El lenguaje del cielo

Te espero así, en la más fuerte luz. Entre las hojas, o en el aire. “La verdad de las grullas”, Luis Alberto Spinetta (2001)

¿Qué es Spinetta? Más que definirlo como artista o como persona, porque entonces deberíamos preguntarnos ¿quién fue Spinetta? y ese interrogante intentará responderse en las páginas que vienen, a lo que quiero llegar ahora es al carozo primigenio, a ese núcleo que palpita con su música, y que tiene que ver más con el oyente que con el propio artista. Eso que a uno le pasa con Spinetta: una experiencia intransferible e inenarrable. Eso que saben todos los admiradores de Spinetta pero que no le pueden contar a nadie porque habría que inventar un nuevo idioma para poder soltar ese sentimiento que las canciones de Luis generan en aquellos que verdaderamente captaron la esencia. Carrusel, sensación: Spinetta se percibe con el alma. Su arte no genera una emoción epitelial: penetra profundo en el espíritu. Si has tenido en esta vida la gracia de que se te haya activado el nervio spinetteano como circuito sensible, eso pasa a ser una propiedad de tu alma. Al ver, verás: todo dura un instante para toda la vida.

¿De qué hablan las canciones de Spinetta? Se puede escribir un tratado sobre ellas, pero son algo fuera de lo ordinario, un acontecimiento sutil y poderoso a la vez. Quizás todo artista genere una emoción única, pero la que provoca Spinetta es más de una cualidad personal y no siempre se conecta con verdades universales, ni resuena del mismo modo en cada individuo y muchas veces lo que se interpreta ni siquiera se conecta con la intención del autor. Tiene que ver con la emoción profunda: sus canciones son las que te abren paso hacia la luz. Trampaluz: Spinetta es un canal oculto entre vos y lo mejor de vos. Te ensancha la parte tuya más noble, te expande la conciencia: te hace un mejor ser.

Es imposible apresar a Luis Alberto Spinetta en palabras. Tan inútil como ponerle barrotes a una nube o intentar envasar el aire. Spinetta es ante todo una comunicación íntima y única entre artista y oyente, inviolable e inescrutable para el afuera: es algo que te sucede dentro del pecho. No todos los músicos pueden establecer una conversación de esa índole, en la que se indagan los insondables abismos del alma. Spinetta le hablaba al universo, pero se ponía en línea directa con tu espíritu. Lo logra aún hoy: tan imperecedero es su arte. Puede hacerlo en el marco de una historia cotidiana o casi onírica, utilizando un idioma coloquial o palabras con una resonancia poética deslumbrante, pero si lográs establecer el vínculo, la profundidad de lo que dice depende del alcance de tus pulmones: sus canciones son un portal hacia un viaje fuera de lo conocido. Dentro de la historia del rock argentino, no ha habido experiencia más personal que la de Spinetta, y es una experiencia a la que el tiempo modifica. Después de haber vuelto a escuchar toda su obra al derecho, al revés, de modo focalizado o aleatorio, poniendo temas en repetición o chequeando detalles obsesivamente, tengo la sensación de que no hay palabras ni escritores capaces de hacerle justicia a este artista enorme, de los más importantes de la historia argentina.

Como todos, este libro nace de un sueño y que el lector se encuentre leyendo estas líneas significa que se convirtió en realidad. Con la aprobación, el apoyo y la colaboración de su familia, con la ayuda inestimable de sus músicos y sus amigos, me puse a trabajar en torno a una historia que yo creía conocer bastante bien, y comprobé, una vez más, que Spinetta es un universo en constante expansión. No debería causarme asombro que un músico que creó su obra utilizando el lenguaje del cielo imite al cosmos en su desarrollo. Pero a lo largo de más de tres años, las sorpresas han sido constantes y el cariño hacia su persona, su arte, su figura y lo que ella representa de especial para todos sus oyentes me han hecho caminar con cautela en esta marcha tan intensa.

Es probable que Spinetta sea el artista argentino de rock sobre el que más se ha escrito. Al ser tan personal su arte, personal es el mensaje que llega, e imposible es de descifrar si no se hace con las coordenadas del propio corazón y del propio intelecto, que eligen sus propios símbolos para traducirlo. Eso ha conducido a un sinfín de equívocos, algunos de los cuales persisten en el tiempo. Cada uno de los textos escritos sobre Spinetta –y este no será la excepción aunque lo intenta–, ha moldeado el personaje a su afinidad y lo ha deformado. Lo han hecho político cuando nunca lo fue, lo han hecho hablar de cosas de las que nunca habló, lo han interpretado en modos que su autor nunca quiso. Lo han hecho un tipo volado, cuando fue uno de los que más tuvo los pies en la tierra. Se lo ha catalogado como un amante de la exquisitez y el elitismo, cuando siempre fustigó el fanatismo en torno a su obra e intentó acercarse al alma popular. Con un ojo en el espacio, otro mirando el magma terrestre, y un tercero observándolo todo al ras del suelo, lo único verdaderamente cierto es que ha seguido su inspiración sin especulaciones ni concesiones. Le habló al espíritu como nadie, y al mismo tiempo nunca se propuso ser un chamán ni renunciar a ver las cosas con el prisma de lo común, así en las letras como en la vida. Pero una conversación con Luis transformaba tu energía.

En más de cien entrevistas, nadie me habló mal de él. No ha sido un santo, pero sí un hombre de una calidad humana superior. Ha sido cabrón, cómico, irónico, cálido, tozudo, iluminado, humilde, neurótico, bondadoso, inseguro, loco, sensato, puesto y repuesto, autocrítico hasta la exageración, etéreo y terrenal, físico y astral, generoso y justo. Pero sobre todo, ha sido un tipo genial, y esa genialidad la puso tanto en el arte como en el vivir. Con la ética del tano laburador, heredada de sus ancestros, erigió una obra artística gigantesca, gestó con Patricia Zalazar una familia numerosa y olvidó viejas ofensas de propios y ajenos cuando el tuco de su enojo se consumió. Nunca le dio cuartel a la mediocridad y fue el soldado más valiente de esa batalla que aún hoy continúa. Fue un explorador de caminos y un creador de nuevas rutas. Se negó a la repetición, a la fórmula y al facilismo. No la hizo simple, ni para él. Rechazó el oro, mantuvo a raya a la fama y derritió a los merecedores de sus afectos con abrazos inolvidables. Se puso siempre del lado de los más débiles y también fue protegido por algunos de los más fuertes, sabedores de que su llama debía ser preservada.

La música de Spinetta provoca raros efectos en aquellos que no conectan con ella pero perciben su melancolía y la traducen como tristeza. Y para una legión de admiradores –entre los que me cuento– no existen momentos tan felices, tan emocionantes, o tan regocijantes como aquellos instantes en que verdaderamente la luz de uno de sus temas los alumbró más allá de la comprensión natural. Nunca fue un músico masivo, ni siquiera cuando “Muchacha (ojos de papel)” resonaba en los transistores que propalaban su sentir, pero no se frustró por eso. Lo cagaron mil veces, pero él siempre buscó una luz en la gente. Su obra artística es oceánica; su persona era completa y absolutamente entrañable. Nunca dejó de ser el pibe de barrio que se copaba con sentarse en el umbral a ver la vida pasar, aunque tuviera la cabeza en las nubes. Se podía conectar mejor con el panadero de la esquina que con Jorge Luis Borges o Astor Piazzolla, más cercanos en el terreno de lo genial. Comía en la parrilla de la cuadra o en discretos restaurantes japoneses. Otorgaba notas a revistas barriales y se rehusaba a ser tapa de Rolling Stone. Le cocinaba a todo el mundo, aun a los que golpeaban su puerta mendigando sin saber quién era ese hombre que daba de comer. Lo vi con mis propios ojos en nuestro último encuentro.

Podría contar una buena cantidad de anécdotas personales acontecidas durante el tiempo en que tuve el honor de tratarlo, desde 1983 en adelante y en situaciones mayormente periodísticas. También podría intentar explicar todos los modos en que me afectó su arte, las formas en que me prodigó su cariño personal, sus retos o sus chistes. Me dijo cosas muy lindas y tampoco le tembló la mandíbula para señalarme que lo que le estaba preguntando en determinado momento era una pelotudez. “Nota no, pero podés venir a hanguear con nosotros en la pileta”, me contestó una vez en Miami. Se me saltan las teclas de ganas de contarte. Pero le quitaría espacio a su historia, que requiere de mucho.

Como sabía que mis palabras no podían hacerle toda la justicia que Luis merece, decidí apegarme a la historia y a los hechos lo más que pude, con la ayuda de quienes mejor lo conocieron, sobre todo, su familia. Usé todo el arsenal del periodismo a mi alcance para la investigación con la premisa de contar las distintas situaciones del modo más cercano a cómo realmente sucedieron sin llenar blancos, en la medida de lo posible. Busqué siempre no interpretarlo, porque sabía que no había modo de hacerlo rigurosamente; a Luis siempre se le iba a ocurrir algo distinto. Era un polemista imbatible y podía rebatir cualquier argumento, hasta el suyo propio. Habló tanto y con tantos que posibilitó que a partir de la lectura de sus propios textos, sus reportajes, sus letras y conversaciones con terceros, yo pudiera comprender el sentido de sus actos y tratar de reproducir algunas de sus acciones con una mínima precisión. Concibo al periodismo como una herramienta poderosa al servicio de la verdad, sin dejar de entender que muchas veces la verdad es algo subjetivo, pero que hay hechos inalterables que son indiscutibles.

Otra premisa spinetteana que inspiró los pasos de este libro fue la originalidad. Así como Luis intentó siempre que cada disco, cada canción, cada concepto fuera distinto al anterior, yo intenté esquivar las ciénagas de Internet donde mora el dislate, la mitología urbana que certifica hechos nunca acontecidos, y las habladurías del mundo en general. Busqué chequear todos los datos, y aprovechar una extensa entrevista que le hice a Luis hablando de toda su historia para un programa de televisión, de la que finalmente solo se usó una mínima parte y la otra permaneció inédita hasta este libro. Traté de que las citas extraídas de reportajes ajenos no fueran las más conocidas y que tampoco fueran tantas. Cuando hubo que establecer alguna nimiedad no esclarecida para poder contar la historia y no tuve modo de corroborarla, confié en mi instinto y en alguna señal que bien podría haber sido una casualidad, como el colibrí que acaba de posarse en mis plantas cuando justo ahora sonó “Canción de noche”. Estuve en consulta permanente con el descomunal ciprés frente a la ventana de mi escritorio, al que desde ya le agradezco su firme y arbórea colaboración. La semilla que Luis Alberto Spinetta inseminó en nuestra tierra es sumamente poderosa. La conservó y cuidó con amor para nuestro jardín de gente. Sus raíces son firmes. Ver nuevos frutos insumirá tiempo, paciencia y esperanza. Pero ya hay algunos: sus hijos, sus nietos, su familia, sus discos y sus canciones son los mejores aliados del desarrollo de esta planta. Es su obra y su ejemplo, lo que inspirará formidables artistas. Y, si escuchás bien, quizás nos inspire a ser también mejores personas. La fuerza de su arte es incontenible. Y ya está atacando.  «