Un conocido apotegma marxista advierte que “una victoria (de los oprimidos) que no sea continuada por otras victorias se convertirá en derrota”. Como ese principio histórico no se rige por mecanismos matemáticos, la derrota suele vestirse de las formas más sinuosas, pero será derrota.

Entre el 22 de enero a las 3 de la madrugada y el 2 de febrero se vivieron tres batallas que definieron el destino actual del gobierno bolivariano. La oposición interna, sostenida por EE.UU., Colombia e Israel, perdió las tres batallas en 10 días: El gobierno sofocó el copamiento en dos cuarteles asaltados, superó ampliamente a la oposición en masas en la calle, y finalmente, ellos retrocedieron en el frente diplomático tras la quiebra del Grupo de Lima, la OEA, la UE, etc.

Trump y Guaidó se quedaron con las ganas y dejaron con las ganas a sus seguidores, que esperaban ver las tropas yanquis entrando por Cúcuta.

Pero la guerra no ha terminado. El dilema solo cambió de lado. Ya no es el Departamento de Estado debatiendo qué hacer con el gobierno de Maduro, sino qué harán Maduro y el gobierno bolivariano, con la media victoria que tiene en las manos.

Como el tiempo es clave en política, nace entonces un juego de presiones, contrapresiones, y equilibrios desequilibrantes entre fuerzas que por su naturaleza son opuestas y desiguales. La media victoria del Gobierno no es similar ni pesa lo mismo que la media derrota de su enemigo. Lo determina el poder concentrado de EE.UU. en el sistema mundial de Estados que sostiene a Mr. Guaidó.

Al contrario de lo que se pueda creerse, el tiempo juega en contra de Maduro y su gobierno. El respiro ganado hoy con valentía, puede volverse en su opuesto mañana si no se actúa debidamente. En esa perspectiva es certera la acotación hecha por Aldo Casas, director de Herramienta: “Agotamiento: El gobierno cree ganar tiempo, pero en esta situación desesperante ganar tiempo puede pasar en cualquier momento  a significar perder todo” (11/02/19). Esto no es un pronóstico, sino una perspectiva en la dialéctica de las fuerzas en pugna.

Maduro está a tiempo de evitar ese dilema mortal. Pero tiene que atreverse. En esa prueba definirá, también, su destino político individual. Como sostiene el economista y escritor Fernando Azcurra, Maduro tendrá “que desconectar completo el Estado-nación venezolano de la maquinaria de dominación imperial, nacionalizar Industrias Polar y otros monopolios clave, controlar el comercio externo, combatir a muerte la especulación comercial interna y las mafias de la banca internacional” (23/01/19).

Esto facilitará la repotenciación de las manos de China, Rusia y Latinoamérica. Esta tarea urgente exige empoderar las Comunas y las Milicias como base institucional del poder.

Los costos serán directamente proporcionales a su atrevimiento. No hay dudas. Al revés de los costos actuales: desproporcionadamente crueles respecto a los cambios en el Estado y la economía.

Claro que hay otras opciones, pero ninguna da respuesta al apotegma inicial. Y en vez de continuar con otras victorias, fortalecerá la media derrota del imperialismo, invertirán los términos de la ecuación y conducirá a un desastre al gobierno bolivariano y sus conquistas sociales.