No es novedad que la región está en disputa entre una derecha que no se resigna a perder sus privilegios y cada vez tiene menos pruritos democráticos, y las fuerzas populares que defienden la participación política como la única forma de convivencia civilizada. Al malestar con que las élites chilenas deben tolerar la dilución del régimen pinochetista en una Convención Constituyente presidida por una mujer mapuche, se suman las chicanas para impedir o condicionar la presidencia de Pedro Castillo en Perú. El Mercosur vivió estos días un nuevo capítulo de esta disputa, cuando el presidente uruguayo, Luis Lacalle Pou, confirmó la voluntad de negociar acuerdos comerciales sin esperar el consenso del resto de los países, una tesitura que encontró el beneplácito fervoroso del gobierno de Jair Bolsonaro, que asumió la presidencia pro témpore del organismo.

Un dato no menor es que, mientras tanto, en Italia la Corte de Casación ratificaba la sentencia definitiva a cadena perpetua contra 14 militares sudamericanos por los crímenes cometidos en el Plan Cóndor de los años ’70, al tiempo que el expresidente Evo Morales catalogaba como una reedición de aquel plan de exterminio la ayuda de gobernantes de derecha regionales al golpe de noviembre de 2019, entre ellos Lenín Moreno y Mauricio Macri.

El Mercosur nació oficialmente en 1991, con las firmas de Carlos Menem, Fernando Collor de Mello, Andrés Rodríguez y Luis Alberto Lacalle, el padre del actual mandatario oriental. Pero la piedra basal la habían instituido Raúl Alfonsín y el brasileño José Sarney al inaugurar el Puente de la Fraternidad en 1985.

La propuesta era crear un organismo de integración que, a la manera del primer tratado de Hierro y el Carbón de 1950, llegara a una entidad supranacional como la Unión Europea. Por aquello de que unidos hay más peso específico para jugar en las grandes ligas.

En este siglo, el Mercosur se consolidó como algo más que una unión aduanera y fue creciendo hasta incorporar a Venezuela, aceptar el ingreso de Bolivia y auspiciar gobiernos progresistas en el continente. De hecho, el golpe contra Fernando Lugo en Paraguay fue un golpe al corazón en la ciudad donde tiene su sede.

La suspensión del Estado Bolivariano fue la segunda señal de que soplaban otros vientos. El castigo a Caracas era también a quienes habían osado desafiar los cánones impuestos desde Washington.

Las derechas políticas y las élites económicas saben que su único modelo de supervivencia es el neoliberal. El Mercosur del siglo XXI sentaba las bases para un proyecto alejado de aquel que Menem y el padre del presidente uruguayo habían plantado en los años del Consenso de Washington.

Por eso Lacalle Pou apunta al centro neurálgico del Mercosur que potenciaron Lula da Silva y Néstor Kirchner: la decisión 32/00, del año 2000, que reafirma “el compromiso de los Estados de negociar en forma conjunta acuerdos de naturaleza comercial con terceros países o agrupaciones de países extrazona en los cuales se otorguen preferencias arancelarias” y establece que a partir del 30 de junio de 2001, “los Estados Partes no podrán firmar nuevos acuerdos preferenciales o acordar nuevas preferencias comerciales (…) que no hayan sido negociados por el Mercosur”.

Ya lo había adelantado Lacalle Pou en la celebración de los 30 años del organismo, cuando dijo que esa disposición era un corset que va contra los intereses de Uruguay y que representa un lastre.

Bolsonaro fue crítico con el gobierno de Alberto Fernández esta semana. Dijo que la presidencia temporaria de Argentina “dejó de corresponder a las expectativas y necesidades”, como por ejemplo “la revisión del Arancel Externo Común y la adopción de flexibilización de negociaciones comerciales con socios extrabloque”.

El ministro de Economía de Brasil es un adalid de la Escuela de Chicago. Si fuera por Paulo Guedes, ya habrían privatizado todas las joyas de la abuela brasileña y ya habrían sepultado al Mercosur.

A la mayor apertura aduanera se oponen las autoridades nacionales porque saben del desastre que puede causar a una industria ya golpeada por el macrismo y la pandemia. Pero los industriales brasileños también saben que su suerte pende de ese textito que la dupla Bolsonaro-Lacalle Pou pretende eliminar.

Con unos 13 millones de kilómetros cuadrados de superficie, cerca de 300 millones de habitantes y un PBI de 4600 billones de dólares, el Mercosur es la quinta economía mundial. Si a eso se le agregan los recursos naturales y humanos de que dispone, es difícil no admitir que es una potencia de primer orden. Pero los sectores del establishment no hacen la misma lectura. Si a nivel político deben entregar el poder, al menos en lo económico, piensan, pueden mantener las riendas, y a eso apunta la dilución del Mercosur. Jugar en mitad de la tabla para mantener el kiosquito.