Apertura 2005. Diego Maradona, vicepresidente del Consejo de Fútbol, elige como entrenador a Alfio Basile, mirado de reojo por los hinchas. En la quinta fecha, Boca cae 3-2 ante San Lorenzo en el Nuevo Gasómetro. El entrenador de San Lorenzo es Gustavo Alfaro. A la semana siguiente, en la Bombonera, le cuelgan una bandera a Basile: “Gracias Alfaro por demostrar cuál es la diferencia entre equipo y plantel”. Maradona estalla: dice que hay que respetar al Coco. Boca, al final, se consagra campeón del torneo, le saca 12 puntos al San Lorenzo de Alfaro, que dirige 22 partidos, cosecha menos del 44% de los puntos y se va.

Catorce años después, Alfaro es el nuevo DT de Boca, cuyo proyecto futbolístico parece importarle poco a Daniel Angelici.

Guillermo Barros Schelotto, el entrenador saliente, ya trabaja en Los Ángeles Galaxy de la liga estadounidense. Discusiones de porcentaje al margen, la influencia de los técnicos en el fútbol moderno corre cada vez más al futbolista del centro de la escena. En ese sentido, Alfaro es un técnico con expertise. No era el preferido de Angelici ni de Nicolás Burdisso, el director deportivo, una figura reinventada por el propio presidente después de salir herido de la final de la Copa Libertadores ante River. Pero fue el elegido por Burdisso y Mauricio Macri, un sátelite siempre atento a Boca, patria chica del macrismo. Con la elección del sucesor de Guillermo, Angelici y Macri sumaron otra divergencia. En diciembre de 2019 habrá elecciones en el club y cada uno tiene a su candidato. Boca es el pequeño país a no perder.

Y Boca será, al mismo tiempo, el decimotercer club en la trayectoria de Alfaro, su mayor desafío a los 56 años. Aunque muchas veces crítico del sistema dominante en el fútbol, Alfaro es un técnico perfectamente adaptado. “La urgencia por correr detrás del éxito sin saber hacia dónde corremos nos lleva de baranda a baranda –le decía en una entrevista a Tiempo, en diciembre de 2017, cuando dirigía a Huracán-. Los entrenadores nos vamos poniendo la soga al cuello el uno al otro. Hoy gano, entonces me la saco yo y te la pongo a vos. No se puede vivir de esa manera”.

Alfaro firmó este miércoles dos años de contrato con Boca, después de romper con Huracán. “Mi traición -explicó en la conferencia de presentación en La Bombonera- fue asumir la responsabilidad, invitar a soñar a los jugadores. ¿Dónde está la traición que yo le hice a Huracán? Agarré a un equipo que estaba 26 en el descenso, y un año después estaba cuarto. Ojalá en estos 25 años de carrera me hubieran traicionado como Gustavo Alfaro traicionó a Huracán. Sería más feliz y agradecido. La vida es la suma de todas las decisiones y ésta es la mía”. Había sacado del bolsillo del saco un papel con el artículo 88 de la Ley de Contrato de Trabajo.

El entrenador también dijo que Boca no tiene purgatorio, que es el cielo o el infierno, que hay que ganar y ser campeón, que su bala de plata es la Copa Libertadores 2019. Alfaro sabe lo que carga en esas palabras, ese drama, y el mensaje hacia el exterior, jugadores e hinchas incluidos. Es hábil con el lenguaje, “un ladrón de ideas”, como se definió. Hay un documental en Netflix acerca de la vida de Bobby Robson. Se llama Bobby Robson: More Than a Manager (2018). Después de ser despedido de Barcelona y reemplazado por Louis van Gaal en 1997, el entrenador inglés, fallecido a los 76 años en 2009, dice: “Si eres un pintor increíble nunca serás rico hasta que te mueras. Creo que pasa lo mismo con los entrenadores: nunca te valoran hasta que te vas”. Robson, como indica el documental, era “más que un entrenador”. Alfaro es, al fin y al cabo, un amante de citar frases.