El congoleño Denis Mukwege y la exesclava sexual yazidí Nadia Murad han sido galardonados este viernes con el Premio Nobel de la Paz por «sus esfuerzos para poner fin al uso de la violencia sexual como arma de guerra».

Ginecólogo y víctima, respectivamente, Denis Mukwege y Nadia Murad encarnan una causa planetaria que supera el marco de los conflictos, como atestigua la ola planetaria #MeToo desatada hace exactamente un año por unas revelaciones de prensa.

«Denis Mukwege y Nadia Murad arriesgaron ambos personalmente su vida luchando valientemente contra los crímenes de guerra y pidiendo justicia para las víctimas», indicó la presidenta del Comité Nobel, Berit Reiss-Andersen.

«Un mundo más pacífico solo se puede lograr si las mujeres, su seguridad y derechos fundamentales son reconocidos y preservados en tiempos de guerra», agregó.

Tambien podés leer: Premio Nobel de Medicina para quienes revolucionaron el tratamiento del cáncer

Las Naciones Unidas se congratularon por este «fantástico» anuncio que «ayudará a hacer avanzar el combate contra la violencia sexual como arma de guerra en los conflictos».

«Es una causa muy importante para las Naciones Unidas», precisó la portavoz de la ONU en Ginebra, Alessandra Vellucci.

El año pasado, el premió recayó en la Campaña Internacional para la Abolición de las Armas Nucleares (ICAN) por su contribución a la adopción de un tratado histórico de prohibición del arma atómica.

Los Nobel, consistentes en una medalla de oro, un diploma y un cheque de 9 millones de coronas suecas (unos 865.000 euros, 990.000 dólares).

Sus historias

Con tan solo 25 años, Nadia Murad ha sobrevivido a los peores horrores infligidos por el Estado Islámico a su pueblo, los yazidíes de Irak, y se ha convertido en un ícono de esta comunidad amenazada.

Esta joven iraquí de rostro pálido y voz aterciopelada podría haber tenido una vida apacible en su pueblo natal, Kosho, cerca del bastión yazidí de Sinjar, una zona montañosa entre Irak y Siria. Pero en en agosto de 2014 fue raptada y conducida a la fuerza a Mosul, bastión del Estado Islámico reconquistado hace más de un año. Fue el principio de un calvario de varios meses: torturada, dijo haber sido víctima de múltiples violaciones colectivas antes de ser vendida varias veces como esclava sexual.

Incluso hoy, Nadia Murad –al igual que su amiga Lamiya Aji Bashar, con la que ganó el Premio Sájarov del Parlamento Europeo en 2016– repite sin cesar que más de 3.000 yazidíes siguen desaparecidas y que probablemente siguen aún en cautiverio.

El doctor milagro

Denis Mukwege nació en marzo de 1955 en Bukavu, en lo que antes era el Congo belga. Es el tercero de nueve hijos. Después de cursar estudios de medicina en el vecino Burundi, regresó a su país para ejercer en el hospital de Lemera, en Kivu del Sur.

Fue entonces cuando descubrió el dolor de las mujeres que por falta de cuidados sufren graves lesiones genitales posparto que las condenan a una incontinencia permanente.

Se especializó en ginecología y obstetricia en Francia. Volvió a Lemera en 1989, al servicio de ginecología del hospital, un centro que quedó en ruinas cuando estalló la primera guerra del Congo en 1996.

En 1999 el doctor Mukwege creó el hospital de Panzi. Lo concibió para permitir a las mujeres dar a luz en condiciones óptimas. En poco tiempo el centro se convirtió en una clínica de tratamiento de las violaciones debido al horror de la segunda guerra del Congo (1998-2003), durante la que se cometieron numerosas violaciones masivas.

Esta «guerra contra el cuerpo de las mujeres», como recuerda el médico, continúa por la presencia de milicias en zonas del norte y del sur de Kivu.

El cirujano tiene manos prodigiosas. Lo llaman el «doctor milagro» porque gracias a él muchas mujeres han podido recuperarse. En 2015 obtuvo el grado de profesor de la universidad libre de Bruselas, donde defendió su tesis sobre el tratamiento de las «fístulas traumáticas urogenitales».

Desde 2015, su país atraviesa una crisis política salpicada de violencia. También lo condena. «El hombre que repara las mujeres», como describe un documental sobre su combate, ha denunciado «el clima de opresión […] y la restricción del espacio de las libertades fundamentales».

A aquellos que piensen que tiene aspiraciones políticas, les dice que lo único que le importa son sus pacientes pero que no se crean que renunciará a la libertad de expresión.