Un crónica posible de cualquier sección de internacionales podría encabezarse con la noticia de que Arabia Saudita eliminó la pena de flagelación, bajo la supervisión directa del príncipe heredero Mohamed bin Salmán, aunque se seguirán aplicando otras torturas aberrantes como la decapitación y la amputación de manos. También podría recordarse que un día como hoy, el 26 de abril de 1937, la ciudad vasca de Guernica fue bombardeada por aviones alemanes e italianos, con la aprobación del general Francisco Franco: la Operación Rügen. El arte de Picasso lo recordará por siempre.

Pero estos son días de coronavirus. Y ayer, a las 15, la cifra en blanco sobre fondo negro pasó los 200.000. Es la cifra de muertos en el mundo por la pandemia que, entre otras organizaciones, brinda la Johns Hopkins University Press. Y a la izquierda de esa macabra tabla, el número de contagiados en el planeta se acerca a los 3 millones, nada menos, y los propios de EEUU, son cerca del millón. O que en Italia, los fallecidos son más de 26 mil, la mitad que en los Estados Unidos, pero más del doble que en Nueva York. O que en una villa argentina se contagió un bebé, y como contraposición las curvas de rendimiento que logró el país es la lucha contra la pandemia son “satisfactorias”.

Toda noticia es la crónica del horror que se prolonga, aun cuando haya algunas señales de recuperación. Por caso, en Francia, donde se reportaron ayer 389 muertes, la cifra más baja en lo que va del mes, aunque el virus ya arruinó el sacrosanto verano de los franceses que, al igual de los italianos y españoles, tendrán prohibido viajar al exterior y en sus playas se empezaron a preparar cubículos para evitar el contagio, entre otras medidas.

Por otro lado, en Alemania, la “niña modelo” europea en la pelea contra la pandemia, se aguarda para las próximas horas un rebrote calculado, y por eso se retardan las medidas de flexibilización de aislamiento, al tiempo que sigue transformando el centro de exposiciones de Berlín en un hospital para recibir hasta 1000 pacientes.

Mientras que en Italia, por un lado, el gobierno italiano informó que más del 44 % de los contagios en el país se produjo en geriátricos y que las cifras de muertos sigue “en baja”: ayer se produjeron “sólo” 415 fallecimientos. Pero por el otro, desde muchos balcones de toda la península, se cantó el «Bella Ciao», aquel hermoso tema de los partisanos que se convirtiera en símbolo de la lucha contra el régimen de Benito Mussolini. Es que ayer se cumplieron 75 años de la caída del fascismo. Y eso también es noticia.

Latinoamérica: hambre, protesta y represión

Varias ciudades de Colombia amanecieron con bloqueos en sus ingresos provocados por los pobladores que reclamaban alimentos y rechazaban la presencia policial. Saqueos y trapos rojos, especialmente en las barriadas, son la imagen del hambre. Hace un mes y un día, el presidente Duque prometió ayuda que nunca llegó. Hoy el país, además, soporta casi 5000 casos de coronavirus, con 230 muertos.

Decenas de manifestantes en la Plaza Baquedano de Santiago de Chile, fueron reprimidos por los Carabineros, mientras una agrupación de empleados estatales fueron detenidos tras poner lienzo en contra del retorno al trabajo presencial frente a La Moneda. El ministro neoliberal de Salud, Jaime Mañalich, afirmó que cerrar la educación “fue un grave error. La educación chilena es primordialmente privada. Los contagiados superaron los 12 mil casos y los muertos son más de 200.

 “No tenemos qué comer… Nos van a matar de hambre, o a los palazos”, decía una mujer limeña, con sus niños de la mano, golpeado en la cara por un policía: es una de tantas y tantas familias que dejan Lima, tras haber llegado a buscar una salida a la pobreza registrada en otros lugares del país y que fueron reprimidos en la capital incaica. En un Perú con 1.300 policías que debió reemplazar a su ministro del Interior. Llevan 22 mil casos y casi 700 muertos.

Son episodios de estos días. Historia que no sorprenderían, por repetidas, si se hubieran contado antes de la pandemia. Pero el coronavirus, que es el indudable epicentro en las vidas cotidianas de los pueblos de buena parte del mundo y por supuesto, de los sudamericanos, no evita los reclamos por las ausencias recurrentes, ni le pasan un trapo a la represión que suelen caer sobre esos sectores. La época sólo exige nuevas modalidades.