A 20 años del atentado a las torres gemelas y de la invasión a Afganistán, Estados Unidos no podría haber elegido una fecha más redonda para escenificar su fracaso. El caos con el que sus tropas abandonaron el país disparó las críticas contra el mandatario, Joe Biden; pero el error es más profundo, y fue compartido por el resto de los presidentes que tuvieron que lidiar con el conflicto. Cuando uno tiene un martillo en la mano, todo parece un clavo. Esta frase, popular entre los norteamericanos, sirve también para explicar por qué demócratas y republicanos se ven tentados a utilizar su fuerza militar para resolver conflictos. Y también, por qué no los ganan.

Entre las causas que se citan para entender la rápida victoria talibán, está la falta de interés que tuvo el pueblo afgano en luchar por un sistema que fue incapaz de mejorar su calidad de vida. Los gobiernos pro-occidentales reconocieron derechos que habían sido pisoteados por el anterior gobierno talibán, aunque poco cambió en cuanto a la pobreza, la educación, el sistema sanitario, la infraestructura. Billones de dólares destinados a Afganistán, casi exclusivamente a reforzar el aparato militar, y muy poco a mejorar la vida de la gente. Estados Unidos no supo responder al hecho más traumático de su historia: 20 años después, nada parece haber cambiado.

La administración demócrata intentó disfrazar el fiasco, y afirmó que el objetivo de acabar con Al Qaeda estaba cumplido. Unos días más tarde, mientras los talibanes negociaban la creación del nuevo gobierno, se pudo ver la vuelta triunfal de quien fuera el encargado de la seguridad de Osama Bin Laden. Amin-ul-Haq regresaba a su provincia natal, Nangarhar, entre los abrazos de la gente y la custodia de los talibanes. Este hecho aumentó las dudas sobre el futuro del país, y la promesa de los talibanes de no permitir el avance del terrorismo. ¿Realmente está rota la relación entre los insurgentes y Al Qaeda? ¿Fue definitiva la victoria sobre la organización? Tal vez, la única certeza sea la derrota de Estados Unidos, que hará que el 11 de septiembre sea todavía más oscuro en la memoria de los norteamericanos. En un momento en el que Washington se repliega paulatinamente del escenario internacional, y mientras la decadencia de su liderazgo se hace más evidente, sus autoridades se esfuerzan en demostrar que aprendieron la lección. Tanto el mandatario, Biden, como su secretario de Estado, Anthony Blinken, comunicaron que se abría una nueva etapa en la que intentarían liderar a través de la diplomacia, y no ya con la fuerza militar; pero continuarán teniendo el martillo en la mano, y todo seguirá pareciendo un clavo.