La oleada conservadora que azota a América Latina desde comienzos de la década no había llegado todavía a Uruguay, como tampoco la habían rozado los empresarios que la ultraderecha derramó por la región, con su manual neoliberal bajo el brazo, una nueva y costosísima modalidad de propaganda política y la cantidad necesaria de dólares destinados a ablandar unas voluntades, torcer a otras y, finalmente, convertir todo eso en los votos que hacen que de esa suma de actos surja un «gobierno democráticamente electo». Al fin le llegó la hora a la antigua institucionalidad uruguaya, de la mano del joven financista y especulador Juan Sartori, un hombre maravillosamente bien trajeado y dueño de una chequera mucho más maravillosa aun, Uruguay ya tiene su aspirante propio, dispuesto a ser el Mauricio Macri oriental, mientras también se asoma el Jair Bolsonaro charrúa (ver aparte).

Sartori nació hace 38 años en un lugar no precisado por sus publicistas, pero se fue a vivir al exterior –destinos varios, siempre elegidos al azar y guiado por el olfato empresario– cuando tenía 18. Se fue por decisión propia, sin que mediaran razones económicas o políticas. Nunca más volvió, hasta que desembarcó en octubre pasado y en diciembre se presentó como precandidato del Partido Nacional (Blanco) en un ostentoso y atípico acto político en el Teatro Metro, en lo que fuera la sala montevideana de la hollywoodense Metro Goldwyn Mayer. En el medio hubo una oportuna escala parisina que lo llevó a contraer matrimonio con una bella joven de origen ruso y padre de dudosa estirpe: Ekaterina Dmitrievna Ryboloblieva, que sólo tenía 26 años cuando se celebraron los fastos nupciales. «Si en este partido de historia tan gloriosa no tienes tu propia historia, vas frito», dijo Jorge Larrañaga, uno de los precandidatos blancos con más posibilidades, cuando se le pidió una opinión sobre Sartori. «Nunca oí hablar de él», señaló secamente Sergio Botana, intendente del oriental Cerro Largo.

Larrañaga y Botana le erraron. El joven desconocido y sin historia abrió la billetera, tocó lo que a su juicio tenía que tocar y dos meses después del Metro se dio el gusto de llenar de bote a bote la manzana entera que ocupa el Palacio Peñarol, un lujo que no cualquiera se puede dar a cuatro meses de las primarias y en pleno verano. «Poderoso caballero es don dinero», repetiría con toda su agudeza don Francisco de Quevedo, tal como lo dijera en algún día de las postrimerías del Siglo de Oro español. Sin pueblo ni barrio, sin familia y sin amigos, sin escuela ni comparsa para tamborilear, sin ningún «vo» ni un «ta» o algún otro modismo que le dé una señal de identidad, aun así, allí se paró Sartori y al menos dos consultoras ya lo dan con más de la quinta parte de los votantes blancos y desplazando en las internas a Larrañaga, con toda una historia de dos períodos de intendente del departamento occidental de Paysandú y tres lustros en un sillón de la Cámara de Senadores.

La nueva estrella blanca sorprendió cuando en el Palacio Peñarol citó al desempleo como el principal drama nacional (bien) y se comprometió a crear 100 mil puestos de trabajo en un año (100 mil nuevos puestos en un año en un país con una población económicamente activa de 1,8 millones y un desempleo del 8,4%). Pero más sorprendió al dirigirse a las familias que tienen «algún pibe que le pega bien a la pelota, porque nos comprometemos a llevarlos para que se prueben en el Mónaco, en Europa, el sueño de todo buen futbolista». Ocurre que el Mónaco en el que brillaba hasta el año pasado KilianMbappé, el jovencito que con su destreza y su velocidad enloqueció a todos en el último Mundial, es una de las propiedades de su suegro, el ruso Dmitri Ryboloblev, el padre de Ekaterina. El hombre, a quien se vincula con las mafias rusas, tiene una fortuna que la revista Forbes calcula en 8500 millones de euros.

Para más o menos completar los bienes familiares habría que sumar las decenas de empresas que la muchacha tiene desperdigadas por el mundo,  entre las que se cuentan las emblemáticas islas griegas de Sparti y Skorpios, esta, donde Aristóteles Onassis celebró su fastuosa boda con Jaqueline, la viuda del asesinado John Fitzgerald Kennedy (noviembre de 1963). El aporte de Sartori es apenas testimonial: una serie de empresas offshore que, como tales, se mantienen en secreto y, en Uruguay, 150 mil hectáreas destinadas a la agricultura (soja, arroz, trigo) y el pastoreo de 85 mil cabezas de vacunos y otras tantas de lanares. Últimamente compró todos los bienes uruguayos del poderoso grupo argentino El Tejar: ya es el mayor inversor agropecuario del país.

Muchas cosas se ignoran de Sartori, simplemente porque es un joven sin historia patria y sin raíces, con mucho dinero y entusiasmado con la política recién desde octubre de 2018. Se supo, aunque él no lo admita, que su campaña publicitaria y su marketing lo desarrollan dos reconocidos «estrategas políticos pioneros en el uso de los métodos sucios», el venezolano J. J. Rendón y el panameño Avidel Villarreal. Según la agencia/revista Bloomberg, el binomio «interfirió en las elecciones de Colombia, Panamá, República Dominicana y Venezuela» y llevó al gobierno al mexicano Enrique Peña Nieto (2012-2018). De acuerdo con el narcotraficante colombiano Álex Cifuentes, fue el Cártel de Sinaloa, con la mediación de Rendón, el que costeó la campaña electoral de Peña Nieto. Los narcos colombianos extraditados a EE UU denunciaron también que Rendón recibió 12 millones de dólares para pagar «ciertos favores al ex presidente Juan Manuel Santos». J. J. Rendón, ya convertido en cabeza pensante de Sartori, es el que dictó la definición que el recién llegado hizo de la política: «Yo veo la política así, totalmente pragmática, sin ideología, sin nada. La política es empatía y poco más». «

El Bolsonaro Charrúa


Sartori no es el único hijo bobo de la derecha blanqui–colorada. Ahora mismo deben lidiar con la aventura iniciada por el excomandante del ejército Guido Manini Ríos, que de coquetear con los viejos partidos trabaja para lanzarse en las presidenciales bajo el lema Cabildo Abierto (CA). Y también con Edgardo Novick, un antiguo verdulero callejero devenido en empresario. Lo inventaron en 2015 como candidato a la Intendencia de Montevideo y luego les birló el nombre del Partido de la Concertación, inscripto para desbancar al FA del gobierno de la capital. Manini no había trascendido más que como un simple militar hasta que, en abril pasado, apareció encubriendo a cuatro generales que, ante un Tribunal de Honor, coincidieron en que torturar, matar y desaparecer personas no era un delito que lesionara el honor de las FF AA, sin preguntarse si esos delitos bárbaros habían dañado a la sociedad. Por apañar a sus pares, el presidente Tabaré Vázquez destituyó a Manini. Lo tentaron con una candidatura de los partidos de la derecha pero no se ilusionó hasta que vio las encuestas: según el director de Radar, Alain Mizraih, suma el 6%. Para la derecha es un nuevo fracaso. Para la sociedad es un factor de preocupación y espanto. «En CA, el partido dispuesto a darle cobertura política a Manini, confluyen dos tipos de electores: los nostálgicos de la dictadura y los que no están interesados en la política pero reclaman mano dura», señaló Mizrahi.