Uno de sus latiguillos de campaña de quien se inició como obrero metalúrgico, fue sindicalista y candidato a presidente en varias ocasiones —frustradas las de 1989, 1994 y 1998— hasta lograr el acceso al Palacio del Planalto durante ocho años, y ahora vuelve a intentar gobernar el Brasil, es precisamente que todo el mundo lo conoce, que sabe cómo piensa y cómo se mueve.

Luiz Inácio Lula da Silva asumió por primera vez como presidente del Brasil el 1 de enero de 2003. Cambió a un gigante y lo hizo más gigante aún. Con su sello de estadista: más allá de cómo llegó, siempre se destacó por un perfil democrático en el que convivió respetuosamente con la oposición, los otros poderes de la república y con los medios de comunicación, aun cuando de parte de todos ellos recibió infinitamente más palos en la rueda que palmadas en el hombro.

Y luego se corrió del poder, en silencio. Tal vez, en un silencio que fue atronador. Su sucesora Dilma Rousseff fue elegida en un proceso impecable y llegó al gobierno: incluso fue reelecta pero no pudo desarrollar un nuevo mandato, por el único y trascendente motivo de que fue víctima del lawfare y de un golpe de Estado, que con el tiempo fue reconocido por todo el mundo, incluso los que lo perpetraron. Mientras él, no menos injustamente fue encarcelado, sin el menor fundamento legal, y a la vez inhabilitado para ser candidato en 2018. Rebotan en la retina las imágenes de cariño popular gigante, de esas manos rocosas que lo abrazaban. Y él, que se presentó para ser encarcelado con total serenidad, aceptando la detención  y, desde la prisión, gestando una movida que acabó con su merecida libertad.

Así salió, así rescató sus derechos, así volvió a postularse, casi por aclamación. Así empezó a atar un tejido político que no sólo abarcó a sus históricos seguidores sino que involucró incluso a quienes fueron sus adversarios en otras épocas. Sin perder el fervor de las mujeres, de los jóvenes, y especialmente los pobres, los negros, los norteños.

Así se lo vio el último jueves en el último debate ante Bolsonaro. «Es una mentira decir que monté una organización criminal. En lugar de eso debería referirse a los desvíos de que son acusados sus hijos, de los robos en su Ministerio de Educación, de la mafia que intentó obtener ventaja con la venta de vacunas contra la covid», afirmó.

Y lo trató de «insano».  «