En su libro J.R.R. Tolkien, Author of the Century, publicado en 2002, el catedrático inglés Thomas Shippey afirma, blandiendo los números de ciertas encuestas, que tomados en su conjunto los libros del autor de El señor de los anillos han sido los más leídos a lo largo del siglo XX en Inglaterra. Solamente La Biblia, el libro que sostiene y da forma a la estructura moral del mundo occidental, habría tenido más lectores en territorio británico durante el siglo pasado. La afirmación de Shippey, que además es biógrafo de Tolkien, va todavía más allá y sugiere que se trata del autor más representativo e influyente de la literatura en lengua inglesa durante ese período, por encima de verdaderos pesos pesado como James Joyce, Bernard Shaw, T.S.Elliot, Rudyard Kipling, Virginia Woolf o Samuel Beckett, por no mencionar a otros, cuyas obras tienen un aire más “moderno” pero son igualmente descomunales, como Scott Fitzgerald, Ernest Hemingway, Flannery O’connor o William Faulkner. Una discusión en la que seguramente sobrarán los argumentos, pero en la que difícilmente se consiga llegar a un acuerdo.

Lo cierto es que a 45 años de su muerte, ocurrida un 2 de septiembre de 1973, la obra de Tolkien sigue vigente, renovando su legión de lectores y generando grandes movimientos en torno de ella. La saga de la Tierra Media, que incluye la trilogía de novelas de El señor de los anillos más El hobbit y El Sismarillion, se sigue vendiendo en todo el mundo y es habitué en cuanta lista se realiza sobre los libros más leídos de la historia. En ellas suele ocupar un lugar de privilegio entre los primeros 10, junto a obras religiosas como La Biblia o el Corán, libros de adoctrinamiento político como aquellos que recogen distintos textos de Mao Zedong, o clásicos de clásicos como el Quijote de Cervantes, Historia de dos ciudades de Charles Dickens y El principito de Saint-Exupery.

A diferencia de esa popularidad innegable, que cuenta con el aval de los números que contabilizan la edición y la venta de sus libros, es en la discusión acerca del valor literario de su trabajo donde el carácter subjetivo vuelve imposible cualquier acuerdo. Y así como Shippey lo defiende con veneración, en la vereda de enfrente pueden ponerse los archivos que la Academia Sueca, encargada de entregar cada año los premios Nobel, desclasificó en el año 2012. Así se conoció el argumento con el que uno de los miembros del comité que decidió a quién se le entregaría el prestigioso premio en 1961, rechazó la candidatura de Tolkien. “No está, en modo alguno, a la altura de la narración de calidad”, consideró entonces el crítico literario sueco Anders Österling. Y la discusión se vuelve eterna.

Pero si la geografía temporal del siglo XX lo ha encontrado victorioso en el terreno de la industria editorial, en el siglo XXI el imperio tolkieniano se expandió hacia el territorio audiovisual. El gran aliado para que esa campaña de conquista resultara exitosa ha sido el cineasta neozelandés Peter Jackson, responsable de traducir la obra de Tolkien al lenguaje del séptimo arte. Él fue el artífice del tremendo éxito de las dos trilogías que abordan el universo de El señor de los anillos y El hobbit. La primera está integrada por las películas La comunidad de anillo (2001), Las dos torres (2002) y El regreso del rey (2003, ganadora del Oscar a la Mejor Película en 2004), que recaudaron en su conjunto más de 2.900 millones de dólares. En tanto que la trilogía de El Hobbit, conformada por Un viaje inesperado (2012), La desolación de Smaug (2013) y La batalla de los cinco ejércitos (2014) cosecharon una millonada casi idéntica. La única diferencia entre estos números es que las películas de la primera trilogía fueron aumentando su recaudación a medida que los episodios avanzaban, mientras que en el caso de la segunda los ingresos se fueron “desinflando”.

La cosa, sin embargo, no se detiene acá. Como si el hecho de ser una de las obras literarias más leídas y una de las sagas cinematográficas más populares de la historia, ahora el universo creado por Tolkien llevará sus dominios al mundo de la televisión. A finales del año pasado la compañía Amazon venció a Netflix, su principal competidora en el rubro del negocio de los contenidos on demand, en la puja por los derechos para realizar una serie basada en la creación del británico. La compañía que lidera el empresario estadounidense Jeff Bezos anunció que se había asegurado estos derechos globales luego de desembolsar 250 millones de dólares. La realización de las cinco temporadas planificadas inicialmente cuenta además con un presupuesto básico de otros mil millones, lo cual convierte a la serie en la producción más costosa encarada por Amazon.

La apuesta, que lanzada en frío puede parecer descomunal, se apoya en una proyección que toma como modelo el éxito de Juego de tronos, la serie que adapta los libros del escritor estadounidense George R.R. Martin, quien no se ha cansado de reconocer la influencia que la obra de Tolkien ha tenido en su trabajo. Todavía no se conocen detalles específicos acerca de la serie, cuya primera temporada tampoco tiene fecha de estreno. Aunque Amazon ya confirmó un acuerdo con Jackson para filmar en Nueva Zelanda y usar los sets y demás elementos de las películas, todavía no se sabe nada del elenco ni del argumento sobre el que girará la serie. Apenas que, a modo de precuela, narrará eventos anteriores a los que tienen lugar en los libros y las películas. Y un rumor adicional: se dice que si el producto alcanza el éxito que se espera, Amazon podría hacerse además con los derechos de El Sismarilion, el único de los libros ambientados en el espacio mítico de la Tierra Media que todavía no cuenta con una versión audiovisual. Lo dicho, a 45 años de su muerte, el legado de Tolkien goza de la mejor salud posible.