Lejos de lo que significan para los centroamericanos, los diez países sudamericanos que participan de la fase clasificatoria para el Mundial de Fútbol 2022 son receptores, también,  de las remesas que los emigrados envían a sus familias en los lugares de origen. Quizás eso explique por qué en la publicidad desplegada en el perímetro de los estadios, haya tenido una presencia protagónica el aparato financiero que domina, en la región y en el mundo, el codiciado negocio de las remesas. Un dato del Banco Mundial le da forma a todo esto: el año pasado, el total de lo girado a casa por los trabajadores de todo el mundo rozó los 700 mil millones de dólares, algo así como dos veces el producto bruto interno (PBI) argentino, cerca del doble del valor de toda la producción nacional de bienes y servicios.

Basado en información de los bancos centrales nacionales, el BM señaló que para muchas economías las remesas son “fundamentales”, porque además de garantizar el alimento, la educación y la salud de millones de personas, son la mayor fuente de financiamiento de los países de ingresos bajos. En muchos significan más del 10% del PBI (en Guatemala y República Dominicana, por ejemplo) y hasta más del 20% (en El Salvador y Honduras). Si se considera que las remesas llegan fundamentalmente de tres países con sus economías en retracción –Estados Unidos, España, Italia–, profundamente castigados por su manejo cuasi criminal de la pandemia de coronavirus, se entiende por qué tantos gobiernos se alarman ante los pronósticos pesimistas del BM y el Fondo Monetario Internacional.

México, uno de los gigantes de la región, es un caso notable. En un informe de abril pasado el Banco de México señaló que el envío de remesas desde Estados Unidos creció al 3,8% del PBI. Con respecto al año anterior aumentaron 7,4%. Para dar la real dimensión de los números, el banco estatal precisó que eso superó los flujos de la inversión externa directa y de las exportaciones petroleras del año pasado sumadas. En 2019, y por lo que pinta 2020, las remesas se consolidan como la segunda fuente de ingreso de divisas, después de las exportaciones automotrices. México no corre peligro. Por estar relegados a lo más bajo de la pirámide laboral, sus emigrados fueron los primeros en volver al trabajo después de que el presidente Donald Trump relajara todos los controles, como algunos lo piden aquí, y acelerara el índice de reproducción y muerte del coronavirus en Estados Unidos.

En Ecuador, el flujo de remesas ingresadas en 2019 superó los 3000 millones de dólares, un equivalente a sólo el 3% del PBI, y en Bolivia el Banco Central señaló que lo ingresado el año pasado superó los 1300 millones. Contra lo que dicen los xenófobos locales, no es desde Argentina que “ingresan los dólares que les dan de comer a los bolitas”. Al Altiplano las remesas llegan, en su orden, de España (40%), Estados Unidos (19%), Chile (12%) y recién después Brasil (6,5%) y Argentina (4,8%). Algo similar ocurre con Paraguay. En los primeros once meses de 2019 –hasta el traspaso de gobierno– los giros de los “paraguas” desde Argentina fueron 36,5% menores a los de 2018 y 45,8% por debajo de  enero-noviembre de 2017. Las cosas no andaban bien por estos pagos). En contraposición, los envíos desde Brasil crecieron el 147,7%.

En Argentina, que en el pasado fue un país netamente emisor, las cosas estarían cambiando. Un vocero de la empresa XCoop citado por Infonegocios en junio pasado, aseguró que el flujo receptivo crece y “la tendencia ya se está consolidando este año, por lo que no sería de extrañar que en este 2020 el ingreso de divisas familiares sea mayor a su salida”.

La pandemia, que salvo en México –y no es del todo seguro– provocará una retracción en las remesas, es decir en la comida de todos los días de infinitas familias, sin embargo tiene para algunos su lado positivo. El sistema financiero y sus laderos festejan que el Covid-19 haya logrado lo que el neoliberalismo –llámense Pinochet en Chile o Cavallo en Argentina– no pudo: que millones de personas hayan abierto la primera cuenta bancaria de sus vidas. Que se hayan bancarizado, le dicen. Como “por precaución” el cobro de las remesas o el de las ayudas estatales no es presencial, los gobiernos y los bancos, y la telaraña de empresas parásitas de las remesas –las de los estadios del Mundial– acordaron abrir cuentas sin costo, desde un celular. “Es una maravilla, porque todo el mundo tiene un móvil”, celebró José Manuel Salazar Xirinachs, un ex OIT que ahora asesora al gobierno de Costa Rica.

El BM y la ONU aseguran que unos 2500 de los 7800 millones de habitantes de este mundo no usan (no usaban) servicios financieros formales. Y que el 75% de quienes sobreviven en la pobreza no tiene cuenta bancaria. Pero todo cambia. Con una tasa de bancarización del 70%, en Brasil fueron 2,5 millones de personas las que abrieron su primera cuenta en sólo un mes. Entre marzo y mayo las cuentas corrientes aumentaron un 38% en Chile, llevando a los bancarizados a un 74,3%. En Costa Rica, con cinco millones de habitantes, “abrieron su cuentita 180 mil personas en tres días. Impresionante, eran informales o domésticas que no tenían ni idea de lo que era un cajero automático”, dijo un exultante Salazar Xirinachs. Aún falta, pero ya se sabe, “piano piano si va lontano”. Y mientras, los negociantes de las remesas cobran su lindo porcentaje a los felices nuevos bancarizados de este mundo.


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