Las biografías dirán que Alejandro Dolina «inventó» el horario de la madrugada en la radio argentina. Que encabezó un ciclo sin antecedentes que se acerca a cumplir 35 años ininterrumpidos al aire. El tiempo pasa, nos vamos poniendo tecnos, la oferta cultural se multiplica y personaliza a la medida de millones de consumidores y, sin embargo, La venganza será terrible (AM 750, martes a sábados a las 00) continúa defendiendo a capa y espada el valor y la eficacia de la palabra, las historias y la reflexión. Pero Dolina es bastante más que un referente ineludible de nuestra radiofonía y un escritor de un estilo reconocido, reconocible y de amplia llegada. El autor de El Ángel Gris también es un símbolo de lo mejor de la Argentina. De una construcción donde se cruzan el barrio y la alta cultura, los temas más profundos de la existencia y el humor, el compromiso político y la belleza de las artes.

Mientras la pandemia sigue condicionando el normal desenvolvimiento social, Dolina se hace un tiempo para En la pieza de Dolina 2, ni más ni menos que la segunda presentación del unipersonal vía streaming que hace desde su casa. «No fue una idea mía, debo confesar. Mis amigos Coco Sily y (Gabriel) Rolón me dijeron que ellos estaban haciendo presentaciones por streaming y me amenazaron para que yo hiciera lo propio (risas). Se trata de una serie de reflexiones sobre los tiempos que transitamos, los supuestos asuntos de la libertad, historias, poemas, cuentos, algún tanguito y ciertos giros alrededor del humor. Algo que me resulta casi inevitable», destaca.

Un diálogo con Dolina permite ponerse al tanto de sus múltiples proyectos y ofrece la gran oportunidad de asomarse al pensamiento de un intelectual que nunca perdió la sensibilidad.

–Vivimos tiempos complejos. Por momentos parece que debemos enfrentarnos a un virus de gran peligrosidad y, al mismo tiempo, a cierta estupidez humana exacerbada.

–Estaba pensando en algo parecido hace un rato. La estupidez existió siempre, pero evidentemente ahora es mucho más notoria. Cuando uno era más joven existía cierto decoro, cierta vergüenza, al menos. En estos tiempos han progresado mucho las formas de publicitar la estupidez. Existe una especie de desvergüenza que antes no florecía, antes primaba cierta prudencia o cortedad del carácter. Ahora la estupidez viene acompañada de la soberbia y la voluntad de hacerlas públicas a toda costa.

–Se asocian cuidados sanitarios con falta de libertad. Como si no poder cruzar la calle cuando el semáforo está en verde, por ejemplo, constituyera un avasallamiento de la constitución nacional.

–Exactamente. La libertad es algo que todos queremos y valoramos, pero que se practica en el ámbito de una vida social. No se trata de la mera voluntad. Convengamos que si uno quiere comprar pan debería ir a la panadería en los horarios que está abierta. Si nosotros vamos a comprar pan a las once de la noche y la panadería está cerrada no podríamos argüir que están mancillando nuestras libertades individuales (risas). Son reglas de convivencia. También existen las reglas de la ciencia, a las que poco les importa nuestro concepto de libertad (risas). La libertad funciona siempre teniendo en cuenta a los demás y mucho más en una situación tan crítica como una pandemia.

–¿Cómo está viviendo la pandemia desde lo personal?

–Dada la situación en general, puedo decir que soy un privilegiado. Estoy en mi casa confinado, tengo trabajo, hago las cosas que me gustan… Hay mucha gente que se murió o padece la enfermedad. Mucha gente que vio caer dramáticamente sus ingresos e incluso atraviesa situaciones de subsistencia. En mi caso he visto caer mis ingresos obviamente, pero mi economía es bastante más resistente que la de un trabajador que la pelea todos los días.

–Cuando comenzó todo esto sobrevolaba la idea de que la pandemia nos haría mejores. ¿Cuáles son sus expectativas en ese sentido?

–Cuando ocurre alguna calamidad siempre aparece alguna voz que invoca revelaciones o grandes augurios. Yo creo que no es así. Desgraciadamente, existen grandes posibilidades de que salgamos peores de la pandemia. No es necesario mucho más que asomarse a las redes sociales para perder cualquier esperanza de mejora de la condición humana (risas).

–Contrariamente a esos augurios de mejoras, se perciben cierta exacerbación de la falta de sensibilidad. Por ejemplo, un desprecio muy grande a la gente que participó de las tomas en Guernica, gente que luchaba por sobrevivir en condiciones particularmente dramáticas.

–Hace muchos años y en todo el mundo la propiedad privada no es un bien absoluto. Por ejemplo, usted no puede poner una torre de petróleo en su patio o construir en su balcón. Me preocupa el desprecio por el otro y la falta de interés por los que menos tienen de parte de ciertos sectores de la sociedad. Sabemos que vivimos en un sistema capitalista. No es necesario condenar a esa gente. Veo pocos pensando cómo se puede hacer para ayudarla y muchos felices de que los echen a patadas.

–Incluso algunos con mucha torpeza y otros con enorme malicia equiparan lo sucedido en Guernica con una abolición de la propiedad privada y la llegada del comunismo.

–Sí, la vacuna rusa incluso ha incrementado esos fenómenos de percepción (risas). A veces en la radio hacemos el chiste de referirnos a Stalin como el presidente de Rusia. Stalin hace unos cuantos años que no está, la URSS tampoco y el comunismo menos. Son fenómenos del pensamiento parecidos al terraplenismo o la quema de barbijos. Incluso, es un poco llamativo como critican a ciertos presidentes de determinados países, como si a otros los presidiera la Madre Teresa de Calcuta. Recordemos que al frente del Ejecutivo de Estados Unidos todavía está Donald Trump

–Eso también refiere  a la doble vara. En Estados Unidos tardaron cinco días en conocerse los resultados de las elecciones, Trump desconoce su derrota y denuncia fraude, siendo oficialista. Si eso hubiera pasado en un país de Latinoamérica…

–La gran ventaja que tiene la democracia de Estados Unidos es que carece de una embajada de Estados Unidos en su propio territorio. Eso no lo podemos soslayar (risas).

–Son fenómenos que pueden parecer grotescos, pero que llegaron al poder en EE.UU. y Brasil, por ejemplo. ¿Le preocupa que puedan ganar lugar en la Argentina?

–Por supuesto. Ya se los ve ganar espacio en los medios y las redes sociales. Hace 20, 30 o incluso algunos años más ese tipo de gente existía, pero era muy marginal. Eran casi caricaturescos y les daba vergüenza decir que eran de derecha. Hoy no tienen problemas por expresar eso y, al mismo tiempo, un profundo desinterés por los que menos tienen. Me preocupa mucho la desigualdad y como la alientan. Pero todavía más me preocupa que hayan conseguido convencer a la muchedumbre que esa desigualdad es un derecho casi divino. Esa es una gran derrota.


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(Foto: Diego Martínez)


–¿El discurso que sentencia que toda la clase política es corrupta en sí misma puede llevar a un callejón sin salida?

–Por supuesto. ¿A dónde hemos ido nosotros a dar cuando triunfó el descrédito de toda la clase política? A las dictaduras militares, responsables de los mayores crímenes y de las mayores corruptelas. Son mensajes muy peligrosos. Me gustaría que a esas gentes se les pregunte qué piensan de las dictaduras militares. Quizás sólo eso alcanza.

–¿Qué es lo que más le preocupa de la situación actual?

–Yo creo que de la pandemia vamos a salir. Soy optimista. Lo que me preocupa es la grieta. De ahí no sé si vamos a salir. Hay gente muy poderosa que defiende sus privilegios a cualquier costo, incluso en plena pandemia. Pero también hay egoísmo y desprecio por los que menos tienen por parte de la gente de a pie, como algunos vecinos, por ejemplo. Hay gente que no acepta el resultado de las elecciones. Le voy a hacer un comentario casi de mitin político: entre nosotros, la política de la grita favorece a Cambiemos, es casi la única estrategia de un sector de ese partido. Al peronismo no le conviene la grieta. Hacer política con la grieta es como ir a una guerra atómica. Me preocupa porque puede favorecer a un espiral de violencia. Por eso uno ve estas cosas con perplejidad.

–¿La perplejidad sería una instancia más profunda que la indignación? ¿La indignación impone per se  una supuesta superioridad moral que nos aleja de la comprensión de los fenómenos?

–Yo lo veo de esa manera. Indignarse y levantar el dedo siempre es más fácil. Casi que ahorra o pulveriza la reflexión. Se ve mucho en las marchas. Pero también en nuestras filas. Hay que cuidarse de eso. Incluso debemos hacerlo en esta charla a veces uno se tienta, los fenómenos de los quema barbijos, el terraplenismo… Pero la perplejidad nos invita a observar, volver a pensar, estudiar y finalmente comprender mejor las cosas. Imagínese si Newton en lugar de romperse la cabeza para crear la Ley de la Gravedad se hubiera indignado porque las manzanas se caían (risas).

–¿Está escribiendo?

–Estoy terminando un libro que se llama Notas al pie, que es un libro de cuentos y también una novela. Se trata de los cuentos de un escritor ficticio que acaba de morir de una forma más o menos violenta. Estos cuentos son prologados, glosados y acompañados de unas notas al pie de un discípulo. Esas notas al principio son  eruditas y espaciadas, y conforme avanza el libro se hacen cada vez más frecuentes, menos eruditas y más personales. Finalmente en esas notas se teje una novela. Mucho no me falta, pero falta. La idea es tenerlo para el año que viene.


En la pieza de Dolina 2. La libertad. Sábado 14 de noviembre a las 21.30, vía streaming por www.entradauno.com