La coalición que lidera el primer ministro Naftalí Bennett no ha cumplido aún su primer año y ya atravesó las semanas más difíciles desde que está al frente del gobierno. La zona experimenta una escalada de violencia que comenzó en marzo y hasta ahora dejó un saldo de 19 israelíes y 31 palestinos muertos. A la ola de atentados en Israel y las colonias judías de Cisjordania le siguió un despliegue del Ejército israelí en Jenín y otros poblados palestinos, en busca de los responsables. La represión allí generó protestas masivas en los territorios ocupados, incluida Jerusalén Oriental. Entonces Israel redobló la apuesta.

Bennett ordenó asaltar la mezquita de Al Aqsa, que el islam considera el tercer lugar más sagrado, en la Explanada de las Mezquitas, o el Monte del Templo, como lo llama la tradición judía, al otro lado del Muro de los Lamentos. La agitación estaba instalada, pero el momento era el menos indicado. En pleno mes santo de Ramadán, los fieles musulmanes fueron atacados por soldados israelíes, exacerbando las manifestaciones entre los palestinos. El punto cúlmine llegó con el asesinato de la periodista Shirin Abu Akleh en Jenín, presuntamente a manos del Ejército de Israel, y la posterior represión durante el funeral.

“Ni todos los israelíes consideran sagrado el Monte del Templo, ni todos los palestinos son musulmanes. El tema es que convergen disputas porque palestinos e israelíes reclaman a Jerusalén como su capital”, señala Martín Martinelli, doctor en Ciencias Sociales y profesor de Historia en la Universidad Nacional de Luján. La ocupación continúa tras más de medio siglo. Las erupciones cambian de modalidad, aunque apenas se diluyeron a partir de 1967.

Para el académico, el problema histórico es que “hay dos banderas en una pequeña porción de tierra” y en el ’67, cuando terminó la guerra de los seis días e Israel ocupó la Franja de Gaza, Cisjordania y Jerusalén Oriental, “se sumó la cuestión religiosa”. “La política israelí se derechizó y Bennett no va a cambiar sideralmente respecto de Benjamin Netanyahu. Las narrativas de palestinos e israelíes son muy contrastantes, los refugiados palestinos siguen añorando retornar a sus pueblos. Israel pretende dominar Cisjordania, pero los palestinos no van a irse porque para ellos son tierras ancestrales”, dice.

El primer ministro comanda una alianza ecléctica de partidos que va desde la extrema derecha a la izquierda pacifista. También está Raam, formación religiosa de palestinos musulmanes de Israel, toda una novedad para cualquier coalición que haya existido en el país. Kevin Ary Levin, máster en Estudios de Medio Oriente por la Universidad de Columbia, lo describe como un gobierno “bastante improbable de distintas tradiciones políticas”. “La coalición podía funcionar cuando había relativa estabilidad y una misión clara de reemplazar a Netanyahu, pero se pondría a prueba ni bien empezara la tensión. Eso vemos ahora”, agrega.

“Un sector a la derecha del gobierno, que enfrenta mucha presión de sus propias comunidades, piensa que la respuesta del gobierno hacia los palestinos es demasiado débil frente a este estallido más duro y exige medidas de fuerza. Y un sector de la izquierda que nunca estuvo del todo cómodo con algunos de sus socios de coalición critica al gobierno, pero sabe que no tiene ninguna chance de armar otro alternativo. Vemos un gobierno debilitado, sin una figura carismática como era Netanyahu, que parece estar bajo riesgo de implosionar”, sostiene el experto en política israelí sobre el equilibrismo de Bennett.

Mansur Abbas, líder de Raam, entró a la coalición con la promesa de reivindicar las demandas de los palestinos que son ciudadanos de Israel, relegando el tema de la ocupación. Pero el partido repudió el asesinato de Shirin Abu Akleh y amenazó con dejar el gobierno si el Ejército seguía adelante con su embestida contra los palestinos. Abbas fue acusado de traidor y esta semana trascendieron versiones acerca de un magnicidio. En caso de que la represión aumente en Cisjordania o se produzca un eventual ataque en Gaza para frenar a Hamás, a Raam le costará justificar su permanencia en la coalición.

Sería un golpe difícil de remontar para el oficialismo, después de que Idit Silman, una diputada del partido de Bennett, dejara el gobierno en abril, alegando falta de compromiso de algunos socios. La alianza quedó con 60 diputados de los 120 que tiene el Parlamento. El jueves pasado hizo lo mismo Ghaida Rinawie Zoabi, una legisladora de origen palestino del partido de izquierda Meretz, por las “posiciones agresivas y de derecha” de la coalición.

Pero la oposición tampoco cuenta con la mayoría suficiente para presentar una moción de confianza contra Bennett y reemplazarlo. Según Ary Levin, “Abbas es un gran recurso para la oposición liderada por Netanyahu para venderles a sus seguidores que Bennett no está comprometido con la seguridad de Israel porque tiene amigos islamistas y ‘terroristas’, y así voltear al gobierno”. Sin embargo, Bennett y Abbas están en una “situación de necesidad mutua”.

Por su parte, Martinelli se refiere a las diferencias entre la dirigencia palestina, pese a la promesa de Hamás, que controla Gaza, y Al Fatah, que hace lo propio en Cisjordania, de superar la rivalidad y organizar elecciones conjuntas después de 16 años. “Eso fue bloqueado y hay cierto descontento entre la población palestina. Unos denuncian que hay una colaboración muy fuerte de Al Fatah con Israel en Cisjordania”, apunta.

La ocupación es el telón de fondo. Israel asegura que no encuentra interlocutor entre el liderazgo palestino para encarar una negociación. Los acuerdos de Oslo quedaron atrás en el tiempo y la sociedad israelí apenas se debate la solución de dos Estados o cualquier otra opción, desde un Estado binacional hasta una suerte de confederación. Mientras tanto, Bennett impulsa la expansión de los asentamientos en Cisjordania. La mente del primer ministro está ocupada por lo que ocurre en otras partes.    

Bennett se esfuerza por mantener una buena relación con la administración Biden a medida que se acerca un nuevo acuerdo nuclear con Irán, el principal adversario de Israel. Esta posibilidad alarma a “buena parte del liderazgo israelí” que considera el futuro acuerdo imperfecto porque “no se puede confiar en Irán”, dice Ary Levin. Con todo, el analista indica que la invasión rusa a Ucrania también es un frente que desvela al primer ministro, en particular por la posición de neutralidad que asumió ante el conflicto.

“Bennett quiso ponerse en el lugar de estadista, aprovechar el buen vínculo con Rusia y Ucrania. El resultado de la mediación fue muy malo. Pero Rusia fue un recurso útil para asegurarse de que la situación en Siria no trascendería la frontera. Y se presentó ante Israel como la forma de frenar la expansión iraní en Siria. En los últimos días vemos arreglos para el envío de material defensivo de Israel a Ucrania. Podríamos estar ante cierto cambio de postura. Si eso ocurre, es para mejorar su relación con EE UU”, apunta.