No, no fue como esa otra vez, allá por 1938, cuando Orson Welles y el Mercury Theater on Air decidieron emitir, cuál si fuera en directo, la llegada de unos alienígenas a los Estados Unidos. Estaba basado en la obra “La guerra de los mundos”, publicada en 1898 por Herbert G. Wells, que narra la invasión de la tierra por lo que se supone son marcianos.

Pero Orson supo utilizar todos los recursos tecnológicos a su disposición, muchos lugares comunes de la representación y algunas artimañas de comunicación. Quien escuchara la CBS Radio esa noche escucharía un reportaje como todos los demás, nada más que esta vez la suerte de la humanidad estaba en juego. Pensemos también que es el Estados Unidos de Roosevelt y del New Deal, la crisis del 29 quedaba cada vez más atrás, la sociedad norteamericana estaba en camino al Welfare State y una mayor homogeneidad social.

Hay una característica que parece común a las producciones de terror estadounidenses, es el asalto a una comunidad tranquila por uno o varios entes que siembran el pánico. Pensemos en “Tiburón” (1975) de Spielberg y que ya nunca miraremos al mar de la misma forma que antes. También hay seres monstruosos en lagunas y bosques, herederos de maldiciones o islas oscuras, de una u otra siempre al acecho del modo de vida norteamericano.

De allí que el avistaje de un globo chino con aparataje tecnológico cuyo desplazamiento atravesó gran parte del territorio de Estados Unidos  pueda ser un evento propio para desencadenar el pánico que logran las producciones hollywoodienses, a veces muy bien logradas.

Sin embargo, no fue tan así. A los Estados Unidos no los gobierna Roosevelt, han dejado atrás el Welfare State, las crisis financieras son permanentes, las rebajas impositivas a los ricos y  las políticas market-friendly han hecho una sociedad desigual y más heterogénea.

El globo chino ve que para los estadounidenses el peligro también puede venir del interior de la comunidad, pero causado por un elemento endógeno, partícipe de la vida cotidiana. No algo extraño, sino el propio vecino. La crónica de tiroteos y de muertos es cotidiana, la población carcelaria récord -en su mayoría afroamericanos- la violencia policial, el resurgimiento del problema racial -el Black Lives Matter- que a veces confunde la discriminación con lo que son problemas de la distribución del ingreso, las guerras constantes en varias partes del mundo, el recuerdo del ataque a las Torres Gemelas… no faltan los motivos de inquietud.

De allí que el globo chino, meteorológico para sus creadores, espía para el gobierno de Estados Unidos no sea vivido del mismo modo en una sociedad consistente que en una sociedad desagregada. Cuando el terror es cotidiano, repetido a saciedad por los medios de comunicación y las redes, el miedo no es el mismo, las perspectivas quedan perdidas.

El globo chino, blanco como la burbuja que impedía la huida de Patrick McGoohan de la serie “El prisionero” (1967), también ve que en pocos días es acusado de espía por la Nación que más espía al resto del mundo, y que ha mandado volar los gasoductos ruso-alemanes que abastecían a la industria germana.

Antes de ser derribado, el globo chino consideró a los Estados Unidos como un país excepcional en casi todo, de la cultura y el arte a la tecnología y la guerra. La primera potencia mundial, sin duda. Pero advierte, con sabiduría oriental, que ya no es la única potencia. Desde lo alto del espacio surgen otros polos de poder, con características muy diferentes, en otros lugares del mundo. Puesto que ser excepcional no consagra un excepcionalismo, eso de ser el primero todo el tiempo y todos los tiempos. El globo nos deja la enseñanza que eternidad y absoluto son palabras que corresponden a la filosofía y no a la ciencia histórica. Mucho menos a la política.