entre ellos Vuk Jeremic, ex Presidente de la Asamblea General de las Naciones Unidas; al líder de la oposición Vojislav Seselj; o Aleksandar Popovic, que presidió los ministerios de Minería y Energía y de Ciencia y Protección Ambiental. Las principales ciudades serbias se cubrieron de pintadas que claman “¡Ave Beli!”, como si fuera un César, el salvador que todos esperaban.

Claro que nadie realmente espera que Maksimovic (y su personaje Preletačević) cambie el rumbo del país, pero sin dudas se trata de un fuerte mensaje político. En un mundo en el que candidatos que se dicen serios hacen promesas cada vez más vanas, Beli fue percibido por la juventud serbia como un poco de aire fresco, algo nuevo, distinto, un gran chiste que es también voto bronca. Mezcla de protesta, reclamo e insulto. El casi 10% que obtuvo el ficticio personaje es un voto antisistema, pero también de demanda y llamada de atención ante el cada vez más poderoso partido gobernante y la cada vez más fragmentada y debilitada oposición.

Con el triunfo oficialista consumado, Beli cedió su espacio a los manifestantes que hoy toman las calles con reclamos que ya no tienen nada de ironía o sátira. Los que ahora levantan pancartas fueron los jóvenes que votaron a un candidato abiertamente ridículo y absurdo, tan sólo como una forma de equipararlo a otros políticos. Muchos votaron por primera vez y quizás alguno vuelva hacerlo en las próximas elecciones parlamentarias. Puede que incluso el chiste de Beli haya sido el principio de un cambio concreto para Serbia, el acceso de una nueva generación al debate político, el necesario recambio en una nación que ha padecido guerras y bombardeos en las últimas décadas.

De alguna forma, Beli ya ganó.