Mañana jueves se cumplen 25 años de la masacre de Waco, un asedio de 51 días a la sede de un culto protestante apocalíptico en el medio de Texas, televisado en vivo y en directo dentro y fuera de Estados Unidos, que terminó con tanques blindados, gases lacrimógenos, un incendio masivo, 76 muertos y una incógnita aún abierta: ¿quién fue el responsable?

A primera hora de la mañana del 19 de abril de 1993, en las afueras de la ciudad de Waco, en medio de una zona rural de Texas, el FBI destruyó con tanques de guerra partes del edificio de madera que durante décadas fue la sede de Rama Davidiana, una congregación protestante devenida en secta, e hizo agujeros para llenar los ambientes con un gas lacrimógeno militar, especialmente fuerte.

Por altoparlantes anunció que no se trataba de un asalto y pidió que depusieran las armas, salieran con las manos en alto y se entregaran a los 600 agentes que los rodeaban. Pero nadie salió.

Poco después, cuando los tanques lanza gases seguían asediando el edificio, una columna de humo empezó a salir por una de las ventanas y rápidamente el fuego se extendió a todo el edificio.

Setenta y seis miembros de la secta, entre ellos 25 niños y bebés, murieron en el acto. El primer cuerpo identificado por el FBI fue el del líder del grupo religioso y el hombre que sostenía que hablaba directamente con Dios, David Koresh. Tenía un tiro en la cabeza.

El FBI siempre afirmó que el incendio fue provocado desde adentro del edificio y una investigación formal lo corroboró, aunque reconoció que la fuerza utilizó granadas de estruendo, un tipo de arma no letal que, como el gas CS usado, pueden ser inflamables.

Los nueve miembros de la secta que sobrevivieron al fuego, en cambio, sostienen hasta hoy que ellos no fueron, que el fuego no fue provocado intencionalmente desde adentro y que nunca hubo un plan para suicidarse en masa, como contó el FBI.

Algunos de los sobrevivientes siguen culpando al FBI, otros simplemente dicen que no saben qué sucedió.

Lejos de querer buscar claridad e investigar a fondo lo que sucedió, el FBI y el entonces flamante gobierno de Bill Clinton taparon el asunto desnudando los aspectos más escabrosos de la secta y, especialmente, de su líder.

Contaron cómo Koresh se casó con una joven de 14 años poco después de asumir el mando de la congregación en 1988 y cómo más tarde disolvió todos los matrimonios del grupo y tomó a las mujeres como pareja porque había tenido una revelación divina. Según le había dicho Dios, los hombres debían ser célibes y él solo debía cargar con el peso de la reproducción de los elegidos para el Día del Juicio Final.

Al momento de la masacre, Koresh tenía al menos 15 esposas y al menos 13 hijos.

El FBI y el gobierno de Clinton también repitieron una y otra vez frente a las cámaras que Koresh abusaba de los niños de la secta. Mientras que nunca pudieron comprobar los presuntos abusos a sus hijos y los chicos más pequeños, los sobrevivientes contaron que muchas de las llamadas esposas de Koresh eran menores de edad cuando él las eligió.

Ni el gobierno ni el FBI, en cambio, investigaron cómo empezó la masacre, el 28 de febrero de 1993, cuando 76 agentes fuertemente armados del Departamento de Alcohol, Tabaco y Armas de Fuego (ATF) irrumpieron en la granja de la secta con dos helicópteros Blackhawk -como los que usaba por entonces el Ejército-, 80 vehículos y una orden de allanamiento para confiscar ametralladoras que habían sido modificadas ilegalmente para convertirlas en armas automáticas.

El delito es considerado leve en Texas ya que este tipo de modificación puede ser legal con un permiso estatal que costaba, en ese momento, sólo 25 dólares.

Cuando el ATF irrumpió con toda su fuerza, adentro del edificio había unas 130 personas, entre ellas 46 niños y bebés.
En el tiroteo murieron cuatro agentes del ATF y seis davidianos, como el país pasó a conocer a partir de ese día a los miembros de la secta apocalíptica.

Hasta hoy nadie sabe realmente quién disparó primero.

El FBI declaró en audiencias públicas que miembros de la secta empezaron el tiroteo, mientras que los davidianos siempre dijeron, inclusive los sobrevivientes hasta hoy, que los suyos sólo abrieron fuego cuando los agentes le dispararon a Koresh, cuando éste pedía desarmado en la puerta que se retiraran.

Tras el shock inicial, la masacre no desató una crisis política, pero los interrogantes abiertos sobre la masacre de Waco y el uso excesivo de la fuerza estatal sí se convirtieron en un hito recordado especialmente por grupos de derecha, nacionalistas y tradicionalmente desconfiados del Estado federal.

Sin embargo, hace unos meses, una productora famosa y masiva de Hollywood como Paramount, lanzó en su canal de cable una serie sobre la masacre con una mirada distinta, especialmente crítica de la militarización de las fuerzas de seguridad federales y más humana de los miembros de la secta y su líder.

La serie, que recibió muchas críticas por humanizar a Koresh, no sólo demostró que la discusión sobre WACO no está saldada, sino que, además, propuso una nueva lectura en momentos en que la militarización de las policías locales y estatales y del propio FBI, y sus abusos contra la comunidad negra o militantes de izquierda se convirtieron en un tema de debate nacional.