Pese a una brillante carrera universitaria en Princeton y Harvard, el pensamiento de Cruz ancla en el esencialismo. ¿Qué significa eso? Que las apreciaciones carecen de pensamiento crítico. Afuera queda la historia, las relaciones de fuerza, las posiciones de poder. Lo único que importa es la bondad o la maldad. Todo lo que hagan los buenos es bueno, y malo lo de los malos.
Ted es bueno. Un ejemplo es cuando afirma que “su familia ha sido bendecida en vivir el Sueño Americano, la idea de que cualquiera, a través del trabajo duro y la determinación, puede lograr cualquier cosa”, así proclama su perfil digital en el Senado de Estados Unidos. Sin duda es la opinión de su esposa Heidi, que es gerente en Goldman Sachs. La pobreza, por lo tanto, es una cuestión de vagos.
Cruz está a favor de la Asociación Nacional del Rifle (NRA), al muro en la frontera sur, a sacar los impuestos a las corporaciones, a financiar a Ucrania, a aislar a China y combatir su espionaje en EE UU. Es opositor al seguro de salud universal, a los derechos de las mujeres y de los migrantes, a los estándares nacionales en educación, a la energía verde, a la neutralidad de Internet, entre otras cosas. Después de todo, es un perfil.
Ese perfil privilegia las expresiones extremistas en las redes, pues son las preferidas por los algoritmos dominantes. Los hechos sólo pueden ser buenos o malos, en general malos, porque el mal acecha. Lo importante es tener interacciones.
En esa perspectiva, Ted Cruz reclama la imposición de sanciones a Cristina Fernández de Kirchner y a sus familiares. Argumentó las acusaciones del fiscal Luciani, evocó la muerte de Nisman y califica a CFK de cleptócrata. Y todo sin pruebas, así es el esencialismo: un acto de fé, de esos que preceden las hogueras. ¿Responderá Argentina de alguna otra manera que no sea twitter? ¿Llamaremos a nuestro embajador para consultas?
Ese esencialismo tiene dictamen. Lo dijo Cruz cuando alertó que “ya hay nueve gobiernos a través de Sudamérica, América Central y el Caribe que están controlados por socialistas. Todos esos gobiernos, con una sola excepción, también son abierta e ideológicamente anti-americanos. Colombia será el décimo gobierno de la región controlado por la izquierda dura cuando el nuevo presidente del país, Gustavo Petro, asuma su cargo. Estoy profundamente preocupado de que una vez que lo haga, Colombia engrosará los rangos de las fuerzas anti-americanas en América Latina. Creo que nuestra política exterior debe usar zanahorias y garrotes para incentivar a otros países para que adopten un comportamiento que beneficie los intereses americanos y refuerce nuestra mutua amistad, de modo tal que desaliente a otros países que busquen dañar y socavar a los Estados Unidos de América”.
Si no fuera por la referencia a Petro, que asumió el 7 de agosto la presidencia de Colombia, pareciera que este texto proviene de la época de Teddy Roosevelt o la de Joseph McCarthy, una combinación de imperialismo y Guerra Fría, esa tormenta perfecta para las democracias latinoamericanas. Esencialismo. Por cierto, Marc “Spruille” Stanley también es texano. «
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