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(Foto: Diego Paruelo)

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(Foto: Diego Paruelo)

Sergio Gasco, el soldado conscripto que Diego biografió con sus imágenes, fue uno entre miles de los que marcharon a combatir a las islas en nombre de todos nosotros, algo que muchos olvidan cuando hablan con ligereza del conflicto de 1982, en un sentido o en otro, como una gesta o como un cúmulo de inutilidades. Gasco estuvo apostado en el Monte Longdon como infante del Regimiento de Infantería 7. Allí se produjo una de las batallas más duras de la guerra. Sergio Gasco sobrevivió y conservó algunos objetos de su paso por las islas: la chaquetilla vacía desplegada en esa foto; un par de guantes manchados y con los dedos deshechos y sucios.

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(Foto: Diego Paruelo)

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(Foto: Diego Paruelo)

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(Foto: Diego Paruelo)

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(Foto: Diego Paruelo)

Diego lo conoció en en el Sur del Conurbano de Buenos Aires en 2000, mientras vendía lapiceras para subsistir en un país que se deshacía y comenzó a hacer su trabajo. Las imágenes que construyó con su cámara reflejan la soledad, lo incomprensible, lo irreparable que es cargar con la memoria de la guerra vivida, aun cuando haya reconocimiento social. Por oposición, basta imaginarse cómo se multiplican esos sentimientos cuando lo que los soldados encontraron al volver fue insensibilidad e indiferencia.

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(Foto: Diego Paruelo)

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(Foto: Diego Paruelo)

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(Foto: Diego Paruelo)

Sergio Gasco murió de cáncer en 2003. Joven, con la batalla y los muertos a cuestas. Diego murió en forma inesperada en el verano de 2019. Contó, en una entrevista, que la agonía de Gasco lo había impactado de tal manera que estuvo varios meses sin ver sus fotos, aunque sabía que algo tenía que hacer con ellas.

¿Este es un país que se come a sus jóvenes? ¿Exponerse a la realidad tiene siempre esos efectos? ¿Debemos convivir con ese tipo de injusticias? Son todas preguntas que la muestra “2 de Abril” disparaba con Diego en vida, y que hoy me asaltan ante la doble pérdida.

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(Foto: Diego Paruelo)

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(Foto: Diego Paruelo)

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(Foto: Diego Paruelo)

Yo no conocí a Gasco, pero sí a otros muchos como él. Muchos de ellos ya tampoco están. Con Diego nos cruzamos a finales de 2018 en la calle, a la ida o a la vuelta de una marcha, o en la entrada del colegio donde trabajo, ya no recuerdo. Pero sí sé que nos habíamos escrito para «hacer algo con sus fotos” y mis textos. Reforzamos la voluntad de cumplir con ese proyecto en un contexto que sabíamos hostil. Su muerte nos ganó de mano.

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(Foto: Diego Paruelo)

Escribió Thomas Edward Lawrence, uno de los líderes de la revuelta árabe durante la Gran Guerra: “Una muerte individual puede producir un agujero momentáneo, como una piedra lanzada sobre el agua. Pero desde allí se extienden ondas de dolor”. Diego supo captar esas ondas encarnadas en la vida de Gasco. Su trabajo revela un espíritu sensible y solidario. Lo mejor que se puede hacer, a pesar de esos círculos concéntricos que se prolongan, por Gasco, por él, y por tantos, es mantener esos dos valores fundamentales, ser tanto mejores que la sociedad que envió a Sergio a combatir y luego se olvidó de él, como que estos días aciagos en los que el trabajo de Diego implica, por más alegría del alma que desparramara a diestra y siniestra, portar un dolor a veces muy difícil de soportar.