El presidente Jair Bolsonaro logró el propósito de designar a su hijo Eduardo como embajador en los Estados Unidos presidido por Donald Trump. En un nueva muestra de que las relaciones más que carnales entre el polémico excapitán del Ejército brasileño y el no menos polémico empresario estadounidense, el departamento de Estado formalizó la postulación del senador carioca como representante diplomático en Washington.

«Conozco al hijo de Jair Bolsonaro y lo considero extraordinario, un joven brillante, increíble», había halagado Trump, sonriente. En las últimas horas, además, le otorgó el placet. Sólo falta la aprobación del Senado brasileño, algo que se descuenta.

Pero no sólo por eso, el mandatario se ganó un lugar en las portadas de los diarios brasileños. Habituado a las respuestas brutales y a los modos chocarreros, ante las críticas por su manifiesto negacionismo en cuestiones ambientales y el respeto a los Derechos Humanos, el presidente brasileño alegó que para preservar el medio ambiente la solución sería «hacer caca un día sí y un día no».

Y, como si fuera poco, elogió al torturador Carlos Brilhante Ustra como un héroe nacional «que evitó que Brasil cayese en aquello que la izquierda quiere hoy en día».

El coronel, condenado por violaciones a los Derechos Humanos en 2008 y fallecido en 2015, fue el hombre que torturó a Dilma Rousseff cuando cayó presa por integrar el grupo guerrillero Vanguardia armada Revolucionaria (VAR) Palmares en 1970.

Fue la exmandataria la que salió a enfrentar a Bolsonaro. «Es inadmisible  que un jefe de Estado y de gobierno defienda la tortura y no respete los acuerdos firmados por su país, violando los principios fundamentales de la civilidad y la comunidad internacional», dijo.

Contra las críticas de organizaciones ecologistas, que cuestionan la destrucción de la selva amazónica registrada desde que el ultraderechista llegó al Palacio del Planalto, Bolsonaro dijo que para reducir la contaminación ambiental «basta con comer un poco menos (…) con hacer caca un día sí, un día no, mejoraremos bastante nuestra vida». Y luego prosiguió, temerario: «el mundo crece 70 millones [de habitantes] por año, necesita una política de planificación».

Pero se dio cuenta de que iba contra los principios que jura defender y se atajó: «No es control, porque si no Folha titulará mañana que estoy diciendo que tiene que haber control de la natalidad».