Los graves incidentes registrados al finalizar la primera huelga general en los últimos 21 años de historia del Brasil dejaron un saldo provisorio de 60 detenidos y decenas de heridos, entre ellos un estudiante de 33 años, golpeado con una cachiporra en la cabeza por la policía de Goiás y que peleaba por su vida en el Hospital de Urgencias de Goiana. La represión a las manifestaciones y los incidentes con grupos aislados se hicieron sentir sobre todo en Río de Janeiro y San Pablo, la capital económica del país, donde la policía reprimió con intensidad el intento de algunos centenares de manifestantes de ir a escrachar a Michel Temer en su casa. No estaba, ya que desde la destitución de Dilma Rousseff ocupa la residencia presidencial en Brasilia. 

La huelga fue masiva y las principales ciudades del país amanecieron con una calma solo atravesada por movilizaciones que preanunciaba lo que para Vagner Freitas, el secretario de la CUT –la central obrera creada por Lula da Silva en los 80 y que fue la base para su crecimiento político– fue un éxito total y el inicio de un movimiento popular que ponga freno a las políticas neoliberales que un gobierno con la credibilidad por el piso quiere imponer sin la menor sensibilidad política. 

No se necesita demasiada perspicacia para aventurar que realmente los tiempos se aceleran en el gigante sudamericano, inmerso en una crisis económica, pero con una base política indudable. Dilma fue exonerada del poder en agosto de 2016 luego de meses de acoso desde los medios y de un Congreso que fue tensando la cuerda a pesar de que muchos de los legisladores llegaron a su banca mediante acuerdos con el PT, el partido que también creó Lula da Silva y que le permitió llegar al Planalto en 2003.

Esa coalición, esquiva a dar respaldo en tiempos de vacas flacas, es ahora el único sostén de Temer, que cuenta según la última encuesta de Ipsos con un 87% de rechazo popular, la segunda peor imagen entre los políticos, detrás del detenido por corrupto Eduardo Cunha, el hombre que abrió el impeachment contra Dilma en la Cámara baja. 

Sucede que las principales espadas destituyentes están implicadas en el escándalo Lava Jato e incluso el propio mandatario de facto enfrenta la posibilidad de un juicio político por las denuncias de haber recibido coimas de Odebrecht que hicieron ejecutivos de la misma empresa.

Se entiende que la respuesta de Temer, ante la masiva huelga, haya sido que las reformas laborales resistidas en las calles son necesarias para luchar contra la recesión y que las piensa debatir en el único y limitado espacio que le queda. «El trabajo a favor de la modernización de la legislación nacional continuará, con debate amplio y franco, realizado en la arena adecuada para esta discusión: el Congreso Nacional», dijo, sin inmutarse.

Esta orfandad evidente del mandatario alentó a la ex presidenta, que calificó a la huelga del viernes como «un símbolo de valentía, un momento de esperanza y de resistencia: 35 millones de brasileños cruzaron los brazos para fortalecer la democracia en Brasil».

Lula, su mentor y el único líder político con aspiraciones reales para ganar las presidenciales de 2018, también celebró la movida. «Es una satisfacción saber que el pueblo está tomando conciencia. La gente se quedó en casa porque no quiere que le quiten los derechos (…) adhirieron las amas de casa, el trabajador y el pequeño comerciante», dijo. 

«Destruir derechos no mejora la vida a nadie. Para resolver el problema es necesario incluir a los más pobres en la economía, pero el gobierno lo único que sabe hacer es cortar, ajustar, siempre por lo más delgado», insistió Lula, para repetir que se piensa postular el año entrante y que solo violando la Constitución podrán evitarlo.

Luego abundó: «Esa gente quiere volver a la esclavitud, al tiempo de antes de Getulio Vargas». Y no se equivoca.La reforma que pretende Temer, que ya había logrado aprobar el trabajo tercerizado, por el cual las empresas están en condiciones de convertir a empleados con derechos en prestadores de servicios sin ningún beneficio. 

Ahora se pretende agregar-como una ferozy despiadada burla ante el 1 de mayo- una flexibilización amplia que volvería a las 12 horas continuas de trabajo sin retribución especial y baja los derechos a la indemnización justa, vigentes desde 1943. Al mismo tiempo busca aumentar la edad para la jubilación a 65 años los hombresy 62 las mujeres. 

La reforma es tan brutal que la huelga encontró adhesión hasta en la iglesia brasileña, a caballo de una carta del Papa Francisco contra esta dosis extrema de neoliberalismo que ni siquiera la dictadura militar, con la suma del poder público entre 1964 y 1980, se atrevió a imponer. Así fue que un centenar de obispos, con parte de las iglesias evangelistas, se sumaron a las protestas. «Reformas de tal importancia no pueden ser implementadas sin una extensa discusión», destacó Leonardo Steiner, obispo auxiliar de Brasilia, en una entrevista que publicó la Conferencia Nacional de Obispos de Brasil. 

¿Las polémicas leyes serán aprobadas en el Senado? El ministro de Justicia, Osmar Serraglio, no dudó en desafiar a la oposición al tildar a los que adhirieron al paro –que calificó de fracaso– de «vagos y perezosos». Y en declaraciones al portal UOL señaló que la protesta «al contrario de intimidar, motivará a los parlamentarios a observar que la gran mayoría de la sociedad está absolutamente de acuerdo con lo que está ocurriendo (…) la expectativa es que efectivamente arreglemos y corrijamos este país». 

Pero el apoyo a esta embestida contra los derechos laborales no será tan lineal como se dio en Diputados. Lo confesó Antonio Imbassahy, ministro de la Secretaría de Gobierno, al diario paulista O Estado. «Hay un tipo de inquietud» en aumento de»parlamentarios de la base oficialista que no están conformes» con el rumbo que toman los acontecimientos. Tanto es así que el jefe del PMBD en la Cámara alta, Renán Calheiros –clave también el juicio contra Dilma–, consideró que las resistidas normativas «no pasarán» en el Senado porque «solo interesan a la banca, son rechazadas en peso por la población» y además, “avergüenzan a la base del propio Gobierno». A algo más de un año de elecciones no todos aceptan digerir vidrios con tanta facilidad. «