El mito, la leyenda de ojos azules se hacía eterna hace 20 años. El 14 de mayo de 1998, Frank Sinatra moría de un ataque al corazón en un hospital de Los Ángeles. Tenía 82 años y una carrera artística que se extendió por más de 50 años. Su voz, la voz, elevó a la categoría de clásicos canciones como My Way, Come fly with me, That’s life, Fly me to the moon, Strangers in the night, entre tantas otras. Pero la importancia de Sinatra fue más allá de la música.

Los hombres veían en él un ejemplo de virilidad y las mujeres morían por él. La clase trabajadora lo veían como uno de los suyos, hijo de inmigrantes que llegó a la cima de la elite, con su estilo y sus modos elegantes hasta para emborracharse: “Todo lo que se ha dicho de mi personalidad es irrelevante. Porque cuando canto, creo. Soy honesto”, solía decir cuando, en pleno apogeo de los años cincuenta, todo lo que hacía era la comidilla de los medios.

Nada lograba dañar su prestigio y su fama. “La mejor revancha que podés tener es el éxito masivo”, decía. Era dueño -en palabras del reseñista David Villafranca-  de un estilo elegante y seductor. Contaba con un registro de barítono. No solo le cantaba al amor feliz sino también a la soledad y la melancolía; tenía un repertorio extenso, basado en la obra de los más importantes compositores populares estadounidenses de su época.

Nacido en Hoboken, New Jersey, el 12 de diciembre de 1915. Fue hijo único. Su madre, Dolly, esperaba una niña por lo que durante varios años lo vistió color de rosa. Sus padres soñaban con verlo convertido en un exitoso ingeniero civil, por eso en sus inicios Frank llevaba una doble vida como camarero y si cantaba por radio no daba su nombre.  Su infancia estuvo marcada por sus orígenes italianos, la rigidez de su madre y la pobreza propia de su zona y de la depresión económica. Según consignan sus biógrafos, el joven Frank alucinaba con Bing Crosby, de quien tomó la idea de intentar generar una mayor intimidad con el oyente.

En una entrevista para Life, en 1970, Sinatra contó que la primera vez que se subió a un escenario fue a finales de los años 20 en un hotel de New Jersey. “Probablemente me pagaron con un par de paquetes de cigarrillos y quizá un sándwich”, contaba para alimentar el mito.

Siempre se habló que la mafia tuvo que ver con el despegue de su carrera pero era más por su imagen de “canalla incorregible” y principalmente porque nunca abandonó sus salidas nocturnas: “Estoy a favor de cualquier cosa que te sirva para aguantar una trasnoche, ya sea un rezo, un tranquilizante o una botella de Jack Daniels”, le dijo a Playboy en 1962. Hizo cine (más de 50 películas) y formó, en los 60`, el famoso Rat Pack junto a Sammy Davis Jr., Dean Martin, Peter Lawford y Joey Bishop, donde Sinatra llegó a personificar el bebedor y mujeriego, libertino y jugador, imagen reforzada constantemente por la prensa.

En lo político jugó sus cartas. Era simpatizante demócrata, lo cual no le impidió tener entre su sus oyentes más fieles a muchos republicanos que veían en él un representante de la “americanidad”.

En lo sentimental vivió turbulencias: se casó cuatro veces (con Nancy Barbato, Ava Gardner Mia Farrow y Barbara Marx, su última esposa) y tuvo miles de amoríos, muy pocas veces reconocidos. “Se supone que debo tener un posgrado en la categoría ‘mujeres’. Pero la verdad es que he fracasado muchas más veces que las que no. Soy muy simpatizante de las mujeres, las admiro. Pero, como todos los hombres, no las entiendo”, reconoció en La manera en que llevas el sombrero, una de sus biografías más reconocidas. Donde también se cuenta el intento frustrado de retirarse en 1971 que no pudo cumplir, claro.

Jim Morrison de The Doors, dijo una vez: «Nadie puede tocarlo. Es dios en la tierra”. Quizá para muchos lo era. El último concierto de Sinatra fue 1995 el salón de un hotel en California. Pero sus canciones continúan cautivando. Sinatra, como Gardel, cada día canta mejor, parece. En su tumba se puede leer: “Lo mejor está por venir”, todo un símbolo para la voz nunca se extinguirá.

Sinatra en el Abasto

Una de los datos más desconocidos de Sinatra es que a los 18 años, instado por su novia de ese momento, Nancy Barbato, fue a ver una de las presentaciones que Carlos Gardel daba para la radio al otro lado del Río Hudson.

EL zorzal criollo estaba en la ciudad de Nueva York, llegado desde Francia, contratado por la cinematográfica Paramount para realizar una serie de películas para el público hispanoparlante. La NBC le había dado un espacio para presentarse todas las noches a las 21, así que Francesco Albertino Sinatra Agravantes, hijo de genovesa y siciliano, se animó y fue a verlo.

Franky no encontraba el rumbo: lo habían echado de la escuela y todos sus trabajos (camionero, repartidor de diarios, cadete) terminaban a los días por su carácter provocador.

Al terminar el programa, junto a Nancy se acercó para saludarlo. Medio en italiano y medio en castellano charlaron y ese encuentro con Gardel pareció convencer a Sinatra de qué camino tomar: a los meses, en la misma emisora, junto a tres amigos, Frank ganó su primer concurso, lo que les llevó a una gira de tres meses patrocinada por el programa.

Quizá fue el solo hecho de ver al barítono argentino o alguna anécdota de Gardel sobre como logro alejarse de los malandrines genoveses de su barrio. Pero cuando Frank Sinatra llegó en agosto de 1981 por primera y única vez a la Argentina para cantar en el Luna Park ante 20.000 personas, se hizo llevar de incógnito por un agregado cultural de la Embajada de EE.UU. a la esquina de Agüero y Humahuaca. En esa esquina del Abasto, donde Gardel comenzó a cantar, quizá tenía en el bolsillo una amarillenta entrada de un espectáculo radial de 1934 que lo llevó hasta allí.