Dentro de los míticos años ’80, la impronta de un chico que venía con su banda desde La Plata supo agitar la escena de Buenos Aires como muy pocos lo hicieron en décadas anteriores. Tal vez por eso la aparición de Federico Moura en la arena del rock local produjo una de las bisagras más importantes de su historia, fundamentalmente para que el paso hacia la modernidad –ese factor tan rechazado por los rockeros de los años ’70– emergiese con el peso propio de las situaciones disruptivas.

Todo eso y mucho más fue lo que motorizó a comienzos de los ’80 la estampa de Moura, frontman y eje central de Virus. Pero en un principio fue todo rechazo. La temática, el sonido y la impronta del grupo, algo decididamente alejado del rock nacional de aquellos años, generó tirria en el público, pero Federico estuvo ahí para recibir los golpes.

Es cierto que la banda tuvo que construir su espacio a prueba de todo (inclusive de proyectiles, tal como sucedió en Prima Rock ’81, un festival celebrado en Ezeiza, donde el deporte favorito del público consistió en lanzarle todo objeto manipulable a Virus), pero a fuerza de insistencia, primero el quinteto generó dudas, luego aceptación y más tarde pleitesía en miles de fans del rock de acá.

Comparado con Ney Matrogrosso por varios y por muchos más con el andar sexy de David Bowie sobre los escenarios, Federico supo construir sensualidad artística durante su paso en este plano de las cosas, generando incondicionalidades intensas en sus fans de ambos sexos. En sus interpretaciones brillaban sus letras junto a las de Roberto Jacoby (letrista central de la banda), donde la crítica y la ironía  de los inicios –Wadu Wadu, el debut del grupo en 1981 hacía buena gala de esos factores– se mixturaban con la ambigüedad sexual y  letras casi explicitas en discos exitosos como Locura (1985) que elevó la figura de Moura a la categoría de pop tótem de los ’80.

Su muerte por derivaciones del HIV de la que se cumplen 30 años en estos días hackeó al ambiente del pop local el 21 de diciembre 1988. La noticia –que se mantuvo en secreto por parte del periodismo pero que el círculo del rock local conocía de primera mano–, llegó como un frío helado en el calor de un verano que recién comenzaba. Había dejado un pasado como diseñador textil, compositor, productor (encargándose nada menos que del debut discográfico de Soda Stereo) y un paquete de discos recordados, entre los que resaltan tracks como «Una luna de miel en la mano»,  «Pronta entrega»,  «Me puedo programar», «Agujero interior», «¿Qué hago en Manila?» o «Imágenes paganas» –tal vez su canto de cisne, aparecido en su último disco Superficies de placer, de 1987– que bien podrían servir para recordarlo en semejante aniversario.


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Raros y deslumbrantes

«La primera vez que lo vi a Federico fue en Prima Rock, un festival en Ezeiza. En medio de toda esa programación, con Spinetta, Dulces 16, Cantilo y Punch, Nito Mestre y otros, estaba Virus, algo totalmente inesperado. El nombre de ellos era raro para la poética del momento. Yo tenía 15 o 16 años y hasta diría que me escandalizó siendo un adolescente. Imaginate lo que sucedió con los tipos más grandes que yo cuando aparecieron Federico y Virus: eran todos pibes flacuchitos que saltaban por todo el escenario como gorriones esquivando proyectiles. Tocaron un rock and roll acelerado como a mil revoluciones, y en ese momento no los entendí, pero luego los escuché en la radio y ahí me parecieron deslumbrantes», recuerda Sergio Pángaro, que junto a su banda Baccarat siempre incluye en su lista de temas clásicos de Virus, pero también temas inspirados en el universo de Moura.

Para Mario Serra, baterista original del grupo, su encuentro con el cantante generó un antes y un después en su vida como músico: «Con Federico nos conocimos en la secundaria teniendo bandas de rock. Él tocaba en una y yo en otra que se llamaba Los Cuervos. En La Plata en ese momento, casi finales de los ’70, había muchas bandas, inclusive la de Skay Beilinson. Con Federico nos cruzábamos en escenarios varios, pero después comencé a trabajar como profesional en Buenos Aires y nos perdimos de vista, hasta que después formamos Las Violetas y más tarde Virus. Su rol era el de un cantante raro para la época pero los ’80 eran años raros (risas). Todos teníamos un rol y nos respetábamos en ese contexto», aclara.

Roberto Jacoby fue el símbolo de las letras de Virus. Más allá de la amistad que lo unía a Moura y al resto de la banda, a la distancia recuerda al cantante en el contexto de los primeros años ’70 con la sensualidad que una década más tarde despertaría en las masas. «A Federico lo conocí  en 1972, aproximadamente. Todavía no tenía obras pero se lo notaba como a un chico inquieto, inteligente y gracioso. Suelo acordarme de él caminando por el centro de Buenos Aires, llamando la atención por su belleza inquietante”.


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Moderno y obsesivo

Agujero interior (1983) es el tercer disco de la banda y fue producido por Michel Peyronel, en ese momento también baterista de Riff. Fue con ese disco que Virus saltó a la consideración popular con temas como «En mi garage», «El probador» o el hit «¿Qué hago en Manila?». «A él le interesaba mucho lo moderno y a mí me interesó su halo cultural. Creo que si tenemos que hablar con respecto a qué nos dejó como artista, yo diría  que debemos hacer foco en su manera de interpretar canciones. Como productor siempre me interesó lo artístico y con Federico eso estaba asegurado. Eso no es poco porque lo que queda es lo artístico. Nunca tuvimos un problema o un roce, salvo cuando una vez, luego de haber entregado a la compañía las cintas de «Agujero interior» me pidió volver a cantar «¿Qué hago en Manila?». Recuerdo que me pidió tantas veces volver a cantar ese tema que al final terminamos haciéndolo nuevamente y terminó saliendo como quedó en el disco. El sentía que podía cantarlo mejor y así lo hizo», revela Peyronel.

En el terreno del legado dejado por Moura, es Sergio Pángaro quien aporta una mirada distinta que permite el ingreso de Sumo en el análisis: «Su influencia con Virus es la misma que aportó Sumo, supuesta banda rival de ellos. Tanto Luca con Sumo como Federico con su banda aportaron una lectura que fue posible desde un localismo. Los dos podríamos decir que se formaron en Europa, porque inclusive Villa Elisa (La Plata) es como una parte ajena de la Argentina. Los Virus se nutrieron en Europa y Luca lo mismo, así que esa risueña rivalidad de la que se nutre el folklore del rock y las frases que se decían los unos sobre los otros es motivo de análisis. Son dos bandas argentinas, pero que consiguieron darle una actualización a nuestro rock. Fueron dos potencias».

A 30 años de su desaparición física, todos coinciden en que la figura de Moura está muy presente con sus temas en la radio, con sus videos en YouTube, con miles de reproducciones en streaming y con cientos de bandas que todavía hacen covers de sus temas más celebrados. «A medida que pasa el tiempo su figura se acrecienta y ya nadie, ningún periodista se atreve a criticarlo por ‘ambiguo’ (qué vergüenza para el gremio) y ningún rockero por puto. Cada día se leen más capas en su obra y sus gestos. Es el problema de las mentes adelantadas que se enfrentan a la mediocridad que él detestaba», sostiene Jacoby. Para otro de los que supo conocerlo bien, Federico sigue presente no sólo desde su obra: «Todo este tiempo que pasó no es poco, pero ahí te das cuenta todo lo que dejó. Yo estoy muy metido en la música, pero los demás te hacen tomar conciencia cuando te hacen este tipo de preguntas. La verdad, las canciones son escuchadas en la actualidad y todo sigue alrededor de Federico. Su figura sigue teniendo homenajes después de tanto tiempo y sus temas quedaron en la gente. Todo se debe a su voz, su música. Pasaron tantos años y todavía ahí, está cantando», concluye Mario Serra.  «