No era necesaria tanta precisión para exhalar el suspiro del adiós, pero lo cierto es que a los cuatro exactos meses de instalado el nuevo gobierno, desde el jueves y hasta mañana lunes Uruguay se quedó sin conductor de su política exterior. Justo en el día 120 y a sólo minutos de que Luis Lacalle Pou recibiera la distinción ordenalfabética de encargado pro témpore del Mercosur. En la casa de gobierno dijeron que el presidente simplemente se “distanció” de Ernesto Talvi. Ahora tiene que ver cómo se las ingenia en estos tiempos de pandemia para traer al sustituto desde España, donde trabaja de embajador: Francisco Bustillo. En qué vuelo inexistente vendrá y cómo lo sentará en su nuevo trono sin necesidad de cumplir la cuarentena que iguala a todos a la hora del necesario encierro sanitario.

La salida estaba prevista desde el 9 de junio, pero para fin de año. Así lo habían acordado Lacalle y Talvi en un inédito procedimiento de “retiro en cuotas”. Pero bueno, acaba de quedar probado que en 21 días, el mismo tiempo que le lleva a una gallina empollar sus huevos, pueden pasar muchas cosas más. Talvi elevó su renuncia a la usanza de los nuevos tiempos, por Twitter, y Lacalle tomó nota, pero no ya como en los viejos tiempos, cuando se agradecían los servicios prestados. Será porque en cuatro meses no se pueden prestar muchos servicios, aunque Talvi dijo que sí, que tenía a punto la firma de acuerdos con la UE y con la Asociación Europea de Libre Cambio. Y tratados de libre comercio con Canadá, Singapur y Corea. Si así no fuera, queda claro que, como un chirimbolo más del arbolito, esa será la factura que en la Navidad le pasará a su sustituto.

Se dijo que las diferencias Lacalle-Talvi se reducen a la estrategia a seguir ante Venezuela. Si intervenir groseramente en sus asuntos internos, manteniendo “todas las opciones sobre la mesa”, como dice Donald Trump, o valerse de las armas de la diplomacia para incidir civilizadamente. Es cierto que existen esas diferencias, pero no se reducen a Venezuela. Las partes ya habían discutido en tono de do mayor cuando a la hora de cursar las invitaciones para la asunción presidencial, Talvi intentó explicarle a Lacalle que el gobierno de Bolivia era una dictadura nacida de un golpe de Estado.

El alineamiento con Estados Unidos es evidente. Más allá de que Lacalle lo dijo y Talvi lo ha sugerido, hay dos episodios de repercusión regional que lo dicen todo. Uno, el apoyo al candidato de Trump para presidir el BID, Mauricio Claver-Carone, un norteamericano, lo que rompe con las reglas no escritas respetadas en los 61 años de vida del Banco. Otro, la suspensión del proceso de separación de Uruguay del TIAR, que con una reforma ahora impulsada por Luis Almagro desde la OEA, habilita la persecución política dentro de los territorios americanos, utilizando al TIAR para cobijar un nuevo Plan Cóndor.

Está claro que las diferencias existen, y que van más allá de qué es democracia y qué es dictadura. Van desde quien acepta la vigencia de Estados Unidos en el ajedrez global pero no se ata, y quien se sube al carro sin preguntar quién lleva las bridas. Lo importante ahora es que esas diferencias no se van a poder dilucidar. Uno se va y el otro se queda, y el que se queda no tiene contrapesos. El mismo día que se fue Talvi, Lacalle sentó en un despacho de la casa de gobierno al exembajador Álvaro Moerzinger, un abogado llegado a la diplomacia en los años del Plan Cóndor, blanco como Lacalle y no colorado como el canciller saliente. A Talvi lo reemplazará Francisco Bustillo, blanco también, y entre 2005 y 2010 exembajador en Argentina