Sentada en su sillón, una octogenaria alemana se acuerda de quién era el dirigente comunista Erich Honecker, y hasta de Adolf Hitler. Pero Angela Merkel. ¿Quién es? No está segura…

Margit Hikisch tiene 88 años y vive en la casa de la tercera edad Alexa, en Dresde (este de Alemania), donde los internos con demencia senil o el mal de Alzheimer se someten a una terapia novedosa: una reconstitución histórica u «ostalgia», juego de palabras (ost quiere decir «este» en alemán) que evoca la nostalgia de la vida en la desaparecida Alemania del Este (RDA).

Esta institución privada acondicionó dos «salas de los recuerdos», en las que todo –desde el decorado hasta la música– recuerda a la RDA de los años 1960 y 1970. Los «mejores» años de su vida, afirma Margit Hikisch.

La anciana elabora un dulce de chocolate muy en boga en la posguerra. Esta exempleada bancaria reconoce que la máquina del tiempo le sienta de maravilla. «Hitler era un loco, y sufrimos durante la guerra y también después. Pero en la RDA nuestra vida mejoró progresivamente, teníamos de nuevo comida», recuerda esta mujer que, como otras muchas personas de su edad, tiene más memoria para los episodios lejanos que para los recientes.

«Éramos felices con lo que teníamos, quizá porque no estábamos al tanto de lo que nos faltaba, a causa de la frontera», dice refiriéndose al muro, la célebre «cortina de hierro» que separó en dos Alemania y Europa durante más de 40 años.

Las dos «salas de los recuerdos» creadas en 2016 acogen a los residentes de lunes a viernes, desde la hora del desayuno hasta la de la cena. Estacionan sus andadores o sillas de ruedas delante de la réplica en miniatura de una «Intershop», esas tiendas en las que se podía comprar artículos de lujo, como café de países occidentales o bombones, a precios prohibitivos.

En la sala se ve un retrato oficial de Honecker, el mismo colgado en las paredes de las administraciones de la RDA cuando era el jefe de Estado en los días en los que cayó el muro. También hay muchas monedas falsas con la efigie de Karl Marx. De fondo se escuchan éxitos musicales de la época.

El director del centro, Gunter Wolfram, asegura que la inmersión en este mundo permite a los pacientes recuperar parte de sus capacidades cognitivas, intelectuales y físicas. «Objetos vinculados a una época precisa pueden desatar emociones fuertes. Estas emociones son las que nos interesan, porque desempeñan un papel decisivo en el tratamiento», explica, y agrega: «Hemos visto a gente emerger de su letargo, ser de repente capaces de untar la tostada, comer, beber, ir solos al baño, volverse más cordiales e interesados por lo que pasa a su alrededor».

La iniciativa de Wolfram recuerda la película Good Bye, Lenin! (2003), una comedia exitosa sobre un joven de Alemania del Este que hace cuanto puede para que su madre, disminuida por un coma, no se dé cuenta de que cayó el muro de Berlín.

A Gunter Wolfram se le ocurrió la idea precisamente viendo una película. Antes de la sesión había puesto en la entrada un ciclomotor emblemático de Alemania del Este. «La estrella era él», dice. «De pronto los residentes empezaron a jugar con los frenos y las luces, a recordar el primer paseo con su novia…»

Andreas Kruse, director del departamento de Gerontología de la Universidad de Heidelberg, en el oeste de Alemania, estima que esta iniciativa se fundamenta en datos científicos. Pero el experto, que ha trabajado con supervivientes del Holocausto y antiguos disidentes soviéticos, teme que la exposición al pasado resucite traumas. «Los regímenes totalitarios pueden dejar marcas en los individuos hasta una edad avanzada», advierte.

Guther Wolfram, que creció en la RDA, no añora para nada la dictadura, la policía política, la Stasi, el aislamiento y las penurias. «Todos estamos contentos de que no haya más RDA», aclara. «Quisimos más bien recrear retazos de la vida de estos pacientes con objetos que puedan desencadenar asociaciones positivas, y también este espíritu de cohesión social que existe en una sociedad en la que se carece de muchas cosas», precisa el director de Alexa.

«Cuando la gente piensa en una residencia de ancianos, ve un pasillo largo, con personas con pañales a las que se les da sopa tres veces al día», afirma. «Queremos imprimir un poco de alegría a sus vidas y evitarles un aburrimiento mortal». «