En pleno camino a las elecciones de noviembre, todo indica que la disputa de fondo en Estados Unidos será entre Donald Trump y Bernie Sanders, entre una derecha y una izquierda bien definidas y sin medias tintas. Como pretendía el ala más radical de los demócratas en 2016, pero que no pudo ser porque los Clinton mantenían la supremacía en la interna partidaria. O quizás debiera decirse que en los comicios de medio término se discutirá si los republicanos pierden el control parlamentario y eso abra las puertas a un cierto progresismo en el Congreso y algunos estados clave o consolida el modelo cowboy que el empresario implementa desde que llegó a la Casa Blanca y que tanto controversia le acarrea con medios y la porción «biempensante» de la población estadounidense. Las cartas se están jugando y en estos días se pudo ver cómo se vienen dando las manos desde que comenzaron a rodarse las primarias en ese territorio.

Por el lado del oficialismo, no todos los republicanos ponen todas las fichas por Trump y él, por si las moscas, mantuvo un encuentro con líderes evangélicos para pedirles que lo ayuden a evitar el regreso de los demócratas, que, les dijo, «van a anular todo lo que hicimos, y lo harán rápido y de manera violenta».

En cuanto a la actual oposición, el martes ganó la interna a gobernador de Florida el actual alcalde de la capital, Tallahassee, Andrew Gillum, un hombre de 39 años que tuvo el fuerte espaldarazo de Sanders. De triunfar en noviembre, algo que no está tan lejos de las posibilidades, ya que ese es uno de los estados «swing» –esto es, donde ambos partidos se alternan en el poder–, sería el primer negro en llegar a la gobernación. Y hace dos años ganaron los republicanos.

La xenofobia que desplegó Trump desde su campaña electoral abrió las puertas al racismo siempre latente en esa sociedad y, al mismo tiempo, eso generó anticuerpos que se expresan a través del partido demócrata. Es así que junto con Gillum otros dos candidatos negros aspiran a la magistratura estadual: Stacey Abrams en Georgia y Ben Jealous en Maryland. 

«Este momento está definido por la política de Trump y el Partido Republicano, que se basan en la intolerancia, el miedo y el racismo», declaró Adrianne Shropshire, de la ONG Black PAC, a Christian Science Monitor.

El comentario del candidato que representará al oficialismo en Florida, Ron DeSantis –una apuesta fuerte de Trump– corrobora este aserto. «Es un portavoz muy articulado –definió a Gillum– un portavoz de la izquierda radical». Pero utilizó una frase indigesta para seducir a los votantes de la derecha. Dijo «the last thing we need to do is to monkey this up» , que se puede traducir como «lo último que debemos hacer es echar a perder las cosas (votando a un negro)». Sin embargo, la palabra «monkey» (que también quiere decir mono) en este contexto resulta un agravio no tan velado que los medios se encargaron de destacar y cuestionar.

El mismo martes, Trump mantuvo un encuentro con pastores evangelistas en el Salón Oval.  Hubo dos tramos de esa charla que se conocieron. En la primer parte estuvieron presentes periodistas destacados en la casa de gobierno. Allí  habló del aborto, de la libertad religiosa y del desempleo juvenil. Luego, los trabajadores de prensa fueron invitados a retirarse y vino lo más sustancioso de la reunión. Que trascendió porque uno de los presentes grabó la charla y se la entregó a The New York Times.

Fue en ese momento que el mandatario se sinceró. «Les pido que salgan y aseguren que toda su gente vote», indicó. Como se sabe, el voto en EE UU no es obligatorio pero si es necesario registrarse antes de la elección. «Si ellos –los creyentes– no votan, vamos a tener dos años horribles» hasta el fin del período.

Lo que causó más preocupación, sin embargo, fue al advertencia de que una derrota de los republicanos podría generar actos violentos. «Cuando usted ve a los antifascistas, a algunos de esos grupos, se ve que son gente violenta.»

El caso es que entre los candidatos a lo largo y ancho de EE UU hay varios que no se cuidan de expresar sus sentimientos antisemitas. Arthur Jones se presenta en Illinois y no tiene empacho en declarar que el Holocausto es «la mentira más grande y oscura de la historia», mientras que John Fitzgerald, de California, tildó al genocidio del pueblo judío en Alemania de «mito», y terminó enfrentado con los líderes de su propio partido en junio. La frutilla del postre, quizás, sea Rusell Walker, quien aspira a una banca en Carolina del Norte y considera que «no hay nada malo en ser racista». Para probarlo, asegura que «los judíos son hijos de Satán».

El clima exacerbado que se podría presumir luego de semejantes expresiones de nazismo, de todas maneras, parece no haberse extendido a todos los distritos.  En Arizona, por ejemplo, ganó el derecho a competir por una banca en el Senado desde el bando republicano Martha McSally, con más del 50% de los votos. A los 52 años, esta coronel de la Fuerza Aérea estadounidense que combatió en Irak y Kuwait contra la invasión de Saddam Hussein de 1992, resultó ser la más moderada entre los tres contendientes que presentaba el partido del elefante.

Otra precandidata era Kelli Ward, una «trumpista» convencida que sin embargo recibió un tibio apoyo de su presidente. Es que Trump no tenía buena data de quién era el seguro ganador y no quiso comprometerse demasiado. Sí mostró un poco más de cercanía con el tercero en discordia,  que fue el exalguacil del condado de Maricopa, Joe Arpaio. El policía se hizo famoso en tiempos de Barack Obama por su encarnizamiento contra los inmigrantes ilegales, en una época en que el entonces presidente quería dar una imagen de tolerancia, pero ahora esa dureza no resultó tentadora.

Es que muchos republicanos tratan de salvar la ropa en cada distrito más allá de la propuesta que viene de Washington. Y McSally era la preferida de los popes del partido a nivel local. «

Sanders y los nuevos aires

El Partido Demócrata está en plena renovación y lo demuestra el resultado de las primarias para los comicios de noviembre. Representarán al tradicional partido del burro más mujeres en proporción que hasta ahora, pero también se sumaron minorías que hasta ahora no habían tenido mucha representación.

Para gobernadores, hay tres negros (ver aparte), una transexual y en unos días se sabrá si una actriz, Cynthia Nixon, una de las protagonistas de la serie The Sex and the City, podrá ganarle la primaria al gobernador de Nueva York, Andrew Cuomo.

Para legisladores es destacable el caso de Alexandria Ocasio Cortez, la joven camarera de 28 años de origen portorriqueño que se declara socialista y si no fuera por Bernie Sanders jamás hubiera incursionado en ese partido.  

El estado de Vermont siempre se caracterizó por su amplitud ideológica. De hecho, Sanders ocupa cargos electivos desde 1988, primero como alcalde de Burlington y luego como representante y senador. Siempre se identificó como socialista y en 2016 compitió con fuerte aspiración contra Hillary Clinton en la interna demócrata. 

Allí, en Vermont, Christine Hallquist ganó la semana pasada la nominación para gobernar el distrito contra cuatro aspirantes, uno de ellos, Ethan Sonneborn, tiene apenas 14 años y dice que se presentó porque la Constitución local no plantea un límite de edad para hacerlo.

Hallquist dirigía la cooperativa eléctrica de Vermont y en 2015 decidió cambiar de sexo. Competirá contra el actual mandatario, el republicano Phil Scott. Para lograr la nominación dice que escuchó los consejos de Danica Roem, la primera mujer transgénero elegida para una legislatura, en Virginia. Cuenta el The New York Times que Roem le recomendó timbrear en cada casa y si no había nadie dejar una nota con eslóganes de campaña. «Trata de ganar cada voto», le dijo.

En Minnesota, Ilhan Omar fue elegida para un puesto en la Cámara Baja. Si es elegida, será la primera musulmana en ocupar esa banca.