Dentro de dos meses, el 20 de marzo, los 34 países de la OEA, la Organización de Estados Americanos, elegirán a su nuevo secretario general. Pueden reelegir a Luis Almagro, pero hasta ahora todo indica que tal sujeto sólo podría volver a ocupar el cargo por gracia divina, un fenómeno del cual la política no tiene dato alguno en los últimos siglos.

Desde el río Bravo hasta la Patagonia, el hombre no llega a juntar la mayoría simple que requieren los estatutos de ese desacreditado objeto del deseo. Y por eso sale a juntar los votos como sea, hace todo lo que esté a su alcance –es decir cualquier cosa– para llegar al ansiado 18 al que parecería que la única en condiciones de alcanzar es la ecuatoriana María Fernanda Espinosa, diplomática, académica y docente. A ella, ningún gobierno le incorpora epíteto alguno a su currículum. Al otro, además de las debilidades –¿morales, éticas?– que él mismo se ocupa de poner al descubierto (ver aparte), pocos se atreven a tirarle un elogio. También se presentará, en principio, el el embajador de Perú en EE UU, Hugo de Zela.

Por lo conocido hasta ahora –los aspirantes, sus antecedentes, sus intenciones de voto– todo indica que la elección del nuevo secretario general está en manos de las antiguas colonias anglófonas que hoy componen la Caribbean Community, la CARICOM, que casi como una norma votan en bloque. Ya en junio del año pasado, en una cumbre ministerial realizada en Santa Lucía, dijeron claramente: «Jamás daríamos nuestro apoyo al señor Luis Almagro, porque queremos tener autoridades que promuevan la unidad entre los pueblos y que hablen de las cosas que nos interesan, como el medio ambiente. No queremos guerrear con Venezuela, que es nuestro país amigo y es el único objetivo del señor Almagro» (Gaston Browne, primer ministro de Antigua y Barbuda). Sin los 15 votos del CARICOM todo es muy difícil en la OEA. Estados Unidos y sus peones no han tomado nota, todavía, de que Cuba y Venezuela son amigos y aliados incondicionales de las antiguas colonias.

El último indicador conocido sobre la intención de voto data del 27 de diciembre pasado y, es cierto, no se refiere directamente a la próxima elección de secretario general. Pero el que no quiera ver que no vea. Ese día, los países del CARICOM presentaron a la Asamblea de la OEA un proyecto titulado «Rechazo a la violencia y llamado al pleno respeto de los derechos de los pueblos indígenas en el Estado Plurinacional de Bolivia». El que no quiera entender que no entienda, pero lo que los países anglófonos propusieron es un categórico repudio al golpismo. Sin proponérselo expresamente, la votación fue como una previa a la elección del 20 de marzo. Sin muchos prolegómenos, 18 países, la mayoría simple que se requiere para elegir a un secretario general, votaron por la propuesta del CARICOM, que es como decir votar por un apoyo a Evo Morales, que es como decir votar por un repudio a Luis Almagro, el que promueve invasiones, crímenes y golpes.

David vuelve a enfrentarse a Goliat, con la diferencia de que esta vez a la pobre honda y a la piedra pequeña y ligera, como la presentara el gran León Felipe, se le abalanza un Goliat que ofrece dádivas a cambio de un voto, de un votito que permita mantener al peón al frente del sello de lo que casi ya no existe.

Para ocupar la regencia del prostíbulo, Estados Unidos mueve todos los resortes desde setiembre del año pasado, cuando para no perder el voto argentino de Mauricio Macri trató de adelantar a noviembre la elección del secretario. Entonces, con Argentina, neutralizaba el voto de Uruguay (Tabaré Vázquez había anunciado que su gobierno jamás votaría por Almagro, que traicionó la histórica política exterior del país, defensora de la autodeterminación de los pueblos), que ahora con el gobierno de derecha de Luis Lacalle Pou probablemente vote por Almagro, a cambio de la ilusión de obtener –¿para qué?– un Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos, no incluido en las promesas de campaña electoral pero eso sí, un sueño de la ultraderecha uruguaya. «

...
(Foto: AFP)


Un polémico elogio a Piñera en plena campaña

En los últimos años Luis Almagro ha sobreactuado hasta el servilismo su alineamiento con Donald Trump. Ha llegado a promover una intervención militar de Estados Unidos en Venezuela. Ha respaldado al fascismo en Brasil. Se ha convertido en ladero de Iván Duque, el ultraderechista que gobierna Colombia. En su convivencia con todos los golpistas de todas partes, fue quien dio la última manito a los asesinos de la democracia boliviana. Y de los bolivianos. Esta semana estuvo en Chile, para gestionar el voto de Sebastián Piñera. El jueves, en La Moneda, a metros de donde se inmoló Salvador Allende, dijo su “admiración por la forma en que el presidente Piñera enfrentó la crisis, de la mejor manera, en el marco del estado de Derecho, siempre ajustando al Derecho y haciendo trabajar a la Justicia”.

Como si esto no bastara, Almagro agregó que “ha sido encomiable el trabajo del presidente Piñera en el marco del estado de Derecho, de la preservación de la democracia y de las libertades, mientras tomaba especiales cuidados para garantizar los derechos humanos de los chilenos”. Un voto vale cualquier cosa. Pensando bien, Almagro prefirió olvidar las decenas de muertos durante la represión desatada desde el 18 de octubre. Y los cientos de violados, torturados y cegados desde ese día, en el marco de una crueldad sólo comparable a la de los comandos de infantes y marines que, en la Guerra del Pacífico (1879-1884), arrancaban los ojos de sus adversarios peruanos y bolivianos a punta de bayoneta.