Aunque no sea posible decir que en algún momento la situación haya sido fácil, la situación en Brasil está caótica desde hace dos años, desde el “Impeachment” de Dilma, y en el último mes, peor.

Las elecciones brasileñas del 07/10 (otro 7X1), en las que un tercio del padrón eletoral apoyó a un candidato que defiende la violencia y ataca abierta y publicamente a los grupos más vulnerables de la sociedad, autorizaron a algunas personas a resolver sus problemas particulares con sus propias manos y armas.

Desde ese día no me siento nada segura para caminar por las calles de Sao Paulo.

Todo cambió. Si el 6 de octubre yo no tenía miedo de andar por el centro de la ciudad, aunque es sabidamente peligroso, era porque yo sabía qué me podriá (o no) pasar, y, más importante, cómo evitarlo. Pero desde el 8 de octubre, ya no.

Ya no sé qué me puede pasar (o a mis amigas y amigos), ya no sé en qué horários es más arriesgado estar sola, ya no sé quién puede agredirme física o verbalmente, si digo o demuestro… ¿qué? Ya no sé qué cosa puede generar un ataque.

Los discursos del candidato ofenden y atacan explicitamente a las “minorias”, a negros, indígenas, mujeres (especialmente a las feministas), personas LGBTT+, personas de religiones de origen africana y hasta profesores. Entonces, por las dudas, mientras está todo tan raro, prefiero quedarme en casa y salir solamente cuando realmente es necesario.

Pero el otro día fui al museo. Por lo menos en un lugar cerrado mucho no puede pasar. Aparte, al candidato ese no lo gusta el arte ni la educación. Su programa de gobierno prevé cerrar el Ministerio de Cultura, uno de los responsables por la exposición que me interesaba. Me imaginé que habría gente “como yo”. Pero hasta en ese contexto había un señor muy impaciente con la fila larga que debía hacer, y cuando se enojó, empezó a gritar con una señora que parecía haberse colado y a decir que seguramente ella y los que la dejaron pasar lo votarían a Lula. Empezó entonces con el mismo discurso anti-corrupción que repiten por ahí…

Las mujeres estamos acostumbradas a pasar por situaciones violentas y pensar «¿me habrá pasado eso de verdad? ¿Lo habré imaginado, inventado? ¿Es tan grave como me parece a mí?”. Eso pienso todos los días. “Debo estar exagerando… No debe estar tan mal la situación, no lo dejarían… ¿o sí?”

Y cada día, como para responderme esa pregunta, alguien me cuenta algo que le pasó. Algo simple, como que a mi amiga la miraron mal porque tenía puesto un pantalón rojo (el color del PT), o algo serio, como otra amiga que vió a un señor amenazando con un facón de 30 centímetros a un mendigo, a cuatro cuadras de mi casa. En las notícias sale lo más grave: los asesinatos (cuatro, hasta ahora), las amenazas. Algo debe estar pasando…

Un día me despierto y Facebook me avisa que en septiembre hackearon mi cuenta. Y descubro que a un montón de amigas y amigos (en contra del fascismo), también. ¿Será coincidencia? No. Es la misma estratégia usada por Donald Trump. Hackean las cuentas para robar informaciones personales y tener un perfil psicológico de la población. Con esos datos, personalizan y direccionan la campaña electoral, mandándole a la gente las noticias (falsas) que más podrían influir en su decisión.

Los intentos políticos de contener al candidato colaboran con el clima de inestabilidad y el miedo de lo que pueda pasar, de las reacciones posibles del partido y de sus adherentes. La violencia que defiende el candidato y la forma agresiva como habla de los que no estamos de acuerdo con sus ideas, nos hace pensar que no importa el resultado de las elecciones para definir los rumbos del país y nuestros futuros próximos.

Si la cosa está tan fea, si estamos en riesgo real de vida, si estoy exagerando con mis preocupaciones, si no deberia sentir tanto miedo cuando salgo de casa, no sé. Pero, por las dudas…