El Medio Oriente actual es resultado de diversos procesos de adaptación a una modernidad que le fue impuesta por las potencias europeas. Esos países decidieron el futuro de la región en negociaciones realizadas en elegantes palacios y respondiendo más a sus intereses colonialistas que al bienestar de los habitantes de esta heterogénea zona. La gestación del modelo de Estados nación en el mundo árabe ha dado como resultado países centralizados, desiguales y en una crónica crisis económica y política incapaces de satisfacer las demandas de sus ciudadanos.

En su excelente libro “After the Spring. Economic transitions in the Arab World” Magdi Amin indica tres áreas en la cuales varios países árabes como Egipto, Líbano, Siria, Argelia y Libia (por mencionar algunos) se han ido quedando cortos en los estándares modernos: desarrollo económico, social y competitividad militar. Amin brinda un dato escalofriante al afirmar que dichos países se encuentran entre los peores a escala mundial en términos de valor agregado por trabajador empleado.

Entre algunos de los desafíos no resueltos de la modernidad en algunos países del Medio Oriente destacan los efectos sociales negativos de un sistema internacional en el cual están en clara desventaja; la falla de la gran mayoría de los gobiernos del Medio Oriente en competir en ese sistema y una frustración creciente de una sociedad que entiende que sus gobernantes la han explotado y humillado en beneficio de una élite gobernante que hoy se encuentra repudiada a lo largo y ancho de la región.

El contrato social en el mundo árabe se ha roto de forma violenta y sin visos claros de que a corto y mediano plazo las cosas puedan mejorar. La inhabilidad e indolencia del Estado y su élite gobernante ante las demandas sociales y las desigualdades inherentes a la constitución de los Estados nación son las principales razones de las actuales protestas sociales más allá de las diferencias sectarias que, en el caso de Líbano, han guiado el análisis académico y político por décadas.

La historia de Líbano como Estado nación es de inestabilidad, violencia e intervenciones de países vecinos más poderosos que han librado en su territorio muchas de sus guerras. Las bases de la República libanesa se encuentran en la Constitución de 1926, redactada con el objetivo de lograr cierto equilibrio político entre las comunidades cristianas y musulmanas del país. El sistema confesional libanés buscaba dividir el poder político entre diferentes comunidades religiosas de acuerdo con su peso poblacional, objetivo que ha sido imposible debido a los cambios demográficos del país que no han sido acompañados por cambios constitucionales y legales.

Además de las tensiones internas el país de los cedros ha padecido invasiones e influencias  militares, económicas y políticas de países como Siria e Israel que, con la complicidad de ciertos grupos libaneses, han jugado un rol desestabilizador y violado su soberanía. Las invasiones israelíes (1978 y 1982), la perversa influencia siria, el pasado colonial francés y la ineptitud y corrupción de la clase política han viciado, tensado y dañado no sólo al Estado y sus instituciones sino también al sentido de pertenencia e identidad libanesa a pesar de los esfuerzos de la amplia y poderosa diáspora libanesa que se extiende por todo el mundo.

La aparición de Hezbollah en el escenario político, económico y militar libanés fue un síntoma del cambio demográfico y social experimentado por la sociedad libanesa y significó un reto a la élite maronita/sunita. La resistencia de Hezbollah a la invasión israelí de 1982 y su intervención social en las zonas chiitas más desfavorecidas (junto a Amal, grupo que precedió en el tiempo a Hezbollah y que sigue operando) posicionaron a este grupo radical en gran parte del tejido social libanés en detrimento de un Estado ausente e incapaz de lidiar con las dificultades cotidianas de sus ciudadanos.

El 14 de febrero de 2005 marcaría un momento coyuntural cuando más de un millón de personas salieron a las calles libanesas a protestar por la presencia de fuerzas sirias establecidas en suelo libanés desde la guerra civil que azotó al país en 1975 y que, en opinión de varios libaneses, resultaba dañina para el desarrollo del país ya que restringía su libertad de acción regional al condicionarlo a los deseos de Damasco y ahondaba la división intercomunitaria.

La espectacular y solidaria manifestación del 2005, llamada “La Revolución del Cedro”, que logró el retiro oficial de las fuerzas sirias (aunque no eliminó su influencia), demostró que el Líbano contemporáneo buscaba un cambio estructural que trascendiera las líneas comunitarias y religiosas que han marcado de manera negativa la historia del país. Hay que señalar que la comunidad shiia estuvo ausente en estas manifestaciones sociales debido a las instrucciones de Hezbollah de mantenerse al margen.

Lo que ha ocurrido en octubre de 2019 y ha llevado a las calles a más de 1.5 millones de personas, es al mismo tiempo herencia y rompimiento con la revolución del 2005 pues ha logrado trascender las divisiones religiosas, sociales y comunitarias al expresarse en clave meramente nacional A las manifestaciones se ha sumado la sociedad chiita y ha puesto en jaque a una coalición de gobierno incompetente en resolver los problemas que afectan a los libaneses de clase media como: desempleo, nulo crecimiento económico, carreteras y comunicaciones deficientes, problemas en el suministro de la electricidad, un sistema de recolección de basura inexistente, entre otros agravios insoportables para unajoven sociedad libanesa más interconectada con el mundo, más preparada académicamente, más crítica con las esferas de poder y, lo que es más importante, sin miedo.

La indolente propuesta gubernamental de establecer un impuesto a las llamadas de WhatsApp y un paquete económico con políticas de austeridad demostró tanto la desconexión de la clase política con la sociedad como la desesperación por obtener recursos en un país que “creció” 0.3% el año pasadoy ha resultado ser la chispa necesaria para que detonara un movimiento social poderoso y auténtico que ha desembocado en la renuncia del Primer Ministro y que, en el fondo, desafía no sólo al gobierno libanés sino a la comprensión académica de este bello y orgulloso país que busca, como muchos otros países del Medio Oriente y América Latina, un cambio estructural y un futuro mejor.