El presidente ruso, Vladimir Putin, enfrentó una semana dramática cuando habían pasado pocos días de lo que pareció un triunfo importante para el prestigio de la ciencia rusa, como fue el anuncio de la vacuna Sputnik V contra el coronavirus. Mientras a 700 kilómetros de Moscú, en la capital bielorrusa el presidente Alexander Lukashenko ordenaba al ministro de Defensa estar en alerta para “defender la integridad territorial”, en Berlín trataban de urgencia al opositor Alexei Navalni, trasladado desde Siberia con un presunto cuadro de envenenamiento.

La crisis en Bielorrusia se potenció desde que el 6 de agosto pasado Lukashenko se proclamó vencedor en las presidenciales con el 80% de los votos. En el poder desde hace 26 años, ese país mantiene tradiciones de la era soviética y es un aliado de Rusia por razones históricas y geopolíticas. Por eso, es una apetecible presa para la OTAN que, de tener en esa región a un líder afín –lo que hace tiempo está procurando–, extendería las fronteras occidentales hasta 400 kilómetros de la capital rusa.

Lukashenko es una especie de tirano feroz para la prensa occidental, que se sumó muy velozmente a la acusación de fraude que desplegó la oposición. Hubo marchas masivas desde entonces y también represión de fuerzas de seguridad bielorrusas. Este sábado, el presidente visitó unidades militares en Grodno, cerca de la frontera con Polonia, donde alertó sobre amenazantes maniobras de la OTAN en esa región.

La ONG Cinema for Peace, en tanto, informaba el traslado de Navalni, el principal dirigente opositor a Putin, desde Siberia a un hospital en la capital alemana. El fundador de la ONG, Jaka Bizili, productor de cine esloveno, agradeció a las autoridades de ambos países por facilitar “su misión humanitaria” de trasladar a Navalni desde Omsk, en Siberia occidental, donde estaba internado en coma, al hospital de la Caridad de Berlín. Sus allegados aseguran que fue envenenado.

No es la primera vez que el gobierno ruso aparece denunciado por envenenamiento, sin pruebas concretas. El caso más reciente fue el del exespía ruso Sergei Skripal, en Londres, en 2018, con un neurotóxico. Alexandr Litvinenko, otro exagente de inteligencia ruso, murió en 2006, también en la capital británica, contaminado con Polonio 210