El 17 de diciembre de 1998 el entonces presidente de Estados Unidos Bill Clinton ordenó bombardear Irak, gobernada por Saddam Hussein, para destruir «blancos militares donde se fabrican armas químicas y nucleares». Por esos días el Senado estadounidense votaba un juicio político por el escándalo sexual con la pasante Monica Lewsinsky. El ataque le sirvió para seguir en el poder.

Ahora, Donald Trump enfrenta una seguidilla de escándalos, primero con una actriz porno y ahora con el ama de llaves del Trump World Tower con la que habría tenido un hijo extramatrimonial. Seguramente este ataque en Siria también le servirá. 

Pero no sólo apetitos sexuales llevan a esa región del mundo. Siguen sin aparecer las armas de destrucción masiva que «buscaba» George W. Bush en marzo de 2003, cuando inició la invasión de Irak. Pero el domingo pasado se cumplieron 15 años del bombardeo de un carro de asalto de EE UU al Hotel Palestine, de Bagdad, donde se alojaban periodistas de varios países. Murieron dos cameraman, el ucraniano Taras Protsyuk y el español José Couso. No hubo más coberturas filmadas en el campo de batalla.  

La primera ministra británica Theresa May era la más interesada en atacar a Siria y se entiende. El Brexit deja al país fuera de la Unión Europea y sin un proyecto de futuro. Recostarse en Estados Unidos para reconstruir un imperio angloamericano no le suena tan mal al establishment británico. El presidente de Francia, Emmanuel Macron, el otro aliado de esta movida, hace lo que siempre hacen los conservadores franceses. No quieren quedar lejos de un posible reparto. Lo mismo había hecho Nicolas Sarkozy en Libia en marzo de 2011. «