Occidente preparó el escenario más favorable a sus intereses a partir de 1990.

Había caído el muro de Berlín, se había disuelto el bloque socialista y el 25 de diciembre de 1991 la propia URSS; desde 1997 la OTAN avanza hacia el este, en 1999 desintegran Yugoslavia y someten a Rusia al neoliberalismo seduciendo a Gorbachov y Yeltsin. La anglo esfera era la dueña del mundo. Entraron brutalmente en Irak, Afganistán, Libia y Siria, mataron y saquearon.

Pero a partir de los 2000 los planes se complican. Llega Putin y pone de pie a Rusia, la revolución islámica cobra nuevo volumen, los norcoreanos comprenden que sin poder nuclear serán arrasados, en América Latina hay una nueva ola rebelde –a Cuba se le suman Venezuela, Nicaragua y Bolivia–, India y Turquía dejan de ser confiables, África comienza a decir basta con la Unión Africana, China ingresa en la OMC y pasa a ser el principal socio comercial de 140 países, presenta el proyecto de la Nueva Ruta de la Seda para unir a los pueblos dejando atrás la era de bajo perfil.

EE UU y el R.U. logran dar el golpe a Yanukovich en 2014 e instalan un gobierno nazi fascista para manipularlo contra Moscú. El objetivo: desmembrar Rusia, principal aliado de China, romper el acercamiento ruso-alemán y someter a los aliados europeos, para luego ir por el país oriental.

Utilizaron los acuerdos de Minsk para ganar tiempo y preparar las FFAA de Ucrania.

Obligaron a Rusia a la Operación Militar Especial. De no haberlo hecho, más tarde debería haber recurrido a las armas nucleares para defender su soberanía.

Sobrevinieron la rusofobia, medidas coercitivas ilegales nunca antes vistas. Cuando sospechaban que Alemania podía ceder, volaron los gasoductos Nord Stream I y II. Destruyeron el puente de Kerch y bombardearon la central nuclear de Zaporozhie, armaron al gobierno del nazi Zelenski, todo en aras de los intereses del unipolarismo: «la democracia y la libertad».

Pero la realidad desbarató los cálculos: después de un año Rusia no fue doblegada, su economía se fortaleció, el pueblo se unió al gobierno, los BRICS cobraron vigor, India y Turquía multiplicaron el comercio con Rusia.

El problema ahora es evitar una catástrofe nuclear y desactivar la trampa ucraniana.

Con dos potencias enfrentadas de manera indirecta, con más de 5000 ojivas nucleares cada una, están descartadas las derrotas catastróficas y los triunfos contundentes. Ninguna potencia nuclear pierde una guerra convencional, por lo menos en la actual paridad de fuerzas.

En los primeros meses Occidente apostó a una guerra de desgaste, pero esa estrategia se fue convirtiendo en un problema. Centros de pensamiento como la Rand Corporation y la CIA aconsejan poner fin a la guerra. Esto sin prejuicio de que inicien otras o continúen algunas de las 16 que ya generaron.

Las presiones internacionales para alcanzar una paz crecen. La única salida posible es algún acuerdo de alto el fuego. El gobierno chino se comprometió a presentar una propuesta concreta, lo propio hará el presidente Lula, también el Papa Francisco. Miembros de las propias FFAA estadounidenses, como el General Mark Milley comandante del Estado Mayor Conjunto, advierten sobre la imposibilidad de lograr una derrota rusa. Se multiplican las marchas en varias ciudades de EE UU–Los Ángeles y Washington– el R.U., Italia y otros países por la paz.

Lo más previsible es que todos terminen cediendo algo. Probablemente habrá un documento en base a la carta de la ONU donde nadie salga absolutamente derrotado, se fijarán nuevas pautas de seguridad colectiva, se establecerá una zona neutral; el bloque unipolar se concentrará en el Pacífico Sur, los aliados y sometidos europeos respirarán aliviados, Ucrania quedará destruida y endeudada, Rusia habrá detenido, una vez más, a las hordas nazis y mantenido con orgullo su soberanía, y los países que pugnan por un mundo multipolar y pluricultural ganarán tiempo para continuar fortaleciéndose y elaborando una nueva arquitectura financiera basada en la economía real y tratando de darle forma a una alternativa civilizatoria superadora al neoliberalismo capitalista que nos lleva al precipicio.

La situación ha llegado a tal extremo que garantizar la paz y ganar tiempo se ha convertido en un objetivo revolucionario. Por supuesto que no habrá que mirarlo pasar sino actuar para construir un nuevo paradigma de sociedad.