El 9 de septiembre de 1828 nacía en la localidad rusa de Yasnaia Poliana Lev Nikolaievich Tolstoi, quien estaría destinado a ocupar un lugar protagónico no sólo en la literatura rusa, sino en la literatura universal. Sobre su vida y sobre su obra han corrido ríos de tinta, lo que hace a la vez fácil y difícil hablar de él. Hay mucha información pero, a la vez, todo lo que se diga ya ha sido escrito.

En un intento de definirlo, sin embargo, podría decirse que la característica distintiva tanto de su vida como de su obra fue el exceso. Grafómano consumado, su obra completa abarca 90 tomos y a lo largo de su vida escribió más de 10.000 cartas. De ese mare magnum sus dos novelas más conocidas son la monumental Guerra y Paz y Ana Karenina. Escribió también cuentos, artículos periodísticos y un larguísimo diario personal.  

«Cuando se lee a Tolstoi, se lee porque no se puede dejar el libro», dijo Vladimir Nabokov. “Su prosa lleva el compás de nuestro pulso, sus personajes se mueven con el mismo andar de la gente que pasa bajo nuestra ventana mientras leemos el libro… si hay un tiempo de Proust y un tiempo de Joyce, Tolstoi en cambio logra –como nadie– el tiempo standard, el tiempo común y corriente: el que iguala nuestro reloj y el de sus personajes”.

Su existencia fue abundante en acontecimientos trágicos. A los dos años perdió a su madre que murió en el parto de su hermana menor. A los nueve, perdió a su padre, por lo que fue criado por unos parientes. Hasta la floreciente situación económica de su familia perteneciente a la nobleza -él era Conde- constituyó para él un motivo de sufrimiento. 

Tuvo 13 hijos y 31 nietos. Había cumplido 82 años y faltaban diez días para su muerte, cosa que, por supuesto, él no sabía, cuando decidió emprender su última aventura: abandonó en secreto a su mujer a quien le dejó una breve misiva. “Una semana antes de su muerte -dijo su biógrafo ruso Pável Basinski., en el amanecer del 28 de octubre de 1910, cuando el invierno ya estaba instalado y el campo completamente nevado, el anciano hizo enganchar la troika (tiro de tres caballos), y salió a escondidas de su propiedad de Yásnaya Poliana, dejándole una nota a su mujer.”

Esa nota decía: “Mi ida te causará tristeza. Lo siento por eso, pero comprende y cree que no puedo actuar diferente. Mi posición en esta casa se está volviendo, se ha vuelto, insoportable. Aparte de todo el mundo, no puedo vivir más en las condiciones de lujo en las que he estado viviendo, y estoy haciendo lo que los viejos de mi edad hacen generalmente: retirarse de la vida mundana para pasar sus últimos días en soledad y silencio. Por favor entiende esto y no vengas a averiguar dónde estoy. Tu visita de esa forma sólo haría mi posición y la tuya peores y no alteraría mi decisión.”

“Te agradezco por estos 48 años de vida fiel conmigo, y te ruego que me perdones por cualquier cosa que he hecho en contra tuya, así como mi alma perdona cualquier cosa que podrías haber hecho en contra mía. Te aconsejo que renuncies a la nueva posición en la que mi partida te deja, y que no tengas ningún sentimiento enfermo hacia mí.”

“Si quieres comunicarte, dale todo a Sasha. Ella sabrá dónde estoy y proveerá todo cuanto sea necesario; no te puede decir dónde estoy porque le he hecho prometer que no le dirá a nadie».

Al enterarse de su huida, su mujer, Sofía,  tuvo un intento de suicidio que fue ampliamente cubierto por la prensa rusa. El casi medio siglo que vivieron juntos no fue suficiente para limar las diferencias que los separaban. Su mujer le reprochaba que siendo un noble adinerado no se dedicara a la vida social y no invitara a sus pares nobles a su casa.

A los tres días de la huida que protagonizó junto a su médico y con la complicidad de su hija menor. Leon contrajo una neumonía y poco después murió, el 20 de noviembre de 1910.

Como todo inconformista su vida estuvo marcada por la contradicción: fue a la vez creyente y anarquista,  rico de nacimiento  y pobre por vocación, desbordado y ascético, predicador del Evangelio y excomulgado por la Iglesia Ortodoxa rusa. En un momento de su vida se dedicó al juego, marchó a la guerra (fue militar en el Cáucaso y en Crimea), y frecuentó a distintas mujeres lo que le provocó el contagio de una enfermedad de transmisión sexual.  Más tarde fue pacifista, vegetariano y predicador de las virtudes de la sobriedad.

“Toda la vida de Tolstoi –dice Juan Forn en un artículo- es una lucha sin cuartel por superar las contradicciones, por hacer de sí mismo una persona que pueda aceptar (´Lo que has hecho sólo será verdadero bien cuando ya no estés tú para arruinarlo´, escribe en 1882), pero son precisamente esas contradicciones, la intensidad y la simultaneidad de esas contradicciones, las que lo hacen tan ancho y tan profundo, tan bestialmente humano. Con casi ochenta años cumplidos era capaz de decir, con apenas días de diferencia: ´La abundancia de libros es una calamidad. Hay que establecer la costumbre de avergonzarse de publicar en vida. ¡Cuánto sedimento se asentaría y que agua más pura correría!´, y poco después: ´Sigo siendo sensible y vanidoso y quiero publicar hasta el día en que me muera´.” 

A 190 años de su nacimiento, ese hombre atormentado y contradictorio es un clásico de clásicos en el sentido en que entiende esta palabra Ítalo Calvino: un escritor que a través de las generaciones, siempre tiene algo nuevo para decir. Conociendo algo de la vida que llevó puertas adentro de su casa, es lícito pensar que quizá el memorable comienzo de Ana Karenina tiene mucho de autobriográfico: «Todas las familias felices se parecen, pero las infelices lo son cada una a su manera».