Nadie supo explicarlo, pero resulta que tanto en Francia como en Alemania las rutas se llenaron de niños. Por la fe, caminaban hacia la tierra prometida. Muchos fueron robados, violados, asesinados en la ruta. Aún así nada detuvo la marcha. Cuando no pudieron avanzar más, hubo transportistas que ofrecieron llevarlos a destino. Fue a principios del siglo XIII.

La Organización Internacional para las Migraciones, creada en 1951 y asociada a las Naciones Unidas, define a la migración como un “término genérico no definido en el derecho internacional que, por uso común, designa a toda persona que se traslada fuera de su lugar de residencia habitual, ya sea dentro de un país o a través de una frontera internacional, de manera temporal o permanente, y por diversas razones”.

A contrario del actual pensamiento dominante, que considera todo traslado poblacional como una amenaza, las migraciones no son una excepción en el devenir social. Por el contrario, las poblaciones mudan de residencia, a veces para ser sedentarios en el lugar de elección, como los imperios del Creciente Fértil en la antigüedad, otras veces algunas tribus son empujadas por otras, y eso tiene consecuencias geopolíticas, si pensamos en Roma, por ejemplo. Incluso algunos desean permanecer nómades, como los mongoles, que establecieron el imperio más extenso que haya existido.

Es así como la cuestión migratoria es consustancial con las relaciones de poder. Algunas veces serán glorificadas, cuando por ejemplo evocamos migraciones europeas de protestantes o católicos blancos que de a poco ocupan territorios habitados por otras etnias, y de paso las exterminan o las dominan en régimen colonial. Sin embargo, hay otras migraciones que no disfrutan del mismo glamour.

Es que existieron y existen migraciones que carecen de “thanksgiving” o de “día de la raza”. Con datos de la OIM de 2022, los emigrantes con estatuto de refugiados son más de 30 millones de personas; cerca de 55 millones de emigrantes son desplazados internos en sus propios países, 170 millones son trabajadores emigrantes, y el número total de migrantes a nivel global llega a 280 millones. Con respecto a la población mundial representan menos del 4%, aunque la calidad y la cantidad importan. El occidente colectivo, por ejemplo, no otorga atención a los movimientos que existen en las naciones de Medio Oriente y Asia. Sostiene que la inmigración es un fenómeno que pone en riesgo tanto la soberanía como la identidad. La de ellos, claro.

Según la BBC, cerca de 200.000 personas intentan ingresar a los Estados Unidos por mes. El gobierno estadounidense vive esa situación como una invasión. No importa que sean republicanos de Trump con un muro, como en la antigüedad, o demócratas de Biden con alambrados de púa, como en la primera guerra mundial. Ahora que terminaron las restricciones debido al COVID –la regla 42- existen otros aditamentos, como separar a los solteros de las familias, a los padres de los hijos, a los exiliados políticos de los migrantes económicos, en una hilera de trámites que no terminan más. Y si no, siempre estarán las cárceles. Eso, si es que sobrevivieron a “la bestia”, un tren centroamericano de migrantes que es infierno sobre rieles, a los “coyotes” que cobran por llevar personas al otro lado de la frontera, a la corrupción de las patrullas fronterizas norteamericanas o al sadismo de las milicias blancas.

Al menos los que sobrevivan, en un darwinismo social que detestaría el mismo Charles Darwin, serán aptos para el trabajo en negro, ilegal y peor pago. La regulación sobre las remesas que puedan realizar otorgará al imperio un poder más, como reenviar a los criminales más violentos a sus países de origen, eso que dio lugar a las “maras”. Importan mano de obra apta y joven, exportan delincuentes. ¿Qué puede salir mal?

Los que les ofrecieron transporte eran traficantes de esclavos. Fueron vendidos para la esclavitud o la prostitución, no sólo en las costas de África del Norte sino en lugares tan lejanos como Egipto. Así terminó “la cruzada de los niños” de 1212, también llamados “pueri”. Que en latín también puede significar “pobres”. Migración de niños o de pobres, ¿Qué importa? Nos queda parafrasear a Eduardo Galeano (él hablaba de los pueblos originarios): todos tenemos sangre de inmigrantes: algunos la tenemos en las venas, otros la tienen en las manos.  «