Como la de ningún otro escritor, la obra de Roberto Arlt dividió, y aún divide, a la literatura argentina, representando el punto de fractura de su canon literario. El jueves 26 se cumplieron 76 años de su prematura muerte, hecho que nunca impidió que su nombre alimente una dicotomía que pone de un lado a la llamada alta literatura y del otro a lo popular, como si se tratara de conjuntos cerrados sin posibilidad de intersecarse. Venerado por algunos, despreciado por otros, son las voces de sus colegas las que fogonearon una grieta literaria que tiene de rehenes al escritor y su obra. Alcanza con poner en la balanza algunas de las opiniones que algunos de ellos tenían del autor de Los siete locos para confirmar el grado de polarización que su trabajo suscitaba. Al mismo tiempo, el indiscutible peso de los escritores que destinaron parte de su tiempo a pensar sobre su genio y figura, garantiza el lugar que Arlt ocupa entre los dos o tres autores más influyentes de la historia de las letras en la Argentina.

En su Diccionario de autores latinoamericanos César Aira le dedica a Arlt una entrada extensa. Esta comienza con una afirmación terminante, calificándolo como «el mayor novelista argentino». La breve biografía escrita por Aira, uno de los autores más importantes de la literatura en castellano en la actualidad, continúa recordando que Arlt nació en Buenos Aires en 1900, que fue «hijo de inmigrantes recién llegados al país» y que «según él mismo, fue expulsado ‘por inútil’ de las escuelas que frecuentó». La reseña finaliza con un dato de color que sirve para reconstruir la figura de Arlt más allá de su obra literaria: «En 1934 patentó un invento en el que ponía grandes esperanzas de hacer dinero: las medias para dama vulcanizadas, en las que trabajó hasta su muerte…».

A ese Arlt menos conocido también alude David Viñas en el libro Viajeros argentinos a Estados Unidos. «Pegar el gran batacazo en Hollywood, repetía Arlt en los días anteriores a su muerte en 1942. Un sartenazo en Hollywood y ganar mucho más que con la rosa o las medias metalizadas. Ya mismo, para despegar de una buena vez de las carencias y las rutinas». El final de la cita expone el carácter proletario de Arlt, que lo deja en la vereda opuesta de los nenes bien de la literatura argentina, como Jorge Luis Borges, Adolfo Bioy Casares, Manuel Mujica Lainez y las hermanas Ocampo. También son ellos quienes, no por casualidad, se encuentran entre los principales críticos de su obra, dejando abierta la sospecha de que la grieta tal vez no fuera sólo literaria.

La voz de Andrés Rivera, otro proletario de las letras nacionales, subraya esa idea. «Tuve un tío que quise mucho, obrero tipográfico que un día puso debajo de mi nariz a Roberto Arlt y fue lo que él mismo me dijo: un cross a la mandíbula, una fuerza arrolladora», dice el autor de El farmer en la entrevista que le realizara Graciela Speranza para su libro En primera persona. «Arlt era una colección de ese Buenos Aires clandestino por el que yo caminaba en un año de rabona. No el de los empleaditos, el de la gente lustrosa y bien vestida, sino ese Buenos Aires criminal que camina por debajo», concluye Rivera.

Por el contrario, el propio Bioy Casares nunca ocultó el escaso valor que le atribuía a su obra. «Me gustó El juguete rabioso. Leí muchas de las Aguafuertes porteñas y algunas de ellas me parecieron bastante buenas», aclara Bioy en Siete conversaciones con ABC, de Fernando Sorrentino. «Pero mi admiración no se extiende al resto de la obra de Arlt: me parece que está muy sobrevaluado», concluye. En otro libro de Sorrentino, Siete conversaciones con JLB, Borges elude la posibilidad de menospreciar públicamente a Arlt y su obra, para recordarlo en una faceta irónica. «Los hermanos González Tuñón lo acusaban de ignorar el lunfardo. Y entonces Arlt contestó –es la única broma que le he oído: claro que yo he hablado muy poco con él–. Bueno, dijo, yo me he criado entre gente humilde, en Villa Luro, entre malevos, y realmente no he tenido tiempo de estudiar esas cosas, como indicando que el lunfardo era una invención de los saineteros o de los que escriben letras de tango». Más allá de la anécdota, será la facción literaria a la que pertenecía Borges la que ayude a extender el chisme malicioso de que Arlt era un ignorante, apoyados en el hecho conocido de que este escribió toda su vida con importantes faltas ortográficas. Claro que a diferencia del autor de Ficciones, educado en Europa, Arlt apenas había llegado a cursar el tercer grado.

Será la generación de escritores surgida a fines de los ’60 la que se encargará de recuperar a Arlt para reformular el canon literario, colocándolo junto al propio Borges en el vértice superior de la pirámide. Fogwill y Ricardo Piglia, dos autores de esa camada también entrevistados por Speranza en En primera persona, destacan esa paridad, postulando que la oposición entre ellos tal vez se reduzca a lo formal. Fogwill afirma que «una de las funciones secundarias de la literatura es conservar retratos folclóricos que de otra manera se perderían. En Borges se encuentra eso, en Onetti, en Arlt». Piglia va más allá. «Hace muchísimos años, cuando empecé a entender qué tenían en común Borges y Arlt, me di cuenta de que en el fondo los dos están narrando realidades ausentes, trabajando la contra-realidad… los dos están construyendo realidades virtuales, vidas alternativas». «