Entre Uruguay y Argentina no sólo hay una cercanía geográfica, sino también cultural. Como países latinoamericanos, además, nos emparentan experiencias políticas aciagas como las dictaduras que formaron parte del Plan Cóndor. A esto se suma una pasada común signado por las luchas por la independencia de España. También la pasión futbolera nos acerca tanto como nos aleja en las confrontaciones. 

Por todas estas razones y, seguramente por muchas más, hay escritores nacidos “del otro lado del charco” que hemos adoptado como propios. Uno de ellos es Eduardo Galeano. El otro, Mario Bendetti, una de cuyas novelas, La tregua, fue llevada al cine por un argentino, Sergio Renán, obteniendo en 1974 una candidatura al Oscar. Los protagonistas eran también dos actores argentinos: Ana María Picchio y Héctor Alterio. También su novela Gracias por el fuego llegó a la pantalla grande con el mismo director y la interpretación de Víctor Laplace, Lautaro Murúa y Bárbara Mujica.

 Benedetti al igual que Galeano, fue amante del fútbol quizá porque por estas latitudes es el deporte más popular y lo popular estaba en la médula de su producción literaria. Nacido en septiembre de 1920, murió en mayo de 2009, hace de esto ocho años.  Fue un miembro destacado de lo que se dio en llamar “la generación uruguaya del 45”. 

 Su auge se dio entre los 50 y los 70 aunque por lo menos de este lado del Plata, los 70 resultaron absolutamente consagratorios porque fue, al igual que Galeano, un representante privilegiado de “escritor comprometido” en un momento en que las dictaduras latinoamericanas estaban a la orden del día. Además, en esos años, vivió exiliado en Buenos Aires, sin saber que poco después se desataría también aquí una de las dictaduras más sangrientas de la historia que tuvo la misma matriz que la dictadura uruguaya.

Como tantos escritores latinoamericanos de su generación, el exilio fue para él un destino que lo acompañó también a Lima, La Habana y España. Por eso su obra, para bien o para mal, no puede ser separada de la militancia ideológica que hizo a través de ella. Sólo el tiempo con su acción de decantación dirá si los valores literarios terminarán por imponerse a sus buenas intenciones políticas que constituyeron parte indisoluble de su literatura y que generaron una adhesión que iba más allá de la letra escrita. 

Daniel Viglieti, Rosa León, Isabel Parra, Joan Manuel Serrat y muchos otros artistas se encargaron de diseminar sus textos incluso más allá de América Latina. Más conocido quizá por sus poemas que fueron musicalizados y lograron así una mayor difusión, abordó todos los géneros. Además de la poesía, cultivó el cuento, la novela, el teatro y la crítica. Poemas de la oficina, Cuentos Montevideanos, La Tregua, gracias por el fuego, El cumpleaños de Juan Ángel, El país de la cola de paja, Primavera con una esquina rota, La borra de café y Pedro y el capitán, la obra teatral referida a la tortura son algunos de sus títulos más significativos.  

Ejerció el periodismo en el semanario Marcha y su obra trascendió mucho más allá de las fronteras del continente como lo acreditan el nombramiento como Doctor Honoris Causa por la Universidad de Alicante, el Premio León Felipe -97 a los Valores Cívicos, el Premio Reina Sofía de Poesía en 1999 y en 2005 el Premio Internacional Menéndez Pelayo.

 Toda su obra estuvo marcado por un afán de comunicación inmediata con el lector, por un lenguaje sencillo que, de forma coherente con sus ideales políticos, pudiera llegar a todos. Hoy, las estéticas tanto en el campo literario como en el arte en general se han multiplicado y el “compromiso político” ya no es considerado como un valor en sí mismo. La palabra prima sobre el “mensaje”, un término caro a la generación que Benedetti representó, y la tecnología ha introducido modificaciones en todos los campos. La añoranza de los 70 y sus utopías es considerada como una nostalgia patológica. Algo, sin embargo, no ha cambiado, con golpes de Estado más sofisticados y menos evidentes, con índices de pobreza pavorosos y con atropellos cotidianos, como lo diría Benedetti, “el Norte es el que ordena”.