Bien dicen que las derrotas no tienen padres. Lo sabe Joe Biden, que padece ataques desde todos los rincones por la estrepitosa retirada de las tropas estadOunidenses de Afganistán. Pero en este juego de disimulo para esquivarle el bulto al desastre, hay varios mariscales de la derrota. Algunos de ellos cargan sobre sus espaldas el enorme error político de dos décadas y además deberían enfrentar cargos por delitos de lesa humanidad que seguramente nadie les reclamará, por eso de que la justicia es como la víbora, pica solo al que anda descalzo. Y la parafernalia de los soldados de Estados Unidos y la OTAN incluye gruesas botas de combate.

No es que Biden sea inocente, en todo caso es el que le pone la mejilla a decisiones de las que no es ajeno. En principio, por su decidido apoyo como senador y titular de la comisión de Relaciones Exteriores de la Cámara alta a la expansión militar iniciada durante la administración de George W. Bush en octubre de 2001, luego de los ataques a las torres Gemelas.

El otro gran culpable de esa estrategia criminal es el ex secretario de Estado Colin Powell, encargado de explicar en la sede de las Naciones Unidas, por ejemplo, la necesidad de iniciar una incursión en Afganistán en búsqueda del presunto responsable del 11S, Osama bin Laden. Y que luego hizo malabarismos para asegurar, sin pruebas y sin el mismo éxito discursivo, que el Irak de Saddan Hussein tenía armas de destrucción masiva.

Pero el gran titiritero detrás de la estrategia que llevó a la campaña militar más duradera  en la historia estadounidense y posiblemente la que le produce las peores consecuencias es Donald Rumsfeld, secretario de Defensa de Bush, el hombre que diseñó un plan macabro para generar caos en todas aquellas regiones donde EEUU no pudiera tomar el control, la Doctrina Rumsfeld Cebrowski, junto con el almirante Arthur K. Cebrowski.

Hay, por cierto, otros protagonistas de esta historia que ahora se rasgan las vestiduras con rostro demudado por la situación que les espera a las mujeres afganas bajo el régimen talibán. Porque las fuerzas europeas que integraban la coalición armada se fueron retirando hace algunas semanas, por eso ahora aparecen en segundo plano. De hecho, en 2001 se formó la Fuerza Internacional de Asistencia para la Seguridad (ISAF por sus siglas en inglés), bajo la cobertura de la ONU y que estaba integrada por tropas de 49 países. Los principales “aportantes” fueron EEUU, el Reino Unido, Alemania, Italia y Francia, pero en esa kermese se anotaron todos los europeos, Canadá, Australia, Turquía, Corea del Sur, Emiratos y hasta El Salvador. Fue reemplazada en 2015 por la llamada Misión Apoyo Decidido (RSM).

Por otro lado, gobiernos como los de la Unión Europea y Rusia, con un primer ministro que comenzaba a mostrarse en el escenario internacional, como Vladimir Putin, apoyaron la incursión en los organismos internacionales. Justo es decir que en 2003, ni Bush ni Powell fueron tan convincentes y los mandatarios de Francia, Bélgica, Alemania, Rusia y China ya no mostraron el mismo fervor invasor para participar de esta segunda invasión como partenaire del Pentágono.

Para poner las cosas en situación habría que decir que el tema de las ocupaciones militares en Asia no representó una carta de triunfo electoral luego de ese fulgor inicial. Es más, Barack Obama, en 2008, basó su campaña presidencial en la promesa de regresar las tropas de Irak y Afganistán. Con esa promesa ganó el Nobel de la Paz en 2009. Pero nunca le hizo honor al premio y para colmo, el tema estaba tanto en el tapete que algunos de los protagonistas pasaron a convertirse en figuras del jet set.

El general Stanley McChrystal se enseñoreó como jefe de la ISAF desde junio de 2009, a pocos meses de la asunción de Obama. Creció sobremanera en la estima popular, acicateado por medios necesitados de héroes y un Pentágono que buscaba legitimar su presencia en Asia de cualquier modo.

Fue así que McChrystal en junio de 2010 aceptó un largo reportaje con Michael Hastings, de la revista Rolling Stones. Periodista de raza habituado a convertirse en una sombra de su entrevistado al punto de pasar inadvertido, Hastings estuvo varios días con el militar en el campo de batalla y logró reflejar al personaje desde su costado más sincero. Como cuando decía que “Afganistán es una úlcera sangrante” y vituperaba a la administración de Obama por la estrategia para esa guerra. Es que reclamaba en envío de más tropas.

No se sabe si fue el golpe más sentido en la Casa Blanca, pero cuando alguien en las reuniones de su estado mayor habló del vicepresidente Joe Biden, permitió un mal chiste bastante humillante en su presencia. «¿Quién es?», dijo McChrystal. Un asesor del general bromeó: «¿Dijiste: Bite Me?» (en jerga popular, “besame el trasero”, que suena parecido al apellido del actual mandatario). Obama no tuvo mucha opción y lo despidió, nombrando en su lugar a David Petraeus.

Este hijo de un neerlandés venía de Irak con la aureola de ser uno de los mejor preparados oficiales del Pentágono. En un año en Afganistán implementó planes para generar en la sociedad afgana la voluntad de participar en el desarrollo y aceptar la ayuda de “instructores” estadounidenses en cada rincón del país.

“En primer lugar, nuestras fuerzas tienen que esforzarse para proteger y servir a la población. Tenemos que reconocer que el pueblo afgano es el terreno de batalla decisivo. Tenemos que protegerles, respetarles, ayudar a la reconstrucción, promover la economía y el establecimiento de una forma de gobierno que incluya relaciones con los líderes tradicionales de la sociedad», decía un punto de su decálogo para la reconstrucción

La efectividad nula de estas iniciativas se ve ahora, pero en ese entonces encandilaron a Obama al punto de que en junio de 2011 lo nombró al frente de la CIA. Fue confirmado por el Senado por 94 votos a 0. No duró mucho en el cargo. En agosto de 2012 se conoció que tenía una relación extramarital con Paula Broadwell, una ex militar y periodista que estaba escribiendo su biografía. Investigando qué hacía la mujer junto al general, el FBI encontró documentos militares ultrasecretos en su casa.

“Este es un enorme revés para la seguridad nacional y está a punto de empeorar a menos que decidamos tomar medidas realmente significativas “, dijo ahora Petraeus en una entrevista televisiva. McChrystal hace tiempo que prefiere no hablar con periodistas. Powell tampoco emitió opinión. “Nuestros corazones están apesadumbrados tanto por el pueblo afgano que ha sufrido tanto como por los estadounidenses y los aliados de la OTAN que han sacrificado tanto”, escribieron George W Bush y su esposa, Laura Bush, en una carta pública.

Donald Trump, que había firmado un acuerdo con los talibanes en 2020 y anunció como un camino hacia la paz en ese momento, ahora dijo que la retirada «la mayor vergüenza» en la historia de EEUU. Rumsfeld no alcanzó a decir nada, ya que falleció plácidamente a los 88 años, en junio pasado.

La muerte de un halcón