Estados Unidos mantiene los ojos puestos en las universidades, ciudades y estados de todo el país donde se esperan manifestaciones de apoyo a los indocumentados y de repudio a la política migratoria que el presidente electo, Donald Trump, prometió poner en marcha apenas asuma el cargo. No se trata solo de las «grandes ciudades cosmopolitas» de la Costa Este o California. El movimiento se extiende también al «cinturón de óxido» («rust belt») que se volcó masivamente a favor del republicano, o a la universidad más antigua de Texas, uno de los núcleos de la esclavitud y bastión de la discriminación racial.

Mientras tanto, avanza el escrutinio definitivo de los votos de la semana anterior y la diferencia a favor de la demócrata Hillary Clinton se ampliaba cada vez más, a pesar de que por el sistema electoral estadounidense el triunfo de Trump no se ponía en duda en la dirigencia política. Trump obtuvo 290 electores contra 232 de Clinton, pero la exsecretaria de Estado supera por más de un millón de votos al magnate.

Si la tendencia del escrutinio definitivo se mantiene, como pronostican todos los analistas, Clinton se convertirá en el cuarto candidato presidencial que ganó el mayor número de votos en una elección, pero no fue electo presidente. El antecedente más cercano en Al Gore en el año 2000 frente a George W. Bush.

Las ciudades de Los Ángeles, San Francisco, Chicago, Seattle, Portland, Providence y la capital del país, Washington DC, además del estado de Nueva York y las universidades más prestigiosas del territorio, mientras tanto, se declararon el lunes en rebeldía frente a Trump y prometieron proteger a los inmigrantes ilegales de las deportaciones masivas.
Trump ganó las elecciones con la promesa de campaña de deportar a los 12 millones de inmigrantes que viven ilegalmente en Estados Unidos y tras la victoria ratificó que, en lo inmediato, expulsará a entre dos y tres millones de personas que «tengan antecedentes criminales, sean pandilleros, traficantes de drogas»

.Ya como presidente electo su promesa se convirtió en un anuncio que provocó temor y rechazo en parte de la sociedad estadounidense. «Los valores, leyes y políticas de Washington no cambiaron el día de las elecciones. Celebramos nuestra diversidad y respetamos a todos los residentes de DC sin importar su estatus migratorio», sentenció ayer en un comunicado la alcaldesa de la capital, Muriel Bowser, según la agencia de noticias EFE.

De esta manera Bowser, una dirigente demócrata, se rebeló contra la amenaza de Trump de negar fondos federales a las ciudades y estados que no colaboren con la nueva política migratoria republicana.

El sábado pasado, el gobernador del influyente estado de Nueva York anuncio con un mensaje en español en su cuenta de Twitter que mantendrá «el legado de la capital progresista de la nación».

«Así que déjenme ser muy claro: si alguien siente que está bajo ataque, quiero que sepa que el estado de Nueva York – el estado que tiene la Estatua de la Libertad en su puerto – es su refugio», escribió el gobernador demócrata.

Alrededor de la capital, especialmente en el norte de los estados de Virginia y Maryland, hay otras localidades que no cooperan automáticamente con las autoridades federales de inmigración para facilitar las deportaciones.

En los últimos cinco años, unos 320 distritos, entre ellos los estados de California y Connecticut, aprobaron leyes que impiden a las policías locales participar en actividades federales de inmigración que son «voluntarias».

Ciudades santuario como Nueva York y Los Ángeles condicionan la detención de un inmigrante ilegal a una orden de un juez federal de inmigración, no simplemente la orden del gobierno federal.

Pese a esta resistencia, durante los dos mandatos de Barack Obama, alrededor de 2,7 millones de inmigrantes fueron deportados de Estados Unidos, una cifra hasta ahora récord. Estas deportaciones son facilitadas por la ayuda de muchas autoridades locales.

Pese a las diferencias ideológicas entre autoridades locales, durante estos últimos ocho años tanto la Casa Blanca como los gobiernos municipales o estatales evitaron hacer de esto una abierta confrontación política. Con la nueva retórica enardecida de Trump, esto parece haber cambiado.

La solidaridad hacia los inmigrantes también está creciendo en las principales y más prestigiosas universidades del país, donde desde la noche de las elecciones se concentran muchas de las manifestaciones contra la futura Presidencia de Trump.

Miles de estudiantes y profesores de las principales universidades de Estados Unidos firmaron un petitorio reclamando que los centros educativos protejan a estudiantes indocumentados amenazados por las promesas de deportación de Trump.

Además, está convocada en todo el país una protesta hoy bajo el lema «Campus Santuario».

Sólo en la Universidad de Harvard, más de 4.400 estudiantes y profesores pidieron a las autoridades del campus que tomen medidas inmediatas para evitar la deportación de 40 estudiantes indocumentados matriculados y que se nombre a un responsable de diversidad e inclusión.

Además, reclamaron que la iglesia del campus se convierta en refugio para los indocumentados, algo similar a lo que pidieron más de 2.000 estudiantes y profesores de la Universidad de Yale.

Se espera que hasta 80 universidades de Estados Unidos se sumen a la convocatoria de «Campus Santuario» y expresen en una única y potente voz su rechazo a los anuncios de deportaciones masivas del próximo presidente.

En el simbólico Oberlin College, en pleno centro del arruinado cordón industrial del Medio Oeste que le dio la victoria a Donald Trump, los estudiantes de la prestigiosa universidad local marcharán a las 16:30 hora local (14:30) para lograr que el «campus» se convierta en un santuario de indocumentados, informó el Washington Post.

Oberlin es famosa en Estados Unidos como una de las «terminales» del «ferrocarril clandestino» que sacaba negros esclavos del Sur y les daba la libertad en el Norte. «Se trata de enfrentar moralmente al sentimiento antiinmigratorio», explicó Gina Perez, profesora de estudios comparativos sobre Estados Unidos.

En el extremo esclavista de la misma ruta de la libertad, en la igualmente simbólica A&M University de Texas (fundada en 1862 como Escuela Superior de Agricultura y Mecánica de Texas, y la más antigua del Estado), se prevén manifestaciones de apoyo a la petición que, con centenares de firmas, se elevó en el mismo sentido a las autoridades de la institución.

El clima de incertidumbre, miedo y rechazo no es monopolio de los sectores demócratas o progresistas de Estados Unidos.

El Departamento de Seguridad Nacional estadounidense anunció hoy que, ante el temor a una ola de inmigración ilegal en estos meses hasta la asunción de Trump, reforzará la frontera sur con México para frenar cualquier ingreso masivo de latinoamericanos.

Cuenta votos
El escrutinio, que sigue en marcha en algunos estados que están procesando votos en ausencia o depositados en el extranjero, ya da una ventaja de más de un millón de boletas a Clinton -unas 61,96 millones- frente a Trump – unas 60,96 millones-, lo que se traduce en un 47,8% para la demócrata y 47% para el republicano.

Pese a estas cifras, en Estados Unidos la elección presidente es indirecta y lo que importa es conseguir la mayoría del colegio electoral, un cuerpo compuesto por representantes de cada estado.

Los ciudadanos votan por los electores de su estado, que son los que finalmente elegirán al candidato ganador, como sucedía en Argentina antes de la reforma constitucional de 1994.

En Estados Unidos, cada estado elige a un número de electores para el colegio electoral, según su número de habitantes en el último censo.

El estado que más electores aporta es California con 55, mientras que Wyoming y la pequeña capital, Washington DC, apenas eligen tres cada uno.

Excepto por los estados de Nebraska -cuatro electores- y Maine –dos electores-, en todos los estados el partido que gana se lleva todos los electores, no se dividen proporcionalmente.

En total, los 50 estados aportan 538 representantes en el colegio electoral y un candidato debe tener el apoyo de la mitad más uno, 270, para convertirse en el presidente de Estados Unidos.

El martes pasado, Trump consiguió 290 electores, 20 más de los que necesitaba para garantizarse su lugar en la Casa Blanca.