A las mismas horas que en Argentina se conocía que durante los últimos meses las compras de aceite de soja por parte de China se habían suspendido casi totalmente, un interlocutor oriental hablaba por videoconferencia con su par argentino más o menos en estos términos.

En Beijing (algo ansioso): -¿Ya pueden comenzar las obras?

En Buenos Aires (algo incómodo): -No, falta una autorización del Gobierno.

En Beijing: -¿Pero no se renegoció todo y estaba ok?

En Buenos Aires: -Si, dijeron eso.

En Beijing: -¿Y entonces, por qué no empiezan las obras?

En Buenos Aires: -Porque en el gobierno dicen que falta una aprobación.

En Beijing: -……

La famosa paciencia china tambaleó entonces, o bien ya se cumplió por diez meses. Pero, ¿cuánto más? La obra son las represas de Santa Cruz, a cargo de la china Gezhouba y la argentina Electroingeniería, que sigue parada pese a que el gobierno, como vino informando Dang Dai, tras un primer amague de paralizarlas las renegoció en cuanto al monto, cantidad de turbinas, plazo de entrega, propiedad estatal y no provincial y algunas cuestiones técnicas más.

Cancillería y el ministro de Energía, Juan José Aranguren, ya dieron el ok. Pero el de Medio Ambiente, el rabino Sergio Bergman, sigue empecinado en demorarla. Para muchos, la suspensión de compras de aceite de soja por parte de China (uno de los principales rubros de la canasta exportable argentina, de por sí muy poco variada, y el que al menos tiene algún valor agregado sobre el poroto que se exporta a granel) es una represalia china por la demora en las represas. Alimenta esa teoría el hecho de que los importadores chinos son estatales, o sea, siguen órdenes de arriba. Para otros, es un tipo de vendetta pero por otra cosa: las quejas de empresarios argentinos al comercio bilateral en general, y una advertencia a lo que podría hacer frente a ellas el gobierno. Dang Dai consultó a fuentes oficiales de ambos lados y rechazan esas teorías. Argumentan temas de mercado, como el hecho de que China está tratando de utilizar más su propia capacidad instalada de producción aceitera o bien un tema de precios.

Otros voceros del mercado también sostienen que es mero juego de mercado, que las ventas de aceite ya venían en baja y que en todo caso China aumentará este año 6% sus compras de poroto de soja y eso compensará las divisas. Por otro lado las ventas argentinas de aceite a otras plazas compensa, y la probable apertura de la Unión Europea, dijeron en una cámara a Dang Dai, «podría ser de tal magnitud que hasta llegaría a ocupar 50% de la actividad ociosa que tienen las plantas del gran Rosario».

Pero volviendo a las represas, licitadas durante el kirchnerismo, ya tienen una grado de 15% de ejecución de obra. Es el piso al que quiso llegar China porque a partir de él ya podría reclamar una indemnización si el trabajo se detuviese definitivamente, un escenario improbable. Pero Gezhouba, la gigantesca constructora que hizo la represa más grande del mundo, Tres Gargantas en la propia China, y que tiene intereses globales, sufre lo que en China es una base fundamental a evitar en su cultura de negocios: el llamado diu lian, o “perder la cara”, es decir sufrir una lesión a su reputación. En el mundo competitivo de la cultura empresaria el costo de reputación es altísimo. Más en China.

En el verano pasado el presidente del Banco Chino de Desarrollo, Zheng Zhijie, vino sigilosamente a Buenos Aires y a Santa Cruz a ver in situ qué pasaba. Luego trascendieron cartas que ése y otro banco financista de la obra le enviaron al ministro de Hacienda Alfonso Prat Gay. El mensaje en ambos casos fue el mismo: si se caen las represas y por tanto el crédito; se cae también el financiamiento de la otra gran obra china en el país, la del ferrocarril Belgrano Cargas, así como el swap de monedas con el Banco Central y otros proyectos, porque hay lo que se llama cross default. Todo está atado. Y los chinos parecen estar cansándose. El acuerdo por las obras hidroeléctricas y otros tienen la firma y el sello del presidente Xi Jinping, es decir, del líder de la segunda economía mundial, que ya dos veces vio a su par argentino Mauricio Macri y le dijo que comprendían el cambio de gobierno y sabrían esperar. Pero no eternamente.

Con el tren de cargas también pasa algo curioso. Quien está a cargo, el tucumano José Cano, está tan ajeno a la importancia de la relación bilateral que ni viene a Buenos Aires a hablar con otros funcionarios (quizá, se comenta, porque no le dieron cargo y presupuesto de ministro, aunque sí un cierto equivalente). Hasta tuvo recientemente un durísimo cruce con el gobernador salteño Juan Manuel Urtubey. Ambos se intercambiaron críticas por el manejo del Belgrano Cargas, por el cual las provincias del Norte tienen especial interés para mejorar las alicaídas economías regionales y la posibilidad de mejorar su movilización y exportación tanto por el Atlántico como por el Pacífico. Y China -que también tiene interés estratégico en esa obra, que financia- observa azorada.

Volviendo a la soja, en lo que va de 2016, según el sitio Valor Soja, el primero en alertar la suspensión china, se declararon exportaciones argentinas de aceite de soja por casi 3.200 millones de dólares, pero prácticamente nada fue a China, sino a India, Egipto, Bangladesh, Perú, Argelia e Irán. China sí compró a Brasil o Ucrania, y argumentó que buscaba otros aceites, pero se olía a represalia.

Ya en 2010 hubo una situación similar cuando la entonces presidenta Cristina Fernández de Kirchner canceló de improviso un viaje a China (luego finalmente lo concretó, ese mismo año) y se comenzaron a aplicar medidas antidumping contra importaciones chinas. También ahí el país asiático suspendió sus compras de soja, arguyendo que había niveles de solvente no aprobados. Se tardó varios meses en restablecer los embarques.

En un reciente encuentro en la Universidad Nacional de Tres de Febrero para presentar un libro sobre China, la economista Marta Beckerman y otros presentes se preguntaban por qué siendo Brasil y Argentina los dos principales abastecedores de soja a China, junto con Estados Unidos (el cuarto, Ucrania, viene muy atrás), y siendo ambos además socios del Mercosur, no han trabajado nunca una estrategia común en la negociación con China, que les dé más “espaldas”, más poder para los convenios que acuerda con el país asiático, y para agregar más valor al producto, haciendo en nuestros países un mayor porcentaje del producto procesado y ya no sólo vendiendo el poroto. Si son socios de un bloque comercial, por qué no coordinan (“como sí hicieron contra el ALCA”, recordó Beckerman). Esa falta de coordinación, de paso, hace que China cada vez sea más fuerte en el Mercosur y aun haya desplazado exportaciones argentinas a Brasil y brasileñas a nuestro mercado. Es un tema para debatir profundamente. Y mejorar. Pero más allá de ese déficit del Mercosur, ahora se presenta una cuestión puntual con China: estar a la altura de lo firmado.

* Publicado en la revista que el autor codirige, Dang Dai