«Le agradecemos su servicio y le deseamos lo mejor». Con esa declaración genérica, la portavoz de la Casa Blanca confirmó que Stephen Bannon, estratega jefe de Donald Trump, dejó la administración. La partida, una renuncia aceptada por el presidente, cerró otra semana tormentosa para el mandatario estadounidense: Trump pasó de la demora en condenar a los grupos supremacistas por la violencia en Charlottesville, Virginia, a declarar que «ambos lados» –racistas y anti-racistas– tuvieron la culpa.

Apenas se conoció que una mujer había muerto en Charlottesville, atropellada por un ultranacionalista mientras protestaba contra los grupos neonazis, Trump brindó una declaración. En ella, condenó las muestras de «odio, intolerancia y violencia de muchos lados». Conscientes de la ambigüedad, sus asesores prepararon el lunes otro discurso para condenar a los grupos racistas. El presidente lo leyó, pero el tema no quedó ahí.

El martes, Trump quiso hacer un anuncio sobre infraestructura. Fue un intento inútil. Consultado por su demora de 48 horas en repudiar explícitamente a los supremacistas, el mandatario dio marcha atrás con la moderación. Lo que fue planeado como una conferencia de prensa sobre transporte ahora será recordado como el escenario en el que el presidente de los Estados Unidos culpó a grupos nacionalistas y antisupremacistas por igual, dijo que no todos los que marcharon con antorchas en Charlottesville eran neonazis y hasta los justificó al señalar que «ellos sí tenían permiso para protestar».

La conferencia también dejó algo claro: a Trump no le sale naturalmente decir «supremacistas blancos» cuando tiene que repudiar la violencia. Tampoco parece darse por aludido cuando mencionan a parte del sector que lo votó. «Cuando decís derecha alternativa, ¿a qué te referís? Definí derecha alternativa. ¿Por qué no hablamos de la izquierda alternativa?», retrucó a una periodista que preguntó su opinión sobre Charlottesville.

El discurso provocó las críticas inmediatas del Partido Demócrata, que se opone a toda noticia que provenga de la Casa Blanca. Sin embargo, también causó una profunda polémica en los dirigentes republicanos. El escándalo caló tan hondo que Fox News, el principal medio aliado, no pudo conseguir ningún miembro del partido rojo que defendiera al presidente.

En Twitter, las principales figuras republicanas repudiaron la tibieza. «No hay equivalencia moral entre los racistas y los estadounidenses que desafían el odio y la intolerancia. El presidente de los Estados Unidos debería decirlo», publicó John McCain, el senador que recientemente le bajó el pulgar a la reforma en el área de salud. «No son lo mismo. Un lado es racista, intolerante, nazi. El otro se opone al racismo y la intolerancia. Universos moralmente diferentes», apuntó Mitt Romney, candidato a presidente en 2012.

No es la primera vez que hay cortocircuitos entre el mandatario y el partido. En 2016, en plena campaña, los dirigentes se distanciaron de su candidato cuando estalló la polémica por un audio de Trump que contenía declaraciones sexistas. Igualmente ganó las elecciones. Ahora sucede algo similar: a pesar de las críticas de las figuras del partido, los votantes republicanos comparten la postura del presidente. Según una encuesta de SurveyMonkey, el 64% de ellos también considera que en Charlottesville la izquierda tuvo tanta responsabilidad como la derecha.

La partida de Bannon es apenas un gesto hacia el partido que tiene que aprobar muchas de las reformas en el Congreso. Pero el presidente corre el riesgo de quedarse sin el pan y sin la torta: su exestratega jefe volverá a Breitbart, el medio digital de la extrema derecha que apoyó a Trump durante la campaña y del que fue director ejecutivo. Bannon regresa con una impresión, según le dijo a la revista conservadora Weekly Standard: «El establishment republicano no tiene interés en que Trump tenga éxito». El viernes, cuando se conocieron los cambios en la Casa Blanca, el actual editor de Breitbart también fue contundente con su opinión en Twitter. «Guerra», se limitó a publicar. «